La Meditación como remedio contra el fanatismo
Cada poco tiempo nos desayunamos con el descubrimiento, gracias a científicos de los cinco continentes, de nuevas aplicaciónes de las técnicas de Mindfulness y Meditación para la mejora de las capacidades humanas.
Autoconciencia, Flow y Meditación
El boom de la meditación nos ha permitido saber sin ningún género de dudas que la practica regular de estas técnicas nos ayuda a concentrarnos, a desarrollar la capacidad de autoconciencia, a entrar en Estado de Flow para practicar deporte, a escribir (a los que escribimos) y un largo etcétera.
En realidad, las aplicaciones son practicamente ilimitadas ya que en definitiva, practicar Meditación y Mindfulness nos permite “sacar brillo” a nuestras capacidades intrínsecas, que de otra manera, permanecerían ocultas a la conciencia; viviríamos sin saber que están dentro de nosotros. Meditar, como diría el Buda, nos ayuda a despertar; el Mindfulness, como diría un psicólogo humanista, sirve para ayudarnos a nosotros mismos.
Una posible receta contra los fanatismos
En este sentido, me atrevo a afirmar que meditar también sería un antídoto maravilloso contra cualquier tipo de fanatismo. Ya hablemos de fanatismo nacionalista, religioso o deportivo, las pasiones humanas más radicales se caracterizan por la reactividad acritica de los egos de un grupo particular, animados por un liderazgo capaz de agitar sus pasiones. Apúntala, ésta es la fórmula de cualquier fanatismo: egos explosivos y lideres hábiles en su manejo. Y ya hablemos de pasiones más altas o más bajas, la característica común siempre es que el individuo fanatizado carece de ecuanimidad.
¿Qué es la ecuanimidad? como dice la Real Academia de la Lengua, la ecuanimidad es la capacidad de mantener la igualdad y la constancia del ánimo. Sería algo así como ver el río desde la orilla en lugar de ser arrastrados por la corriente. A una definición tan escueta añadamos que ser ecuánime también implica ser capaz de templar la reactividad y los automatismos del ego, observándose a sí mismo desde fuera y siendo consciente de las emociones que nos afectan en cada momento.
Cuanto más ecuánimes seamos mayor será nuestra autonomía a la hora de reaccionar y, al ser más conscientes del proceso, podremos decidir si preferimos salirnos de la masa acrítica y borreguil, aunque solo sea por dejar de estar guiados por hábiles manipuladores. Quién mejor para dirigir su propia vida que uno mismo, ¿no crees?
La clave no está en aislarse sino en la ecuanimidad intelectual
Con esto no quiero decir que el ideal, el cúlmen del desarrollo vital sea convertirse en individuos solitarios, desprovistos de señas de identidad, ni mucho menos. Siendo ecuánime también se puede ser del Barça o del Valencia, mantener unas convicciones políticas u otras, profesar una fe o la de más allá. El matiz está en que siendo ecuánime seré capaz de cuestionarme como persona así como cuestionar mis creencias y reacciones, adaptándolas y modificándolas cuando lo considere necesario. Lo mismo ocurrirá con las convicciones que los demás me planteen: seré capaz de contemplarlas sin miedo a perder mi identidad. No será necesario caer en la confrontación de bandos.
Pues bien, todo esto se logra pura y simplemente meditando. Y es que, en realidad, el ejercicio de la meditación podría también denominarse “práctica de la ecuanimidad”. Al retirar una y otra vez la atención del vaivén mental y emocional que se sucede caótico dentro de nosotros y centrarnos en la respiración (o cualquier otro objeto de atención), creamos una barrera aislante entre nosotros y nuestros automatismos egóticos. Empezamos a tener el control y a ejercerlo.
Una psique ecuánime es una psique equilibrada
Asimismo, tal y como se ha demostrado en muchos de los estudios realizados sobre estas técnicas, al generar ecuanimidad dentro de nosotros mismos, también se reflejará en nuestra vida cotidiana. Lo que sucede dentro sucede fuera.
Así que, aunque solo sea por arrebatarles el poder que tienen sobre nosotros los políticos o los líderes deportivos y religiosos, no me digas que no merece la pena aprender a ser más ecuánimes. Ni que decir tiene que a ellos no les interesa que lo seas, se les acaba el negocio.