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La teoría empirista de David Hume


Antes de que la Psicología apareciese como ciencia, era tarea de los filósofos investigar acerca del modo en el que el ser humano percibe la realidad. A partir del Renacimiento, dos grandes corrientes filosóficas lucharon entre sí para responder a esa cuestión; por un lado estaban los racionalistas, que creían en la existencia de ciertas verdades universales con las cuales ya nacemos y que nos permiten interpretar nuestro alrededor, y por el otro estaban los empiristas, que negaban la existencia de conocimientos innatos y creían que solo aprendemos mediante la experiencia.

David Hume no solo fue uno de los grandes representantes de la corriente empirista, sino que además fue uno de los más radicales en ese sentido. Sus poderosas ideas aún tienen importancia en la actualidad y, de hecho, otros filósofos del siglo XX fueron inspiradas por ellas. Veamos en qué consistía exactamente la teoría empirista de David Hume.

¿Quién fue David Hume?

Este filósofo inglés nació en el año 1711 en Edimburgo, Escocia. Con tan solo doce años entró a estudiar a la Universidad de Edimburgo, y años más tarde, tras sufrir una crisis de nervios, se trasladó a Francia, donde empezó a desarrollar sus inquietudes filosóficas a través de la escritura de Tratado de la Naturaleza Humana, terminado en 1739. Esta obra contiene el germen de su teoría empirista.

Mucho más tarde, hacia 1763, Hume se hizo amigo de Jean-Jacques Rousseau y empezó a darse a conocer más como pensador y filósofo. Murió en Edimburgo en el año 1776.

La teoría empirista de Hume

Las ideas principales de la filosofía de David Hume se resumen en los siguientes principios básicos.

1. No existen los conocimientos innatos

Los seres humanos llegamos a la vida sin saberes previos ni esquemas de pensamiento que delimiten cómo debemos concebir la realidad. Todo lo que llegaremos a saber será gracias a la exposición a las experiencias.

De esta manera, David Hume negaba el dogma racionalista de que hay verdades que existen por sí mismas y a las que podríamos tener acceso en cualquier contexto posible, tan solo mediante la razón.

2. Existen dos tipos de contenidos mentales

Hume distingue entre las impresiones, que son esos pensamientos que se fundamenta en cosas que hemos experimentado a través de los sentidos, y las ideas, que son copias de las anteriores y su naturaleza es más ambigua y abstracta al no tener los límites ni los detalles de algo que se corresponde con una sensación originada por ojos, oídos, etc.

Lo malo de las ideas es que, a pesar de corresponderse exactamente con la verdad, nos dicen muy poco o nada acerca de cómo es la realidad, y a la práctica lo que importa es conocer el ambiente en el que vivimos: la naturaleza.

3. Hay dos tipos de enunciados

A la hora de explicar la realidad, Hume distingue entre los enunciados demostrativos y los probables. Los demostrativos, como su nombre indica, son aquellos cuya validez puede ser demostrada evaluando su estructura lógica. Por ejemplo, decir que la suma de dos unidades equivale al número dos es un enunciado demostrativo. Eso implica que su verdad o falsedad es evidente en sí misma, sin necesidad de investigar acerca de otras cosas que no estén contenidas en el enunciado o que no formen parte del marco semántico en el que se encuadra ese enunciado.

Los probables, en cambio se refieren a lo que ocurre en un tiempo y en un espacio determinados, y por consiguiente no se puede saber con total seguridad si son ciertos en el momento en el que se enuncian. Por ejemplo: "mañana lloverá".

4. Necesitamos los enunciados probables

A pesar de que no nos podamos fiar totalmente de su validez, necesitamos respaldarnos con enunciados probables para vivir, es decir, confiar más en unas creencias y menos en otras. De no ser así estaríamos dudando de todo y no haríamos nada.

Así pues, ¿en qué se fundamentan nuestros hábitos y nuestra manera de vivir siguiendo unas creencias sólidas? Para Hume, los principios por los que nos guiamos son valiosos porque es probable que reflejen algo cierto, no porque se correspondan exactamente con la realidad.

5. Las limitaciones del pensamiento inductivo

Para Hume, nuestras vidas se caracterizan por estar asentadas sobre la creencia de que conocemos ciertas características invariables acerca de la naturaleza y todo lo que no rodea. Estas creencias nacen a partir de la exposición a varias experiencias similares.

Por ejemplo, hemos aprendido que al abrir el grifo pueden pasar dos cosas: o cae líquido o no cae. Sin embargo, no puede ocurrir que salga líquido pero, en vez de caer, el chorro se proyecte hacia arriba, en dirección al cielo. Esto último parece evidente, pero, teniendo en cuenta las premisas anteriores... ¿qué justifica que vaya a seguir ocurriendo siempre del mismo modo? Para Hume, no hay nada que lo justifique. De la ocurrencia de muchas experiencias similares en el pasado, no se deriva lógicamente que siempre vaya a pasar eso.

Así pues, a pesar de que hay muchas cosas acerca de cómo funciona el mundo que parecen evidentes, para Hume estas "verdades" no lo son realmente, y solo actuamos como si lo fuesen por conveniencia o, más concretamente, porque forman parte de nuestra rutina. Primero nos exponemos a una repetición de experiencias y luego asumimos una verdad que realmente no está ahí.