¿Qué mentalidad dirige tu vida?
Estamos acostumbrados a movernos por la vida en piloto automático. Yo siempre cuento que me di cuenta de esto en mi propia vida un día que cogí el coche y conduje 20 kms por la carretera sin darme cuenta. Cuando llegué al destino y aparqué, sentí que me había teletransportado hasta allí, no recordaba nada de mi viaje.
Ese día salí de casa preocupada, con dudas, y con muchas tareas para hacer.
Seguro que a ti también te pasó. Piensa en todos los días que se te escurrieron entre las manos sin saborearlos, simplemente sobreviviendo a todas tus obligaciones.
Me imagino nuestra mente moderna como una pista de coches de carrera. En esa vorágine no hay espacio entre estímulo y respuesta. Y, sin embargo, para dejar de apagar fuegos y empezar a vivir con bienestar, lo que tenemos que hacer es justamente pausar y desacelerar nuestra marcha frenética. Podemos adoptar una mentalidad que nos invite a hacer nuestras labores diarias desde un lugar de disfrute y de exploración, y con confianza en nosotros ya que siempre sabemos ingeniárnosla para sortear obstáculos y seguir adelante.
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¿Qué es la mentalidad fija?
El término “mentalidad” lo acuñó la Doctora Carol Dweck en su teoría de mentalidad de crecimiento y mentalidad fija. Una persona con mentalidad fija piensa que ha nacido con ciertas habilidades y coeficiente intelectual. A esta persona le va a motivar verse inteligente, por lo tanto, va a hacer todo lo que esté en su poder para probarlo. No va a arriesgarse fuera de su zona de confort porque teme equivocarse. Se sentirá atemorizado/a cuando vea que otras personas triunfan porque lo verá como una amenaza a sus propias posibilidades de avanzar.
Esta persona trabajará hasta el cansancio en los planos que considera que se le dan bien las cosas (en su trabajo, en sus estudios, o en el deporte). La mirada del otro le influye muchísimo, porque necesita sentir que “ha pasado” su evaluación. Es una persona implacable consigo misma también porque su inflexibilidad hace que tenga tendencias perfeccionistas y controladoras. Por esto mismo, no puede soportar una opinión que perciba negativa porque lo encuentra desmoralizante.
Si te sientes identificado/a con algo de esto, te aclaro que todos tenemos un poco de esta mentalidad y que todos también tenemos un poco de la mentalidad de crecimiento. Déjame explicarte como es esta última y luego vamos a ver cómo influyen en nuestra calidad de vida.
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¿Qué es la mentalidad de crecimiento?
Una persona con una mentalidad de crecimiento tiene un deseo intrínseco muy grande de aprender. Su mentalidad es ágil y dúctil. Entiende que si no sabe sobre algo, lo podrá aprender, y que lo importante es animarse, jugar, y divertirse con lo que tiene que practicar hasta dominarlo.
Esta persona ama los desafíos y está comprometida con su crecimiento personal. Escucha con atención las sugerencias que recibe porque entiende que son una gran manera de mejorar.
Una persona con mentalidad de crecimiento se caerá en el camino de lo que emprende, pero tendrá la perseverancia para levantarse y tomarlo como una lección en su recorrido. El éxito de los demás le sirve de inspiración porque lo verá como una señal de que si los demás pudieron, el/la podrá también.
Insisto, oscilamos entre una mentalidad y la otra depende la ocasión. Sin embargo, me atrevería a decir que nuestra cultura, nuestro sistema educativo, y la sociedad en general, no ven ni a los nuevos retos, ni al éxito ajeno, ni a los errores, como una oportunidad.
Es por eso que crecemos sintiendo que no somos lo suficientemente buenos cuando nos enfrentamos a dificultades que nos cuestan resolver, dudamos de nuestra capacidad y podemos llegar a ser muy despiadados con nosotros mismos. Nos exigimos, nos castigamos, y nos enajenamos en la máquina de hacer para probar nuestro valor.
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¿Qué hacer?
Es por todo lo anterior que es importante primero detectar qué mentalidad está dirigiendo nuestra vida para que luego aprendamos a relacionarnos con ella de forma tal que estemos más presentes en nuestras actividades cotidianas, y que aprendamos a tratarnos bien y a vivir con más lucidez. Este es el primer paso hacia nuestro bienestar.
En el ejemplo que te di sobre mí al principio, lo primero que me surge son unas grandes ganas de abrazar a la Yo agobiada de ese momento. Me susurraría que nadie se va a decepcionar si llego unos pocos minutos tarde, que todo va a salir bien porque he dado lo mejor de mí, y que si hay un traspié me sobrepondré a la situación con ingenio como siempre. También me sugeriría que tengo que aprender a ponerme límites y a priorizar porque no puedo abarcar más de lo que mis fuerzas humanas pueden hacer.
Pregúntate: ¿Tengo miedo a fallar? ¿Qué puede pasar si lo hago? ¿Tengo miedo al qué dirán sobre mí los demás? ¿Cómo puedo diferenciar y aprender de quién me dice algo constructivo y quién no? ¿Necesito controlarlo todo? ¿Qué puedo delegar?
Una vez que eres consciente de qué mentalidad está dirigiendo tu vida, puedes re-educarte para relacionarte de una manera más tolerante contigo mismo, con lo que tengas que hacer, y con los demás. Desde un lugar sereno siempre puedes reconducir tus acciones.
Regálate más paz mental, una acción a la vez, un día por vez y verás cómo encuentras el gozo en las pequeñas cosas de la vida, y en el aprendizaje de navegar los desafíos de la vida con más destreza y con la mirada puesta en tu interior y no en el afuera.