Grafomotricidad: qué es y cómo ayudar a los niños a desarrollarla
La escritura es uno de los avances de la humanidad más importantes de todos los tiempos. No en vano nos permite transmitir nuestro conocimiento y diferentes datos a través del tiempo y del espacio, reproducir nuestros pensamientos y hacerles llegar a los demás de forma precisa. Pero la capacidad de leer y escribir no aparece de la nada.
Se trata de algo que hemos de ir aprendiendo a lo largo de la vida. En lo que respecta a la escritura requiere, además de capacidad de simbolización, de la capacidad de realizar una serie de movimientos precisos; es decir, de grafomotricidad.
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¿Qué es la grafomotricidad?
Se entiende por grafomotricidad al conjunto de movimientos manuales requeridos y necesarios para poder escribir. Estos movimientos estarían incluidos dentro del desarrollo motor fino, la capacidad de movilizar de manera coordinada manos y dedos. Así, la grafomotricidad es una habilidad que requiere de un elevado nivel de precisión y de control, que debe adquirirse poco a poco con la práctica a lo largo de la vida.
Se trata de una capacidad que requiere del desarrollo y la coordinación de aspectos tanto motores como perceptivos. La grafomotricidad tendría su inicio en los primeros trazos infantiles, siendo necesario que poco a poco el menor consiga dominar el espacio y los instrumentos. Es imprescindible que el pequeño aprenda en primer lugar los movimientos de pinza y agarre objetos cada vez más pequeños.
El correcto desarrollo de la grafomotricidad implica también el aprendizaje de elementos no únicamente gráficos: diferenciar entre elementos, tener capacidad de representación y ser capaz de tener una orientación respecto a las direcciones son aspectos fundamentales en el desarrollo de la capacidad de escritura.
Con el paso del tiempo estos procesos se van automatizando, algo que permite profundizar y mejorar en el nivel de finura y precisón necesarios para una correcta escritura.
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Desarrollo de esta habilidad
Como hemos dicho, la grafomotricidad no aparece de la nada: requiere de un complejo proceso de aprendizaje a través del cual cada uno de nosotros vamos aprendiendo a dominar los movimientos necesarios para la escritura.
Se podría considerar que los primeros conatos de expresión gráfica empezarían alrededor del año y medio, momento en que suelen empezar a aparecer los primeros garabatos. El niño actúa más bien por impulso y con total descontrol, sin que existe coordinación oculomanual y empleando todo el brazo.
Más tarde, algo antes de los dos años de edad, empieza a emplearse el codo en la realización de trazos (si bien aún sin coordinar ojo y mano) y a realizar garabatos circulares.. Tras ello, poco a poco el niño va a ir aumentando el control sobre muñeca y la fuerza de la mano, así como a seguir el movimiento de su mano con los ojos. Empiezan a aparecer los primeros trazos independientes.
A partir de los tres años de edad ya se produce un intento de controlar el movimiento de la mano y coordinarla para hacer un trazo dirigido. El niño va pudiendo combinar colores y puede centrar el movimiento de tal manera que no se sale del papel, además de intentar identificar algo en el dibujo. Sobre los cuatro años empieza una etapa preesquemática en la que el menor ya empieza a realizar un dibujo que simboliza un elemento concreto a representar. Es decir, dibuja un elemento concreto como una casa, una persona o un animal, pero los lleva a cabo de forma esquemática.
Desde este punto hasta los seis años de edad, vamos a ir aprendiendo a ir añadiendo detalles a los anteriores elementos. También entraría en una etapa presilábica, en la empiezan a diferenciarse los dibujos pictóricos de los trazos que pretenden representar letras o números.
Inicialmente se trata de trazos desorganizados y separados entre sí, pero poco a poco se van organizando y alineando de tal manera que se posibilita su lectura (si bien inicialmente sólo el propio menor entendería lo que quiere decir).
Tras ello, entramos en un momento de escritura silábica, en que cada grafía empieza a representar una sílaba o fonema concretos. Posteriormente, según vamos mejorando el trazo y la capacidad de simbolización se produce una etapa de transición hacia una escritura alfabética, en que cada grafía termina por corresponder a un fonema. Con el paso de los años se irá mejorando la letra y se podrán ir haciendo grafías más pequeñas y precisas.
¿Cómo potenciar la grafomotricidad?
La grafomotricidad es una habilidad fundamental para poder escribir y dibujar, además de contribuir al aumento de precisión y habilidad manual de hacer diferentes tareas. Es por ello recomendable intentar reforzarla mediante diferentes actividades. La práctica de la caligrafía puede ayudar, pero el trabajo en el campo grafomotriz no implica únicamente este tipo de actividades sino que también puede abordarse desde una perspectiva más lúdica.
Estimula la conducta de juego y la posibilidad de dibujar, no solo ya con lápices de colores sino también con elementos como pintura o arena es algo fundamental. Pero entrenar la grafomotricidad no implica únicamente pintar y colorear, sino que también contribuyen a mejorarla todas aquellas actividades que requieren de cierto nivel de motricidad fina.
Cosas como atar lazos, juegos de construcción, plastilina, realizar dobleces, recortar con tijeras o incluso el lanzamiento de objetos permiten mejorar la coordinación oculomanual. Si al niño le gusta, también el hecho de tocar un instrumento musical (por ejemplo una flauta o el piano) también resulta de utilidad. Otros juegos como seguir un ritmo musical con palmas, el juego simbólico y de roles y la imitación de personas, animales y objetos (por ejemplo el juego de las películas suele ser útil y a la par divertido) también permiten mejorar la habilidad manual y con ello potenciar la grafomotricidad.
Pero no solo se trata de que el niño haga cosas, sino que las valore. Para ello es imprescindible el apoyo familiar, el hecho de participar activamente en este aprendizaje y además felicitarle por sus logros harán que el menor se sienta más seguro y valorado. Además, el hecho de compartir con él momentos en que estos juegos y actividades se vean como algo positivo y ameno son fundamentales y pueden fortalecer la unión materno/paterno-filial además de mejorar la predisposición hacia la escritura y el aprendizaje de ésta.
Referencias bibliográficas:
- Federación de Enseñanza de CCOO de Andalucía. (2011). La grafomotricidad en la educación infantil. Temas para la Educación. Revista Digital para profesionales de la enseñanza.
- Marchesi, A y Coll, C. (1991). Desarrollo Psicológico y Educación. Madrid. Alianza.