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Lo que las personas proyectamos en los demás


Las relaciones personales son siempre un proceso bi-direccional: no nos limitamos a interactuar con el resto de personas partiendo de una situación de neutralidad en la que emitimos información y adoptamos una actitud dependiendo de la que nos envien de vuelta, sino que nuestras maneras de pensar y los aprendizajes previos que hemos realizado nos influyen desde el primer momento.

Es por eso que cuando socializamos, además de establecer una comunicación, también es muy habitual que proyectemos nuestras inseguridades en los demás. Incluso si la persona que tenemos en frente no nos ha dado motivos para ello, podemos partir de prejuicios o creencias hasta cierto punto arbitrarias que nos lleven a pensar que, más que interactuar con alguien, estamos interactuar con algo que llevamos dentro. Quizás, incluso, ese “algo” lleva muchos años en nuestro interior. ¿A qué se debe este fenómeno?

La importancia de la disonancia cognitiva

Las personas tenemos tendencia a buscar una coherencia interna entre nuestras creencias, pensamientos, actitudes y las conductas que llevamos a cabo en nuestro día a día; esa es la forma más habitual de funcionar en el día a día y de relacionarnos con nuestro entorno.

En el momento en el que existe una incoherencia o contradicción entre nuestras creencias o entre las maneras de pensar a las que nos solemos aferrar, se genera un estado de malestar en nosotros, una especia de tensión psicológica. Esto es en parte debido a que estos “choques” de ideas tienen implicaciones en cómo nos percibimos y en cómo percibimos lo que hay a nuestro alrededor, y por ello nos sentimos obligados a resolver ese conflicto.

En ocasiones, para solventar este problema podemos llegar a engañarnos a nosotros mismos o a buscar mecanismos para solventar esa incoherencia interna manipulando las premisas de las que partimos, los significados de las palabras, etc.

¿Cómo afecta a la autoestima la disonancia cognitiva?

La inconsistencia entre procesos cognitivos distintos o entre lo que uno piensa y lo que termina haciendo es un fenómeno asociado a la disonancia cognitiva. Y es que esta puede definirse también como la tensión que experimenta una persona cuando sus acciones no coinciden con sus pensamientos, actitudes o creencias; o bien cuando ésta percibe que alberga en su mente dos pensamientos o cogniciones simultáneas que se excluyen mutuamente, de manera que no pueden servir como guía para saber qué hacer hasta que no logremos posicionarnos adecuadamente en ese “conflicto”.

Se trata de un fenómeno altamente estudiado en el ámbito de la psicología desde los años 50, cuando el psicólogo Leon Festinger acuñó por primera vez el término “disonancia cognitiva”. En su caso, lo describió en casos tan llamativos como el de una secta que se veía obligada a generar explicaciones de por qué el apocalipsis no se había producido en las fechas en las que preveía su líder; sin embargo, la disonancia cognitiva se da también en situaciones mucho más cotidianas, como por ejemplo en lo que hacemos cuando nos comparamos con los demás.

La disonancia cognitiva puede influir mucho en nuestra autoestima, especialmente cuando las cogniciones o pensamientos contradictorios que podemos tener están relacionados con nuestro autoconcepto, es decir, el conjunto de creencias e ideas que orbitan alrededor de nuestro concepto del “Yo”.

Por ejemplo, esto se nota en el modo en el que muchas personas desarrollan una tendencia a compararse constantemente con influencers y famosos. Estas son figuras públicas cuya razón de ser es precisamente ofrecer su mejor cara, hacer que sea muy fácil idealizarlas, al filtrar de un modo muy cuidadoso la imagen que transmiten a sus seguidores. Esta es una realidad que, desde un punto de vista intelectual, es conocida por la mayoría de las personas.

Sin embargo, desde un punto de vista emocional, es muy frecuente no poder evitar compararse a uno mismo con esas celebridades, lo cual incluso puede facilitar la aparición de psicopatologías como la depresión, el trastorno dismórfico corporal, la anorexia, etc.

Las personas cuya autoestima se resiente por estas comparaciones poco realistas suelen reconocer que las personas a las que admiran ocultan muchas imperfecciones, pero a la vez no se pueden quitar de la cabeza que su ideal, aquello que quieren llegar a ser, está formado por esas imágenes e impresiones asociadas a personas que en realidad no existen más allá del marketing. Y en una situación así, la disonancia cognitiva es resuelta (al menos en apariencia) generándonos la ilusión de que para sentirnos mejor con nosotros mismos hay que emular el comportamiento de esos personajes famosos, incluso si no somos personajes famosos, para terminar frustrándonos al no conseguir llegar a la auto-aceptación.

Proyectando nuestras inseguridades en los demás

Como hemos visto, el camino a la auto-aceptación puede ponernos en la senda de proyectos que en realidad nos llevan hacia el auto-sabotaje. Es decir, que cuando lo que creemos que es desarrollo personal y auto-superación es en realidad la tendencia a proyectar nuestras inseguridades en los demás, todo lo que hagamos juega en nuestra contra.

Es por eso que no son raras las ocasiones en las que, sin que nos demos cuenta, utilizamos al resto de personas como campos de batalla en los que se libran luchas entre partes de nuestra mente que llevan tiempo en conflicto. Eso perjudica a estas personas, sí, pero también nos daña a nosotros, manteniéndonos anclados a problemas e inseguridades que no podemos superar, porque dejamos que nuestras interacciones con los demás las perpetúen, haciendo que esa lucha entre creencias o deseos contrapuestos se vuelva cada vez más encarnizada.

Un ejemplo de esto lo tenemos en las relaciones de amor-odio de las personas que generan envidia. Quienes sufren problemas de autoestima desarrollan envidia con facilidad, y esto les lleva a adoptar una actitud hostil hacia quienes admiran. Esto, a su vez, no es una fuente eficaz de motivación para superarse, porque pesa más la necesidad de dejar al otro en mal lugar (aunque solo sea en nuestra mente) que reconciliarnos con nuestro “Yo”.

En casos así, la disonancia cognitiva es gestionada haciendo que nuestra baja autoestima se convierta en una excusa para menospreciar a esa persona, aportándonos un alivio que a medio y largo plazo resulta insatisfactorio y nos obliga a volver a empezar.

¿Qué hacer?

La psicoterapia es lel medio más eficaz para alcanzar una autoestima equilibrada y para incorporar a nuestra vida buenas formas de socializar y de comunicarnos con los demás. Si te interesa contar con ayuda profesional en este aspecto, ponte en contacto conmigo.

Referencias bibliográficas:

  • Festinger, L. (1962). Cognitive Dissonance. Scientific American. 207(4): pp. 93 - 106.
  • Jordan, C.H.; Spencer, S.J.; Zanna, M.P.; Hoshino-Browne, E.; Correll, J. (2003). Secure and defensive high self-esteem. Journal of Personality and Social Psychology, 85(5): pp. 969 - 978.