Foucault y la Tragedia de los Comunes
En la ciencia política, y más concretamente en el campo de la acción colectiva, existe un concepto clave: la Tragedia de los Comunes. Se trata de una idea que pone el foco de estudio sobre la existencia de situaciones en las que un agente, en la búsqueda de un interés particular, puede producir un resultado totalmente contrario al que esperaba el individuo. Y más aún, que sea un resultado “trágico” de cara al interés general de la sociedad.
Michel Foucault y la Tragedia de los Comunes: la época del biopoder
El ejemplo clásico que se enseña en las clases de acción colectiva sobre este concepto es el de un pueblo de tradición pesquera en el que aparece la problemática de la desaparición de los peces. En este escenario, si no se le pone freno a la pesca y no hay un pacto entre todos (regularizar o controlar seriamente esta actividad), los peces desaparecerán y la gente del pueblo terminará muriendo de hambre. Pero si no se pesca, la población también puede terminar muriendo.
Ante este dilema, una solución: la cooperación. Sin embargo, en ausencia de cooperación existen fuerzas hegemónicas que pueden salir beneficiadas si acaparan los bienes (en este caso, los peces) y se nutren de la miseria generada por su propio monopolio. Por esa razón, al poder hegemónico le interesa eliminar cualquier tipo de cultura política o social que favorezca la cooperación. En consecuencia, le interesa potenciar la cultura del individualismo. Veamos pues, algunos ejemplos de cómo el poder lleva a la práctica tal premisa.
El crossfit y la conciencia individualista
Michel Foucault, uno de los grandes pensadores sobre la teoría del poder, señala que uno de los ingredientes de los que se alimenta el poder para ejercer el control sobre la población es intentar inculcar una conciencia individualista. Según este autor, el objetivo final que mueve al poder es hacer que los individuos de una sociedad sean lo más productivos posibles, pero al mismo tiempo, que sean lo mas dóciles y obedientes también. Bajando al terreno de lo concreto, se puede decir que la práctica del crossfit es un buen ejemplo en que se da esta conciencia individualista encaminada a provocar que los sujetos sean dóciles, obedientes y productivos.
Para quien no lo sepa, el crossfit es una modalidad deportiva que se ha puesto muy de moda últimamente, gracias en parte a una buena dosis de marketing. Consiste en una especie de entrenamiento militar multidisciplinar (combina varios deportes como strongman, triatlón, halterofilia, gimnasia deportiva, fitness) que se estructura en un buen número de diferentes ejercicios diversificados en el tiempo, número de repeticiones, series, etc.
Para que haya individualismo ha de existir disciplina, y el crossfit es el deporte rey en lo que a disciplina se refiere. La disciplina persigue la ritualización de actitudes y conductas, que podríamos sintetizar con el término obediencia. La obediencia puede ser entendida como la ausencia de búsqueda de opciones alternativas ante una figura de autoridad que provee las pautas a seguir. En el crossfit, la disciplina del cuerpo permite que éste actúe como prisión para los sujetos. Los ejercicios muy mecanizados buscan la perfección estética y funcional del músculo.
El objetivo final es convertirse progresivamente en una suerte de máquina más productiva, en el que el factor tiempo (control del tiempo) actúe también como controlador del propio sujeto. Todo esto se fundamenta en una estructuración meticulosa que plantea combinaciones de series de ejercicios totalmente predefinidas y fragmentadas en el tiempo, por turnos, cual mímesis de una producción fabril, solo que en este caso, la fábrica es la propia persona. Así, tenemos como resultado final un sujeto cuyo único objetivo es ser cada vez más productivo y que, paradójicamente, acaba agotado física y mentalmente sumido en este espiral de productividad y alienación.
La objetivación del sujeto y la figura del emprendedor
Un paso más allá para que el poder consiga su objetivo (la optimización de la productividad) es el hecho de crear la conciencia colectiva de lo que le interesa, haciendo que estos cuerpos individualistas sumen fuerzas para generar un gran cuerpo colectivo que produzca para él (el poder). Se trata de conciencias individualistas que eventualmente se unen para llegar mejor a sus objetivos individuales.
Por eso, el poder siempre ha buscado la normalización de la sociedad, esto es, crear pautas, rutinas, normas, praxis en el día a día que se establezcan como habituales, comunes, normales y, a la postre, aceptables (diferenciándose así de las actitudes o conductas que, por su condición de residuales, puedan etiquetarse someramente de no normales, excéntricas o disfuncionales). Por esta razón, se emplean leyes para poder definir los límites de lo normal, siempre de consuno con aquellas conductas o juicios afines a la lógica legal, que no deja de ser una expresión de cierta escala de valores que se pretende consolidar.
El sistema gira entorno a un elemento clave que lo define, la empresa. Si el poder persigue un objetivo, lo siguiente que hará es convertir a las personas en ese objetivo, objetivar los sujetos en el objeto empresa, el famoso “yo soy empresa” con la finalidad de que todas las personas de la sociedad civil produzcan en el mismo sentido, en el sentido que le interesa al poder: que los sujetos se autodefinan como empresa, que sean empresa.
Volvamos al ejemplo de los pescadores que mencionábamos en el inicio del texto. El proceso de individualización y la mentalidad de “yo soy empresa y por lo tanto tengo que ganar a todos los competidores que hay en el mercado” solo favorece a aquellos que persiguen que los peces se terminen antes de que la naturaleza pueda reproducir la especie[1]. No obstante, es oportuno clarificar que en este artículo no estamos sosteniendo en ningún momento que los pescadores del ejemplo o cualquiera de nosotros formemos parte de la oligarquía (seria, de hecho, negar el mismo término) pero sí que podríamos afirmar que actuamos según los intereses de esta oligarquía y en contra, tarde o temprano, de nuestros mismos intereses, como parte integrante e inconsciente de una maquinaria corporativista.
Es por esto que tanto el individualismo como la no cooperación (sobre todo en tiempos de crisis como los actuales) suponen, en cualquier caso, la tragedia de los comunes.
Referencias bibliográficas:
- [1]: En lo que se refiere a la repoblación de las especies de peces, podríamos vincular la cooperación con un modelo de decrecimiento económico, pero esto ya es otro tema que trataremos en fechas futuras.