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La Inteligencia Emocional aplicada a la gestión de la ansiedad


Los problemas de ansiedad son una constante en la vida de muchas personas, pero no por comunes son más inevitables. Lo cierto es que el ser humano tiene una capacidad nada despreciable de manejar sus estados emocionales, y con la adecuada preparación, es posible sufrir mucho menos bajo los efectos del exceso de ansiedad.

Sí, es cierto que nadie puede controlar totalmente las emociones del aquí y ahora, ni siquiera prever con un 100% de fiabilidad su aparición. Pero entre la nada y el todo hay un sano término medio del que debemos ser conscientes, y que nos muestra que mediante las habilidades asociadas a la Inteligencia Emocional, es posible influir en lo que sentimos y en cómo lo sentimos.

Por eso, a lo largo de este artículo veremos algunas de las claves que hacen de la Inteligencia Emocional algo muy útil a la hora de gestionar la ansiedad.

¿Qué es la Inteligencia Emocional?

Empecemos por lo más básico: ¿qué es la Inteligencia Emocional? Como ya se intuye a través de su nombre, se trata de un conjunto de habilidades psicológicas que nos permite adaptarnos a las diferentes situaciones que nos plantea la vida, muchas de las cuales son nuevas y por consiguiente debemos resolverlas sin aplicar siempre las mismas estrategias o soluciones. Así, al igual que ocurre con el concepto de “inteligencia” a secas, la Inteligencia Emocional va de la mano de la noción de la flexibilidad, la capacidad para variar nuestros patrones de comportamiento dependiendo de lo que esté pasando.

Sin embargo, a diferencia de lo que pasa con la inteligencia en su significado más convencional, la Inteligencia Emocional no se expresa mediante el reconocimiento y manipulación (en nuestra mente) de ideas y conceptos expresables a través del lenguaje y/o de la matemáticas, sino que sus contenidos, aquello con lo que trabaja, son los sentimientos y las emociones. Y la ansiedad es uno de esos tipos de contenidos.

Por otro lado, todo indica que la Inteligencia Emocional puede ser entrenada y, por consiguiente, mejorada a través de la experiencia. Esto es muy importante, porque significa que determinados procesos de aprendizaje permiten reforzar nuestras aptitudes de gestión emocional de una manera consistente y estable en el tiempo, tal y como ocurriría con alguien que aprende una materia en la Universidad y a partir de ese momento es capaz de aprovechar ese conocimiento durante los años siguientes sin tener que empezar desde 0 cada vez.

Inteligencia Emocional: así nos ayuda a gestionar la ansiedad

Estas son las formas en las que la Inteligencia Emocional nos ayuda a manejar nuestros niveles de ansiedad.

1. Ayuda a reconocer la ansiedad

En primer lugar, las personas con un buen nivel de Inteligencia Emocional son capaces de distinguir entre el malestar producido por la ansiedad y otros tipos de malestar. Esto es más importante de lo que parece, porque uno de los aspectos más problemáticos del exceso de ansiedad es que, en primer lugar, no siempre es fácil entender que esa es la fuente de la incomodidad que sentimos. Por ejemplo, es relativamente frecuente que las personas confundamos la ansiedad con el hambre, lo cual hace que no sean raros los casos en los que alguien sin hambre va una y otra vez a la nevera para intentar “tapar” lo que siente saboreando la comida.

2. Ayuda a detectar los estados emocionales de los demás

En la Inteligencia Emocional se unen las habilidades de reconocimiento de las propias emociones, con aquellas que tienen que ver con reconocer las de los demás. Esto permite, por ejemplo, mantener la calma cuando alguien nos confronta pero a la vez podemos notar que esa persona está más nerviosa de lo que estamos nosotros. Cuanta más información tenemos, menos probabilidades tenemos de caer en el miedo o la ansiedad allí donde estas emociones no son necesarias.

3. Nos ayuda a rebajar nuestra ansiedad “de fuera hacia adentro”

La mayoría de formas a través de las cuales podemos restarle fuerza a la ansiedad en aquellos casos en los que esta es excesiva, no vienen desde dentro de nuestra mente. Es decir, no llegan a través de la introspección los procesos psicológicos privados y subjetivos. Al contrario, llegan desde fuera: a través de la manera en la que interactuamos con el entorno, haciendo que este nos afecte de una u otra forma. La Inteligencia Emocional nos ayuda a explotar este potencial.

Por ejemplo, si nos sentimos mal porque aún no hemos empezado a redactar un proyecto, puede que esa misma ansiedad nos paralice, llevándonos a aplazar el momento de ponernos manos a la obra para intentar no pensar en aquello que nos hace sentir mal. Pero adoptando determinadas estrategias de interacción con el entorno, somos capaces de romper este círculo vicioso de la ansiedad. Por ejemplo, sacando de la habitación cualquier elemento que nos pueda distraer o pueda suponer una excusa para aplazar nuestras responsabilidades: nuestro smartphone, bolsas de snacks, etc. La Inteligencia Emocional nos lleva a detectar riesgos y oportunidades en aquello que nos rodea, a la hora de afectar a nuestra experimentación de las emociones.