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René Descartes: biografía de este filósofo francés


René Descartes ha sido uno de los grandes pensadores de la historia. Su influencia sobre el pensamiento y filosofía occidental es innegable, especialmente si tenemos en cuenta su famosa obra “El discurso del método”

Estuvo muy avanzado a su tiempo, una época en la que Galileo Galilei, un contemporáneo suyo, estaba siendo censurado por las élites religiosas, haciendo que la filosofía cartesiana tuviera, al principio, dificultades para ser siquiera publicada.

A continuación veremos la vida y obra de este filósofo a través de una biografía de René Descartes, además de entender con más detalle su pensamiento filosófico.

Biografía de René Descartes

Matemático, físico y, más conocido como filósofo, René Descartes ha sido un personaje polifacético. A continuación veremos su biografía.

Primeros años de vida

René Descartes nació en La Haye, Francia, el 31 de marzo de 1596. Su madre falleció cuando él apenas tenía 13 meses, y su padre, al estar ocupado con su trabajo en el parlamento de Bretaña, apenas tenía tiempo para el joven Descartes, así que su educación cayó en manos de su abuela materna.

El pequeño René se educó en un colegio jesuita en La Flèche, entre los años 1604 y 1612, que en aquel momento era una de las instituciones jesuitas más famosas de Europa. Ese centro tuvo una importancia caudal para su desarrollo intelectual.

Allí aprendió varias cosas, aunque se centraba en la enseñanza de la tradicional educación liberal, teología y cómo ser un buen gentilhombre. Años después, Descartes se mostraría crítico con la educación que recibió en tal centro. En La Flèche, Descartes obtuvo el título de bachiller y, posteriormente, viajaría hasta Potiers para licenciarse en derecho.

En 1616, con apenas 22 años, partió a los Países Bajos para servir en las filas del ejército Mauricio de Nassau, príncipe protestante en la guerra de los treinta años. Más tarde, se enrolaría en las filas de Maximiliano I de Baviera, quien era católico. Esto puede parecer paradójico, dado que en tal contienda estaban enemistados católicos y protestantes. Descartes reconocería que se había enrolado en diferentes ejércitos para conocer nuevos países y entender la realidad de cada bando.

Durante el invierno de 1619 Descartes se quedó bloqueado en un pueblecito del Alto Danubio, cerca de Ulm. Permaneció aislado de cualquier relación social, al lado de una estufa y sin más compañía que la de sus propios pensamientos. Estando allí se le revelarían las bases que sentarían su sistema filosófico: el método matemática y el más que famoso principio cartesiano, “pienso, luego existo”.

Durante la noche del 10 al 11 de noviembre de 1619, víctima de una febril excitación, Descartes tendría tres sueños en donde se le revelaría la forma de su método, y su vocación a consagrar su vida a la filosofía y la ciencia.

Fin de la vida militar

Renunciando a la vida militar, Descartes aprovechó para viajar por tierras germanas y neerlandesas, regresando a Francia en 1622. Pasaría una temporada en Italia, entre los años 1623 y 1625, para luego volver a Francia, afincándose en París y tomando contacto con los más destacables científicos de la época.

En 1628 volvería a Holanda, un país en el que la ciencia estaba avanzando a pasos agigantados gracias a que había una relativa libertad de pensamiento y lo científico gozaba de buena popularidad, residiendo en los Países Bajos durante 21 añós. Durante los primeros cinco años se dedicaría a elaborar su propio sistema del mundo, lo que entendía que era el ser humano y cómo nuestra alma estaba encapsulada en nuestro cuerpo.

En 1633 ya tenía muy avanzada la redacción de Tratado sobre la luz, un texto amplio en el que hablaba sobre metafísica y física. No obstante, decidió no publicarlo, dada la terrible condena a Galileo Galilei. Descartes defendía en aquella obra el heliocentrismo copernicano. Al final la obra sería publicada póstumamente.

En 1637 aparecería su famoso “Discurso del método”, presentado como un prólogo de tres ensayos científicos. El libro ganaría una amplia popularidad y muchos lectores cultos se atreverían a enviar cartas a su autor para discutir sobre qué pensaban o posibles errores en el método cartesiano.

En el discurso, Descartes proponía una duda metódica, con la cual debía ponerse en tela de juicio todos los conocimientos de la época. No es que fuera una duda escéptica, dado que estaba orientada en la búsqueda de principios sobre los cuales cimentar el saber, y no la simple crítica hacia todo conocimiento del momento.

Propuso el método cartesiano para todas las ciencias y disciplinas, y consiste en descomponer los problemas más complejos en partes más sencillas, hasta detectar sus elementos más básicos, ideas simples que puedan presentarse como razones evidentes. Luego vendría relacionar estas mismas ideas para entender los postulados más complejos que estaban constituyendo.

En su física mecanicista explicaba que la extensión era la principal propiedad de los cuerpos materiales, postulado expuesto en su Meditaciones metafísicas de 1641. En esta obra intentó demostrar la existencia de Dios y su perfección, además de la inmortalidad del alma, ya apuntada en la cuarta parte del Discurso del método. Conforme su popularidad iba en aumento, las críticas y las amenazas de persecución religiosa se convirtieron en oscuras sombras que se cernían sobre René Descartes.

Huida a Suecia y final de su vida

Cansado de luchas, críticas y amenazas provenientes de autoridades eclesiásticas y académicos tanto tanto franceses como holandeses, Descartes, en 1649, aceptó la invitación de la reina Cristina de Suecia, quien le invitaba a residir en Estocolmo como preceptor suyo de filosofía.

Esto no era casual. Descartes y la monarca habían mantenido una intensa correspondencia. Pero pese a que René Descartes disfrutaba de la compañía de Cristina de Suecia, culta reina, el país que dirigía no le era tan agradable. Lo llegó a describir como una tierra de osos, donde los pensamientos de los hombres se congelan, junto con el agua.

En el país escandinavo Descartes se tenía que levantar a las cuatro de la mañana, en plena oscuridad y con el frío invernal carcomiéndole los huesos, para dar clases de filosofía a la reina, porque la monarca solo tenía esa hora libre debido a sus regias obligaciones. Esto sería lo que seguramente acabó con su vida, dado que falleció el 11 de febrero de 1650 a causa de una pulmonía, llevando tan solo cinco meses en Suecia.

La filosofía de Descartes

René Descartes es considerado como el promotor de la filosofía racionalista moderna, una de las primeras corrientes filosóficas tras el fin de la Edad Media. En su planteamiento se pretende resolver los problemas filosóficos y científicos por media de un conocimiento que garantice la certeza de los mismos postulados.

En su Discurso del método de 1637 manifestó que pretendía elaborar una doctrina que se basara totalmente en principios nuevos, rompiendo con las enseñanzas filosóficas que había recibido siendo estudiante en La Flèche. Estaba convencido de que la realidad respondía, por completo, a un orden racional. Pretendía crear un método que permitiera alcanzar todo el ámbito del conocimiento con la misma seguridad que proporcionan las ciencias exactas, como la geometría y la aritmética.

Su método está compuesto de cuatro procedimientos:

  • No aceptar como verdadero nada de lo que no se tenga certeza absoluta.
  • Descomponer cada problema en partes más pequeñas.
  • Ir de lo más sencillo de entender a lo más complejo.
  • Revistar todo el proceso para cerciorarse de que no se ha saltado ningún paso.

Para cumplir el primer paso, se plantea la duda metódica, es decir, poner en duda todos los conocimientos adquiridos o heredados. Todo el conocimiento tiene una parte que se puede criticar, pero a su vez hay una parte que es imposible ponerla en tela de juicio, y esta es la propia acción de dudar.

Es decir, dudamos de la realidad, dudamos del conocimiento, pero de lo que no podemos dudar es de que estamos dudando. De esta forma llegamos a una certeza absoluta y evidente: dudamos. La duda es un pensamiento, con lo cual estamos haciendo la acción de pensar. No se puede pensar sin existir, con lo cual, el hecho de pensar, dudar y realizar otras acciones cognoscitivas implica la existencia indiscutible del yo pensante. Es aquí donde surge su famosa frase, “cogito, ergo sum”, esto es la máxima “pienso, luego existo”.

Es en base a esta simple frase, aunque con una certeza absoluta, que Descartes plantea toda su filosofía. No se puede confiar en la existencia de las cosas, porque, aunque las veamos o las toquemos, ¿cómo estamos seguros de que no nos están engañando? ¿cómo estamos seguros de que nuestros sentidos nos dan información veraz?

En cambio, el pensamiento no es una cosa material, sino que contiene ideas de cosas, representaciones de la realidad. Lo que se plantea a partir de aquí es si nuestro pensamiento contiene alguna idea o representación que se puedan percibir con la misma claridad y distinción, que él los considera dos criterios de certeza, con la que percibimos la realidad.

Tipos de ideas

Descartes revisa todos los conocimientos que, con anterioridad, había descartado al comienzo de su búsqueda filosófica. Al reconsiderarlos ve que las representaciones mentales de nuestra forma de ver la realidad se pueden englobar en tres categorías:

  • Ideas innatas.
  • Ideas adventicias.
  • Ideas ficticias.

Las ideas innatas ya se encuentran, como su nombre indica, en nosotros en el momento de nacer. Son ideas como la belleza o la justicia. No es algo que se encuentre en el mundo externo, son aspectos abstractos.

Las ideas adventicias serían aquellas que procederían de cosas exteriores, como pueden ser la representación de lo que es un caballo, una mesa o un edificio. Son el resultado de nuestra experiencia, obteniéndolas por medio de los sentidos. El problema es que, dado que nuestros sentidos pueden fallar, no podemos tener la certeza de que las ideas adventicias que poseemos sean verdaderas.Quizás la realidad no sea más que una mera ilusión.

Por último están las ideas ficticias que, como su propio nombre sugiere, son aquellas representaciones de cosas que no existen, como pueden ser los monstruos en la mitología, los unicornios o cualquier otra. Son ideas inventadas, creatividad. Estas ideas ficticias son el resultado de la suma o combinación de otras ideas que sí serían adventicias.

Nuestra existencia y la de Dios

Al examinar las ideas innatas, las cuales no nos son dadas por medio de los sentidos dado que no tienen representación externa, nos encontramos con un hecho bastante paradójico. Los seres humanos no somos perfectos, dado que morimos y tenemos nuestras debilidades, pero podemos concebir ideas de perfección, como la de Dios, un ser infinito, eterno e inmutable.

La idea de Dios, algo perfecto, no puede surgir de un individuo finito e imperfecto, tiene que venir de antes, por acción de otro ser, del mismísimo Dios. El hecho de que creamos en la existencia de Dios como un ser perfecto siendo nosotros imperfectos es la demostración de que Dios existe, porque sino ha sido él quien nos ha puesto su idea de perfección en nuestra imperfecta mente ¿quién ha sido?

Sobre la sustancia

Descartes define el concepto de sustancia, entendida como aquello que existe de tal modo que sólo se necesita a sí misma para existir. Las sustancias se manifiestan a través de modos y atributos. Los atributos son propiedades esenciales que revelan la determinación de la sustancia, esto es, aquellas cualidades sin las cuales una sustancia dejaría de ser esa sustancia. Los modos no son propiedades, sino meramente accidentales, situaciones o aspectos temporales.

El atributo de los cuerpos es la extensión, dado que de carecer de ella dejan de ser cuerpos. Todas las demás propiedades, como son su forma, color, ubicación y movimiento son solamente modos, es decir, fenómenos relativamente temporales.

El atributo del espíritu es el pensamiento, dado que el espíritu tiene esa propiedad siempre. Por lo tanto, existe una sustancia pensante, llamada “res cogitans”, pero esta no es un cuerpo, dado que carece de extensión, y su atributo es el pensamiento. Luego está una sustancia que está compuesta de cuerpos físicos, llamada “res extensa”, cuyo atributo sería la extensión, entendida como tridimensionalidad. Ambas sustancias son irreductibles entre sí y totalmente separadas y esta concepción de estas dos sustancias es lo que se denomina dualismo cartesiano.

El ser humano está compuesto de cuerpo, es decir, res extensa, y alma, res cogitans. Pero esto choca con la idea de que estas dos sustancias están totalmente separadas. En el caso del ser humano, el alma reside en la glándula pineal, dirigiendo el cuerpo. Es así como nuestra res cogitans y nuestra res extensa establecen contacto, siendo el alma quien ejerce influencia sobre el cuerpo.