El ciclo de la violencia en las relaciones de pareja
¿Por qué la mujer agredida no deja a su agresor? ¿Por qué no denuncia los ataques? ¿Por qué después de denunciar muchas veces retiran la denuncia? ¿Qué sienten las víctimas agredidas en las diferentes etapas de la agresión? ¿Cómo llegan a convertirse en víctimas?
Todos hemos oído este tipo de preguntas entre la opinión pública. Podemos darle respuesta si nos fijamos detenidamente en el proceso de victimización, que como ya indica el nombre no es una situación que se dé de forma puntual y aislada, sino algo que se va desarrollando a lo largo del tiempo. Una relación donde existe maltrato no suele empezar a producirse de la noche a la mañana.
Es un proceso que empieza muchas veces de forma sutil y que provoca que la víctima no siempre sea consciente de la gravedad de la situación que está viviendo.
El ciclo de la violencia y el proceso de victimización
En el año 1979 la reconocida psicóloga americana Leonore Walker arrojó luz sobre cómo funcionan los procesos de victimización a partir de sus investigaciones diseñadas para tratar de entender y de dar respuesta a las preguntas anteriormente planteadas.
A partir de los testimonios de mujeres maltratadas se dio cuenta que no son agredidas todo el tiempo ni de la misma manera, sino que existen fases para la violencia, que tienen variada duración y diferentes manifestaciones. Esto es lo que se ha llamado el ciclo de la violencia,una de las teorías sobre dinámicas internas a las relaciones violentas más difundida en el mundo.
Esta teoría contempla la existencia de cuatro fases en toda dinámica de violencia relacional. Las fases en las que se divida el ciclo de la violencia se van sucediendo las unas a las otras, hecho que precisamente dificulta que el ciclo se pueda romper. En una misma relación, el ciclo puede repetirse infinitas veces y la duración de sus fases puede ser variable.
Las 4 fases del maltrato
A continuación describiré las distintas fases por las que pasa una persona maltratada.
1. Fase de Calma
En una primera fase, la situación está calmada. No se detectan desacuerdos y todo se vive de manera idílica. Pero, cuando el ciclo se ha repetido varias veces, la víctima puede empezar a tener la sensación que la calma se mantiene porque todo está correcto según el punto de vista del agresor que es, en última instancia, el motor del ciclo.
2. Fase de Acumulación de Tensión
Comienzan los pequeños desacuerdos, pues el agresor se siente cuestionado por su víctima de manera creciente. Puede ser que la víctima, en su intento por mantener las cosas como el agresor quiere, cometa algún error pues el aumento de la tensión afecta su capacidad para concentrarse. En esta fase, de hecho, se comienza a ejercer un maltrato psicológico basado en la idea de control y que es una señal de alarma de lo que está por venir.
Muchos agresores se excusan precisamente diciendo que estuvieron avisando a su víctima pero que ésta no les hizo caso y les siguió provocando. La mujer intenta calmar, complacer o, al menos, no hacer aquello que le pueda molestar a la pareja, en la creencia irreal de que ella puede controlar la agresión.
Las tensiones se construyen y se manifiestan de forma específica como determinadas conductas de agresión verbal o física de carácter leve y aislado, a partir de pequeños incidentes: sutiles menosprecios, insinuaciones, ira contenida, sarcasmo, largos silencios, demandas irracionales, etcétera. La víctima va adoptando una serie de medidas para gestionar dicho ambiente, y progresivamente va adquiriendo mecanismos de autodefensa psicológicos de anticipación o evitación de la agresión.
Las acciones del agresor van dirigidas a un objetivo: desestabilizar a la víctima. En esta fase la víctima tiende a minimizar o negar el problema (“tenemos nuestros más y nuestros menos, como todo el mundo”), justificación de la conducta violenta del agresor (“como es muy pasional, se deja llevar por el enfado…”), y hacer alusiones a aspectos positivos de su pareja (“él es mi único apoyo en la vida”).
3. Fase de Explosión
El agresor pasa a la acción. Se caracteriza por una fuerte descarga de las tensiones provocadas en la anterior fase por el agresor. Se producen las agresiones físicas, psicológicas y/o sexuales más importantes.
En comparación con las otras fases, esta es la más corta pero también la que es vivida con mayor intensidad. Las consecuencias más importantes para la víctima se producen en este momento, tanto en el plano físico como en el psíquico, donde continúan instaurándose una serie de alteraciones psicológicas por la situación vivida.
En esta fase la víctima puede mantener elevadas expectativas de cambio en su pareja (“con el tiempo cambiará, hay que darle tiempo…”), y aparecen sentimientos de culpa (“me lo tengo merecido”, “la culpa es mía por haberle elegido a él”).
4. Fase de Luna de Miel
Al principio, acostumbra a ser la fase responsable de que la víctima se mantenga en el ciclo pues en ella el agresor inicia una serie de conductas compensatorias para demostrar a la víctima que lo siente y que no volverá a pasar más. Esto hace que la víctima vea también la parte positiva del agresor y queda atrapada en reflexiones acerca de cómo conseguir que esta parte aparezca más frecuentemente.
Esta fase se caracteriza por una extrema amabilidad y conductas “cariñosas” por parte del agresor (atenciones, regalos, promesas…). El agresor trata de influir sobre familiares y amistades para que convenzan a la víctima de que le perdone. Suele ser frecuente tratar de hacer ver a la víctima que el agresor necesita ayuda profesional y el apoyo de ella, y que no puede abandonarlo en dicha situación; motivo por el que algunas víctimas vuelven con el agresor (en caso de que éstas hubieran cesado la convivencia con él) y/o retiran la denuncia que habían presentado anteriormente.
Pero, pasado el tiempo, esta fase suele ir desapareciendo y el ciclo queda reducido solamente a tres fases: calma, acumulación de tensión y explosión. Esta desaparición de la fase de luna de miel concuerda con una verbalización que muchas víctimas hacen cuando comentan que “yo, mientras no me chille y no me maltrate, ya me basta” obviando así que una relación se sostiene en cosas que van más allá de la ausencia de malos tratos.
Al acortarse la fase de luna de miel las agresiones van siendo cada vez más fuertes y frecuentes, lo que disminuye los recursos psicológicos de las mujeres para salir de la espiral de la violencia.
Conectando con la Teoría de la Indefensión Aprendida
Leonore Walker postuló que la Teoría de la Indefensión Aprendida de Seligman era una de las teorías que podían explicar las reacciones psicológicas y conductuales de las mujeres que sufrían maltrato.
Siguiendo esta teoría, el maltrato continúo provocaría la percepción cognitiva de que se es incapaz de manejar o resolver la situación por la que se atraviesa, que se generalizaría a situaciones futuras. Este sentimiento de indefensión llevaría a un aumento de depresión, ansiedad, y produciría un efecto debilitador en las habilidades de resolución de problemas.
Las mujeres maltratadas llegarían a un punto en que reconocerían que sus respuestas no tienen ningún impacto sobre su situación de maltrato por haber puesto en práctica diferentes alternativas para cambiar su propia conducta o la del agresor y a pesar de ellos haber seguido sufriendo malos tratos.
Reflexiones finales
Algunos autores han criticado la teoría de la indefensión aprendida aplicada a mujeres maltratadas, ya que puede ser mal interpretada y utilizada para apoyar los conceptos estereotipados de mujer pasiva o de víctimas indefensas. Walker declara que se debe utilizar el término “indefensión” con mucho cuidado, ya que da una imagen de las mujeres maltratadas como personas poco capaces y responsables. Por eso hay que hacer hincapié en que uno de los pilares para trabajar con las víctimas es fomentar su autonomía/autocuidado, su autoestima y su propia responsabilidad.
Las mujeres maltratadas no son culpables de lo que les ha sucedido, pero sí son responsables, después del trabajo terapéutico y de ser conscientes de la naturaleza del ciclo de violencia, de prevenir que una nueva situación de violencia se dé en una futura relación de pareja. En ese punto estarán capacitadas para identificar señales que indiquen que una relación no es “sana”.