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Los 5 asesinos criminales más conocidos de España


Si hay un acto moralmente reprobable en nuestra sociedad, este es el de quitarle la vida a otra persona. Los motivos por los que algunas personas son capaces de cometer un acto de esta magnitud no se estudian solamente desde la Psicología Forense, sino desde múltiples ciencias sociales.

Sea como sea, ha habido casos absolutamente dramáticos en que una sola persona ha sido artífice de asesinatos brutales que han conmocionado a todo un país.

Asesinos criminales tristemente célebres

En este artículo vamos a hacer un repaso de los asesinos criminales más peligrosos de las últimas décadas en España. Por un motivo u otro, sus actos han trascendido en los medios de comunicación y han despertado el interés de múltiples expertos en la Psicología Criminal.

1. Manuel Delgado Villegas, “El Arropiero”

Es posible que Manuel Delgado Villegas -conocido como “El Arropiero”- haya sido el mayor asesino de la historia de España. Su apodo, Arropiero, procede de que su padre se dedicaba a vender arrope y él le ayudaba.

Este hombre confesó el asesinato de 47 personas, cometidos entre 1964 y 1971, entre las víctimas estaba su pareja. Según los investigadores del caso, con algunas de sus víctimas practicó la necrofilia.

Su modus operandi era un golpe de karate mortal en la cara anterior del cuello, justo a la altura de la nuez, que aprendió en la Legión. Otras veces empleaba objetos contundentes, como ladrillos, o armas blancas. Algunas de sus víctimas murieron estranguladas. Se llegó a decir que la elección de sus víctimas era totalmente aleatoria e indiscriminada, sin planificación alguna.

Parece ser que no mostró remordimiento por sus actos; los investigadores del caso lo tacharon de egocéntrico y megalómano, con una carencia total de empatía hacia sus víctimas. El Arropiero tiene el récord de arresto preventivo sin protección legal en España, llegando a estar pre****so sin abogado durante 6 años y medio.

Debido al padecimiento de una supuesta enfermedad mental, nunca fue juzgado y se ordenó su ingreso en un hospital psiquiátrico penitenciario.

El Arropiero murió en 1998, pocos meses después de haber sido puesto en libertad.

2. Andrés Rabadán, “El asesino de la ballesta”

Andrés Rabadán (Premià de Mar, 1972) mató a su padre con una ballesta medieval que había comprado para Reyes. Después del homicidio, se entregó a la policía, y reconoció ser el autor de tres descarrilamientos de trenes de cercanías, los cuales realizó un mes antes de matar a su padre. Se trataba de un sabotaje que no generó heridos, pero sí mucho miedo. Podría haber sido mortal para cientos de personas.

Asesinó a su padre, aparentemente, por una discusión sobre la temperatura de un vaso de leche. Lo mató con tres disparos de flechas. Rabadán declaró que quería a su padre y que lo mató sin saber lo que estaba haciendo, guiado por las voces que escuchaba. Al ser consciente de lo que acababa de hacer, le disparó dos flechas más para acabar con el sufrimiento de su padre.

Parece ser que la infancia de Andrés Rabadán no fue sencilla, pues tuvo que lidiar con el suicidio de su madre y el hecho de quedarse mucho tiempo solo con su padre, sin sus hermanos ni amigos.

Durante las pruebas periciales para el juicio se le diagnosticó esquizofrenia paranoide. Por orden judicial, se le ingresó en un centro penitenciario psiquiátrico a 20 años de internamiento. Según los forenses, dicha enfermedad mental no era suficiente para no ser consciente de sus actos mientras manipulaba las vías de tren, pero sí durante la comisión del parricidio.

Existen todavía hoy muchas especulaciones sobre si Andrés Rabadán supone un peligro para la sociedad o si está socialmente rehabilitado: algunos profesionales afirman que fingió la enfermedad mental con el fin de ser inimputable a la condena de parricidio, y otros sostienen que se trata de un psicópata narcisista que sabía lo que estaba haciendo en todo momento, y que actualmente su autoestima se sostiene a través de las creaciones artísticas y literarias que realizó desde prisión.

En el año 2012 cumplía el máximo de tiempo que podía permanecer encarcelado, y se le permiten salidas programadas y controladas.

3. Alfredo Galán, “El asesino de la baraja”

Alfredo Galán Sotillo, conocido como el "asesino de la baraja", puso en vilo a toda la sociedad española en el año 2003. Es uno de los asesinos en serie más peligrosos que han circulado por España.

Perteneció al Ejército de Tierra de España desde el año 2000 hasta el 2004, por lo que tenía habilidades militares. Curiosamente, parece ser que tenía tendencia a padecer crisis de ansiedad, algo no muy habitual en personas con un perfil psicopático.

Mató a sus víctimas con un arma muy potente, una pistola Tokarev yugoslava, que llevó consigo a España desde su paso militar por Bosnia. Comenzó a matar en febrero de 2003, y su primera víctima fue un joven de 28 años. Al lado de sus víctimas dejaba un naipe, el as de copas, que se convirtió en su “firma” y pasó a ser conocido como “el asesino de la baraja”.

Según un testigo que declaró en el juicio, el asesino de la baraja siempre daba los buenos días a sus víctimas, y luego les pedía “por favor” que se arrodillaran. A continuación, procedía con el disparo. Lo hacía así porque según él, “la educación es lo primero en la vida”.

En 2003 Alfredo Galán irrumpió estando borracho en una comisaría de la Policía nacional y confesó ser El asesino de la baraja. Fue condenado a 140 años de prisión por 6 asesinatos y tres intentos de homicidio, aunque siguiendo las condenas aplicadas según las leyes penales españolas, únicamente llegaría a cumplir 25 años de condena.

La sentencia condenatoria no reconoció la existencia de ninguna patología psiquiátrica en el asesino de la baraja, por lo que era plenamente consciente de sus actos y los ejecutó con planificación.

4. Javier Rosado, “El crimen del rol”

En el año 1994 un estudiante de Química de 22 años, Javier Rosado, y un estudiante de 17 años, Félix Martínez, asesinaron a Carlos Moreno asestándole 20 puñaladas, un empleado de limpieza de 52 años que volvía a su casa de noche en autobús.

Javier Rosado inventó un juego de rol muy macabro llamado “Razas”, y convenció a su amigo Félix para seguir las instrucciones que él mismo ideó.

El gran error que cometió el asesino inductor fue recoger todo lo que sucedió esa madrugada en un diario personal, el cual incautó la policía durante la inspección de su vivienda. Rosado se propuso ser el primero de los dos que mataría a una víctima, y debía ser una mujer: “Yo sería quien matara a la primera víctima”, “Era preferible atrapar a una mujer, joven y bonita (esto último no era imprescindible, pero sí muy saludable), a un viejo o a un niño (…)”, “si hubiera sido hembra ahora estaría muerta, pero por aquel entonces seguíamos con la limitación de no poder matar más que a mujeres”.

Reconoció abiertamente que querían matar sin conocer previamente a la víctima, pues así lo establecían las reglas marcadas por él mismo: “nuestra mejor baza es que no conocíamos de absolutamente nada a la víctima, ni al lugar (al menos yo) ni teníamos ningún motivo real para hacerle algo (…)”; “pobre hombre, no merecía lo que le pasó. Fue una desgracia, ya que nosotros buscábamos adolescentes, y no pobres obreros trabajadores”.

Durante el juicio se afirmó que Javier Rosado tenía una mente fría y calculadora, que carecía de remordimientos y de empatía, y que encajaba con el perfil de un psicópata al que le gustaba sentirse admirado y ser obedecido. En el siguiente extracto del diario se aprecia la nula empatía y el desprecio hacia la víctima, e incluso un componente sádico en su forma de proceder: “metí mi mano derecha por el cuello en una labor de exploración que esperaba yo le acabara causando la muerte. ¡Qué va!, ese tío era inmortal”, “(…) haciéndole sangrar como el cerdo que era. Me había cabreado bastante”, ¡lo que tarda en morir un idiota!”, “¡qué asco de tío!”

Los medios de comunicación no tardaron en otorgar a los juegos de rol connotaciones sensacionalistas negativas que alimentaban las acciones criminales.

A Javier Rosado se le condenó a 42 años de prisión, y se le concedió el tercer grado en el año 2008. Durante su estancia en prisión se puede afirmar que aprovechó el tiempo, pues se licenció en Química, Matemáticas e Ingeniería Técnica informática.

5. Joan Vila Dilme, “El celador de Olot”

Joan Vila Dilme, celador de un geriátrico de Girona, fue condenado a 127 años de prisión por asesinar a 11 ancianos de la residencia en la que trabajaba entre el 2009 y 2010. Envenenaba a los ancianos con cócteles de barbitúricos, insulina, y productos cáusticos, provocandoles la muerte.

En un inicio el celador de Olot alegó que pensaba que de esta forma estaba “ayudando” a sus víctimas a descansar y a dejar de sufrir, le daban pena y les quería dar “plenitud”. Él estaba convencido de que estaba haciendo un bien, ya que no soportaba ver las condiciones en las que vivían sus víctimas. Cuando tomó conciencia de lo que había hecho y del método que había empleado (ingesta de sustancias abrasivas, algo especialmente cruel y doloroso para las víctimas) se sintió muy culpable.

Según él, desde hacía años tomaba muchos psicofármacos porque le diagnosticaron un trastorno obsesivo compulsivo con episodios depresivos, y tendía a beber alcohol de forma simultánea en sus turnos de trabajo.

Más adelante, los peritos psicólogos y psiquiatras que lo examinaron sostuvieron que con sus crímenes buscaba el poder y la satisfacción que le proporcionaba controlar el paso de la vida a la muerte, como una especie de Dios, y que era consciente de sus actos en todo momento. Uno de los focos de sufrimiento y ansiedad más potentes para Joan Vila era que siempre se sintió una mujer encerrada en un cuerpo de hombre, y lo vivía con secreto hasta que cometió los 11 asesinatos.

La sentencia condenatoria firme probó que en los 11 crímenes Joan Vila tenía el objetivo de matar y que actuó sin que los ancianos pudieran defenderse. Además, destaca que en tres de los once casos existió ensañamiento, pues aumentó innecesariamente y de forma deliberada el sufrimiento de las víctimas. No se consideró que el celador de Olot tuviera ningún problema psicológico que afectara a sus capacidades cognitivas y/o volitivas, y actualmente está cumpliendo la pena en una prisión catalana.