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La sobrediagnosticación: todos somos enfermos mentales


Pedro es una persona totalmente sana y normal.

Desafiando el estado de incertidumbre actual, afronta la vida con esperanza y buen ánimo. Esa actitud le confiere una armonía entre el ímpetu y la prudencia permitiéndole realizarse profesionalmente y conjugarlo bien con su ámbito personal y afectivo.

Disfruta de una buena actividad sexual y emocional con su compañera. Saben conciliar el espacio común con el independiente de cada miembro de la pareja y no existe ningún desacuerdo ni conflicto con los hijos porque han sabido crear una estabilidad entre una buena organización y el afecto.

La consecuencia de esta concordancia es que, cuando la pareja, como padres, deben exponer el cumplimiento de alguna pauta a sus hijos, siempre de forma reflexiva, estos lo reciben con cariño hacia sus padres.

Estos hijos están muy integrados académicamente, gozando de excelente relación tanto con los maestros como con los compañeros que también son sus amigos.

La sociedad psiquiatrizada – La psiquatría farmacologizada

Las relaciones interpersonales son prioritarias para Pedro. Goza de un amplio número de amistades y una relación muy colaborativa en el seno familiar. Con ello, llegado el caso, podría obtener cobijo y consuelo en los malos momentos pero nunca lo necesitó. Es una persona dinámica: practica deportes de grupo, relajación oriental y actividades culturales con frecuencia.

Con este panorama vital, Pedro no sabe lo que es estar triste o iracundo, todo le ha salido según lo planificado. Jamás experimentó situaciones fóbicas ni psicopáticas y goza de una sólida serenidad de ánimo.

Persiguiendo un ideal que no existe

Con toda seguridad, usted se ha percatado de que la historia de Pedro es irreal y utópica. También podría pensar que hay algo extraño tras ese ensueño o que se trata de una situación efímera.

A pesar de ello, en la actualidad, cualquier perfil que no coincida con este parámetro perfecto podría ser tachado de anómalo. Si nuestro amigo Pedro divergiera de ese patrón sublime, aunque fuera por un corto espacio de tiempo, estaría en riesgo de ser dictaminado como psicopático y tratado con fármacos.

Según recientes estudios, el 50% de la población de EE.UU. podría ser diagnosticada de algún desarreglo mental.

¿Qué es una psicopatología?

Siendo honestos, todos nosotros tenemos algún pensamiento, en algún momento, susceptible de ser tomado como psicopatológico. La cuestión es que nuestro comportamiento, pensamiento y manera de sentir está bajo la mirada atenta de muchos ojos afanados en hallar algo patológico en nosotros.

Tanto es así, que este hecho a desembocado en la paradoja de “lo normal anormal” en muchos estudios de este tipo, hasta el punto de que, sorprendentemente, hay más individuos con problemas psicológicos que sanos, por tanto, se podría afirmar que los clasificados como “sanos” sufren de un síndrome adaptativo.

El dilema: ¿el paciente o el fármaco?

Según algunos expertos, muchos diagnósticos son más producto de la voracidad consumista y etiquetativa de nuestra sociedad que de un mal biológico cierto. En el tratamiento del sufrimiento, es fundamental saber diferenciar entre la patología propiamente clínica y la que está producida por una aglutinación de circunstancias psicosociales, tratar esto último como una patología es, como poco, muy discutible.

Así, el simple hecho de asignar una palabra para definir el teórico “mal” que aflige a un paciente no hace más que estigmatizarlo. Lamentablemente, parece que la escalada de diagnósticos crece y crece, se diría que, a este paso, en pocas décadas, el planeta será un inmenso frenopático.

Usted podría ser adicto

La vida moderna evoluciona creando nuevos usos y herramientas: internet, juegos de azar, máquinas de videojuego, etc. El mal uso o abuso de estos elementos nos puede convertir en adictos.

Pero alguna voz autorizada ya se ha pronunciado en el sentido de que se generaliza en exceso a la hora de diagnosticar un trastorno simple de comportamiento como si se tratara de una toxicomanía.

Se habla de la vigorexia, adicción al sexo, compra compulsiva…, ¿dónde está la línea entre lo que elegimos como divertimento y lo que sería una adicción?, según algunos terapeutas, etiquetar simples “aficiones” como patológico tiene resultados, en principio, no deseados.

Para empezar, clasificar a estas personas como enfermas es básicamente contraproducente ya que estigmatiza y debilita su propia autoestima y, por ende, la capacidad de vencer su problema, y esa autoestima es fundamental para una terapia exitosa.

Ejemplo candente de esto es el incremento de diagnosis de TDAH (Trastorno de Déficit de Atención e Hiperactividad), se está registrando un índice de diagnósticos en los países desarrollados que rozan el 25% en niños cuando, los que nos dedicamos a esto, sabemos que una prevalencia por encima del 5% ya es dudosa, además de el perjuicio que se le causa a una persona que, por su edad, está sometido a continuos cambios en su evolución psicológica.

La sobrediagnosis en la psiquiatría actual

Desgraciadamente, como en tantos ámbitos de la vida, una vez analizado seriamente este aparente misterio del porqué está pisquiatrizada nuestra sociedad, nos encontramos con una inquietante respuesta: el dinero.

La relación entre la sobrediagnosticación y la aparición de fármacos para curarlos es una evidencia que ya nadie discute. Es cierto que los profesionales tienden a esquematizar al paciente para poder abordar un análisis ágil y certero de la situación pero de ahí a, por ejemplo, “domesticar” a un niño con alta actividad (cosa inherente a esa edad) a base de medicación para evitarnos las molestias, hay un largo tramo. Y este ejemplo es extensible a otras categorías antes mencionadas.

Finalmente, hemos de ser conscientes de nuestras limitaciones en la percepción: está demostrado que aplicamos unas pocas etiquetas concretas y sencillas. En cuanto alguien nos cuadra en alguna de ellas se produce el inquietante efecto de la profecía autocumplida, cosa que obviamente no ayuda en nada, pero aún es peor cuando el factor mercantil nos distorsiona y nos condiciona en la ingente misión de ayudar al prójimo.