4 señales de falta de afecto en niños y niñas
Desde que la afectividad y las emociones se pusieron en el centro de las discusiones científicas, gran parte de la psicología y la pedagogía se han interesado por estudiar cómo la experiencia afectiva repercute en la construcción de la personalidad, especialmente durante las primeras etapas del desarrollo.
Así, la dimensión afectiva y su relación con el desarrollo psicológico en la infancia, han repercutido de manera importante en la educación. Es por eso que presentaremos a continuación varias señales de carencia de afecto en niños y niñas, seguidas de una breve discusión sobre el extremo contrario: el exceso de afecto.
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La importancia del afecto en la infancia
La dimensión afectiva se considera actualmente una de las claves para el desarrollo psicológico. En otras palabras, el cómo se brinda y comparte afecto tiene que ver con el desarrollo de la identidad y la maduración psicológica a partir de la infancia.
El afecto, entendido aquí como afinidad, acercamiento, simpatía o cariño; no es algo se adquiere de manera aislada. Es un proceso que tiene lugar mientras nos relacionamos con los demás, y dado que las primeras personas con las que nos relacionamos son nuestros cuidadores primarios (ya sean familiares o no), son también estos cuidadores quienes nos ayudan a consolidar y darle sentido a nuestras experiencias afectivas; experiencias que al integrarse, generan marcos de referencia y de acción.
El entorno próximo del niño o niña es el que le presenta el mundo; y el tipo de afecto que recibe ahí, es el mismo que esperará recibir en los entornos fuera de éste. De la misma forma, el afecto que el niño o niña recibe en su entorno próximo, es el mismo que aprenderá a tener como recurso disponible para ofrecer en otros entornos.
Así pues, el afecto que recibe el niño o niña de parte de sus cuidadores primarios, es parte importante de lo que le ayudará a identificarse y relacionarse de una forma o de otra más allá de su primer entorno.
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4 señales de carencia de afecto en niños y niñas
En tanto que todas nuestras relaciones están mediatizadas por una dimensión afectiva, hablar de carencia de afecto no quiere decir que las respuestas afectivas o las emociones han desaparecido por completo. Más bien quiere decir que estas respuestas se están produciendo de una manera insuficiente o poco recíproca.
Dicho esto, la falta de afecto durante la infancia puede manifestarse de muchas maneras, pero es en dimensión social donde suele ser más evidente, ya que, a través de las emociones (entre otros factores) nos presentamos ante el mundo y nos relacionamos con él.
Así, cuatro de las señales que pueden indicar que un niño o niña se encuentra en una situación de carencia afectiva son el poco control emocional, las relaciones conflictivas, la inseguridad personal, y el autoconcepto negativo.
1. Poco control de sus emociones
Quizá esta es la señal más clara de que hay carencia de afecto. Si el niño o niña ha tenido la oportunidad de desarrollarse en un entorno afectivo equilibrado, lo más probable es que reconocerá las distintas emociones y las normas sociales que las acompañan.
Si ha ocurrido al contrario, es probable que el niño o niña tenga dificultades, por ejemplo, para tolerar la frustración o para saber de qué manera es adecuado manifestar el enojo o la vulnerabilidad.
Además, las carencias afectivas pueden repercutir de manera distinta en niños y niñas. A los niños generalmente se les educa hacía ser más intolerantes a las muestras de afecto, con lo cual, desarrollan también más recursos para enfrentar una posible carencia afectiva, por lo menos a nivel privado. Por la misma socialización de género, suelen ser los niños quienes tienen menor control sobre emociones como el enojo, en los espacios públicos.
Las niñas, en cambio, generalmente son educadas hacia desarrollar de manera importante la dimensión afectiva, de manera que logren ser empáticas y receptivas hacia los demás y hacia las necesidades ajenas; con lo cual, les puede costar más trabajo asimilar dichas carencias, y canalizan la falta de afecto hacia ellas mismas.
2. Aislamiento o relaciones conflictivas con sus pares
En medio de las experiencias afectivas entablamos un acercamiento y un tipo de relaciones determinadas. Por ejemplo, podemos tender a aislarnos o a ser extrovertidos, a sentirnos cómodos con los abrazos al saludar, o a sentirnos incómodos en espacios con mucha gente, etc, según las emociones que ponemos en juego en cada contexto y según cómo hemos sido socializados y socializadas.
Relacionado con lo anterior, la carencia afectiva puede hacer que el niño o niña desarrolle poca empatía, con lo cual, sus vínculos interpersonales, así como el reconocimiento o el respeto por las emociones ajenas, también se pueden complicar.
3. Tendencia a la inseguridad
Una buena parte de la comunidad científica coincide en que la dimensión afectiva es una de las formas por medio de las cuales las niñas y los niños adquieran seguridad y construyen un concepto de sí mismos. Así, la carencia de afecto puede provocar una personalidad insegura.
Esta inseguridad puede manifestarse a través de comportamiento defensivo, o bien, a través de un retraimiento por el temor a enfrentarse a situaciones nuevas que generan emociones sobre las que el niño o niña no siente control o le parecen extrañas.
Por la misma razón, una carencia importante de afecto puede provocar sumisión excesiva a las normas y una personalidad rígida y ansiosa; o lo contrario, conductas desafiantes constantes y un nulo respeto por los límites ajenos, ya que estas serían las formas más accesibles del niño o niña para compensar la inseguridad sentida y mantener así una sensación de certidumbre que le alivie.
4. Autoconcepto negativo y culpa recurrente
Relacionado con el punto anterior, la dimensión afectiva repercute de manera importante en la opinión que vamos formando sobre nosotros mismos. La carencia de afecto transmite un mensaje de poco o nulo reconocimiento de sí mismos.
Es decir que, puede generar que los juicios de valor sobre sí mismos sean más negativos que positivos, o que insistan en culparse sobre todo lo negativo que ocurre alrededor.
Carencia de afecto vs Afecto excesivo
Desafortunadamente la privación afectiva puede tener algunas consecuencias indeseables para niños y niñas, tanto a nivel individual (psicológico) como a nivel de relaciones interpersonales.
No obstante, es importante buscar alternativas partiendo de considerar que, en muchas circunstancias, los cuidadores son incapaces de ofrecer una estructura afectiva estable por razones que les sobrepasan.
Por ejemplo, las grandes carencias en las prácticas de cuidado que han emergido luego de las transformaciones socioeconómicas recientes; que han obligado a reacomodar los roles familiares y productivos y han transformado las responsabilidades de quienes han sido los cuidadores o cuidadoras tradicionales.
Ante esto se generan distintos espacios y prácticas compensatorias. Por ejemplo la educación formal y el rol de los profesores se ha posicionado últimamente como una fuente de afecto importante.
Por otro lado, una de las prácticas compensatorias más comunes es que los cuidadores y cuidadoras traten de compensar las carencias afectivas mediante recompensas materiales, como juguetes o dispositivos electrónicos, en exceso.
Desde luego la dimensión material y recreativa es necesaria, sin embargo, es importante saber que estos elementos no tienen el mismo efecto simbólico y corporal que tiene el afecto, con lo cual, no representan un sustituto definitivo a largo plazo..
Finalmente, y en contraste con la carencia de afecto, muchos niños y niñas están en una situación afectiva excesiva. Ante esto es importante reconocer que el afecto excesivo, o la sobreprotección (por ejemplo, cuando se les resuelve absolutamente todo por miedo a que se frustren), tiene el mismo efecto psicológico que la carencia de afectos o el abandono: se les transmite el mensaje de que son seres incapaces de relacionarse y de responder ante el mundo, lo cual crea indefensión y puede generar las señales que desarrollamos anteriormente.
Referencias bibliográficas:
- Maldonado, C. y Carrillo, S. (2006). Educar con afecto: características y determinantes de la calidad de la relación niño-maestro. Revista Infancia Adolescencia y Familia, 01(001): 33-60.
- González, E. (2002). Educar en la afectividad. Universidad Complutense de Madrid. Recuperado 8 de mayo de 2018. Disponible en https://guao.org/sites/default/files/biblioteca/Educar%20en%20la%20afectividad.pdf.