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​Por qué las dietas pueden no funcionar


A la hora de perder peso, muchas personas confían en la dieta como un componente más de los pequeños rituales cotidianos que hay que seguir para tener el cuerpo deseado. Llegado un punto, algunas de estas personas decidirán dejar de fingir que están cumpliendo con los objetivos de su tabla semanal de alimentación y volverán a abrazar con total honestidad una vida entregada a los carbohidratos y la comida basura.

Otros, sin embargo, conseguirán seguir la dieta hasta descubrir, meses después, que no sólo no les ha funcionado sino que además han ganado peso. ¿Por qué ocurre esto? Traci Mann, de la University of Minnesota, explica parte de este misterio en su libro Secrets from the Eating Lab: the science of weight loss, the myth of willpower, and why you should never diet again.

No todo es cumplir tablas

El título del libro puede parecer muy contundente, pero lo cierto es que Mann no sugiere que dé lo mismo lo que se coma. Evidentemente no es lo mismo llevar una dieta basada en la bollería industrial y las pizzas que ceñirse a un plan de alimentación en el que las legumbres, los frutos secos y la fruta constituyen el 80% de lo que se come. Lo que la psicóloga sugiere en realidad es que las dietas son ineficaces por sí solas, porque no contemplan estrategias psicológicas para perder peso: tan sólo indican la materia prima que hay que utilizar.

En realidad, esto no suena descabellado. Si pensamos en las dietas como si fuesen una especie de producto que comprar y aplicar directamente, probablemente hagamos mal esto último, al conferir a la dieta el poder de hacernos perder peso y obviar todo lo demás. Concretamente, estaremos pasando por alto los mecanismos de autocontrol que deberíamos estar usando y cuya ausencia puede volvernos ciegos a los continuos fallos a la hora de seguir una buena planificación de alimentos.

Traci Mann asegura que para entender por qué las dietas no se muestran eficaces hay que reconocer en primer lugar que cada persona tiene una manera distinta de asimilar los alimentos, y que esto último está determinado en buena parte por nuestra genética.

Muchas personas tienden a crear amplias capas de grasa, y con otras ocurre lo contrario. Así pues, el cuerpo humano no tiene un "centro" al que tender de forma natural, porque todos somos distintos. Cuando una persona intenta perder peso para acercarse a ese "punto central" ficticio, su cuerpo se siente descompensado y hace esfuerzos para adaptarse a la nueva situación.

Uno de los efectos secundarios de esta lucha por adaptarse a una dieta con menos calorías es el estrés. El cuerpo intenta que nos mantengamos en estado de alerta y busquemos nuevas fuentes de calorías, lo cual fomenta, como cabría esperar, que hagamos más viajes a la nevera.

Las dietas cogen nuestros hábitos alimenticios habituales y los someten a una resta, pero no contempla el ejercicio compensatorio que hace nuestro cuerpo para contrarrestar con pequeñas sumas diarias como el picoteo entre horas. Al final es posible que con la dieta estemos comiendo tanto los alimentos que nos propone ese plan de comidas como los aperitivos ocasionales que nos genera el estrés y que somos capaces de pasar por alto o minusvalorar, sin darnos cuenta que sólo comemos tanto entre horas desde que empezamos a autoimponernos cierto tipo de menú diario.

Es inútil pensar en la fuerza de voluntad

Otra de las ideas del libro es que no resulta práctico hacer que una de los elementos fundamentales en el cumplimiento de la dieta sea la fuerza de voluntad. Mann considera que la fuerza de voluntad se ha mitificado hasta convertirla en una especie de agente cuyo papel es dar órdenes al resto del cuerpo, como si tuviera poder sobre él.

Sin embargo, esta idea de "fuerza de voluntad" deja de tener importancia cuando nos damos cuenta de que ningún componente de nuestro cuerpo es capaz de dar órdenes de forma unilateral, sin recibir presiones del resto del organismo. En concreto, Mann cree que este concepto sólo existe para tener algo a lo que echarle la culpa cuando algo no funciona. Es algo así como el hueco debajo de la alfombra en el que se esconde lo que no nos conviene explicar.

¿Qué hacer?

Un modelo teórico útil para explicar nuestra relación con la dieta es uno que no dependa de una idea tan abstracta como lo es la fuerza de voluntad y que acepte que hay que ponerle límites a la pretensión de perder peso si no se quiere perder en salud, debido al papel que juegan nuestros genes. Así pues, cada persona debería centrarse en conseguir un punto de delgadez tolerable, pero no más.

A partir de ahí, el punto está en controlar la calidad de lo que se come, pero centrarse más bien en seguir estrategias para no caer en una tentación inaceptablemente alta en carbohidratos. Estas estrategias no pueden confiarle casi nada a la fuerza de voluntad, ya que esta se doblegará en favor de los mecanismos de adaptación dictados por la genética.

Lo que propone Mann es perseguir objetivos que nos alejan indirectamente de las ingestas calóricas tentadoras.

Parte de estas estrategias son puramente psicológicas, como por ejemplo sustituir los pensamientos acerca de un pastel por otros en los que aparece pan integral o un alimento con aún menos carbohidratos. Otras, sin embargo, están relacionadas con cambiar materialmente nuestro entorno. Por ejemplo, esconder o tirar a la basura la comida basura que haya en la casa, o ponerse trabas para acceder a esta comida. De este modo, el deseo por la comida con carbohidratos será sobrepasado por otra tendencia que también es muy humana: la pereza de ir a buscar la comida. ¡Son todo beneficios!

Referencias bibliográficas:

  • Mann, T. (2015). Secrets from the Eating Lab: the science of weight loss, the myth of willpower, and why you should never diet again. Nueva York: HarperWave.