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¿Por qué lloramos los seres humanos?


Bebés y niños pequeños llorando con intensidad. Lloran porque tienen hambre, frio, miedo o dolor… Lloran en el colegio, en casa, en el parque y en el supermercado. Muchos de ellos lloran a todas horas o varias veces al día. Está claro que ante la ausencia del lenguaje oral, el mecanismo del llanto permite a los niños reclamar la atención necesaria para sus cuidados o expresar un malestar, teniendo bien establecida una función adaptativa al obtener como resultado, la ayuda del adulto que satisface sus necesidades más básicas.

Esta ventaja adaptativa, que garantiza la supervivencia de la especie por ser una demanda de ayuda, especialmente en los bebés humanos, ya fue señalada por Darwin en sus investigaciones sobre la adaptación de las especies, como un fenómeno universal.

¿Por qué lloran los adultos?

El ser humano tiene la capacidad de llorar desde que nace hasta que muere, sin embargo, a lo largo del desarrollo socioemocional, el mecanismo del llanto modula su función evolutiva de supervivencia, en función de capacidad de independencia que va ganando. Es decir, es menos frecuente que un adulto llore porque tenga frío o hambre, porque su mecanismo adaptativo habrá pasado a funciones de movilización más complejas y resolutivas, canalizando sus recursos a la búsqueda activa de su propio alimento o abrigo.

Pero entonces, y especialmente en el primer mundo, ¿por qué lloran los adultos, si sus necesidades básicas están cubiertas?, ¿lloramos menos de adultos porque ya no nos sirve?, ¿por qué hay personas más propensas al llanto y otras que llevan años sin llorar?, ¿nos hace bien llorar o es la expresión poco útil de un simple malestar? Lo que está claro es que no estamos hablando de un mero efecto biológico, sino de un mecanismo complejo en el que confluyen funciones fisiológicas, psicológicas y sociales.

La función biológica de las lágrimas

Biológicamente, las lágrimas son necesarias para el mantenimiento de una buena salud ocular (lubricación de ojo, limpieza o protección a agentes externos) pero también están asociadas a estímulos potentes de carácter emocional, y no exclusivamente negativos como la tristeza, la angustia, el dolor o la frustración…sino que también lloramos de alegría o sorpresa.

El llanto y su relación con la salud emocional

La compresión del llanto en el ser humano adulto y su relación con la salud emocional ha despertado gran interés en expertos e investigadores. Algunas de las hipótesis que se barajan (aún sin apoyo empírico) es que a través del llanto se libera cierta hiperactividad, ayudando a establecer un equilibrio o reducir un estrés puntual. Cierto es que muchas personas expresan sentirse más relajados después de llorar, pero esta valoración no es generalizable puesto que otros muchos no notan cambios en su estado emocional o incluso pueden sentirse peor.

Gracias a la investigación se ha podido descubrir que los componentes de las lágrimas son diferentes en función de agente que los produce, de modo que las lágrimas que secretamos cuando pelamos una cebolla, son químicamente diferentes de las lágrimas que generamos por una tensión emocional. Además de lagrimeo típico hay otros cambios físicos asociados al llanto emocional, como el enrojecimiento de la cara, sollozo, hiperventilación… Las lágrimas “emocionales” están formadas principalmente por agua, lípidos, y otras sustancias y se diferencian de las otras en que contienen mayor cantidad de hormonas, que habitualmente se asocian con el estrés (prolactina, adrenocorticotropa y leucina encefalinas).

La importancia del sistema nervioso autónomo

El control del llanto depende de la rama parasimpática del sistema nervioso autónomo, encargándose de restablecer un estado corporal de descanso o relajación tras un esfuerzo, un estresor, un peligro o una función corporal de gran envergadura (por ejemplo, la digestión). Tiene una función complementaria y antagónica a la rama simpática.

Ante una alerta o ante elevados niveles de tensión, la rama simpática se activaría preparando al organismo para una posible lucha o huida, entendiendo que en ese momento no es inteligente detenerse a llorar, sino reaccionar para salvar la vida o solucionar un problema.

Por su parte el parasimpático actúa inhibiéndose en ese instante para, posteriormente, recomponer el estado normal después de la alarma. Es cuando ha pasado el peligro cuando podemos permitirnos relajarnos y derrumbarnos. Esto explica porqué muchas personas aguantan potentes estresores y fuertes golpes emocionales a los que reaccionan aparentemente bien, y pasado un tiempo es cuando sobreviene el bajón emocional y se desata el llanto.

Llorar puede ayudar a relajarse

¿Entonces podemos decir que llorar ayuda a relajarse? Para muchas personas, podemos decir que sí. Realmente es una forma de descarga emocional necesaria en algunos momentos, muy saludable y nada dañina, que muchos prefieren reservar para realizar en soledad. Otras personas prefieren llorar acompañados. Aunque su demanda no aluda a recursos materiales del otro, llorar permite expresar y hacer una petición de ayuda que generalmente obtiene una respuesta de apoyo emocional del entorno.

Llorar activa en los demás su capacidad de empatía y protección emocional, reforzando ciertas relaciones personales y apegos (cualquier hombro no nos sirve para llorar).

A pesar de la función tan importante del llanto, aún permanece en la sociedad, una barrera que nos protege de esta emocionalidad, como si fuera algo negativo o que habría que erradicar. Muchas personas se perciben así mismos vulnerables, débiles, indefensos cuando lloran teniendo un efecto negativo para su propia imagen, que puede empeorar si además no obtienen el consuelo que esperan o necesitan.

Socialmente somos poco tolerantes al llanto

Socialmente, podemos decir que somos poco tolerantes al llanto del otro. Sabemos que sufren y nos duele su lamento. La reacción natural de consuelo es querer impedir al otro parte esta expresión, sea por género “los hombres no lloran”, “no seas llorica”, “llorar es de nenas”, sea por derecho “no te pongas así”, “no llores”, “dime qué necesitas pero deja de llorar”, “no merece la pena llorar por eso”. Estas expresiones tan habituales, no hacen sino reflejar la incomodidad que supone para uno, la expresión emocional del otro y la incapacidad para sostener afrontar tal intensidad, tal petición de ayuda y apoyo emocional que necesita un adulto.

Dejemos un espacio y un tiempo para llorar, asumamos que su presencia es necesaria, no nos sintamos comprometidos a tener que hacer desaparecer el origen del llanto, no intentemos argumentar las razones para no llorar, simplemente acompañemos a esta reacción natural y normalicemos su función y efecto.