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Toda una vida en el día de un sexólogo


Mi interés por la sexología viene desde mi niñez. Obviamente, no la tenía identificada con un nombre concreto, pero para mí, todos los procesos de la sexualidad me parecían fascinantes. Debí de ser casi una pesadilla para mi madre, con todas las preguntas que le hacía y muchas veces me contestaba cualquier cosa. Lo primero que le venía a la mente.

Alguna vez me llevé un guantazo por expresar en voz alta mis dudas relacionadas con el sexo. Allí, mi madre, más que decirme lo primero que le venía a la mente, simplemente reaccionaba de forma automática. Para ella, todo el tema del sexo y la sexualidad siempre había sido un tabú.

Nunca he sentido especial interés por lo prohibido, pero sí por lo desconocido. Mi curiosidad frecuentemente me ha superado y, para cuando me he percatado plenamente de lo que estaba ocurriendo, ya había sucumbido a la curiosidad. Esto, a pesar de sentir casi siempre un miedo intenso. Pero no lo suficiente como para detenerme.

Llevo trabajando en el ámbito de la sexología desde 1982. Durante todo este tiempo, he oído miles de historias sobre la vida sexual de mis pacientes. En ocasiones, cuando me preguntan al respecto, suelo contestar que valgo más por lo que callo que por lo que cuento. Es verdad.

El trabajo del sexólogo

Mi primer trabajo como psicólogo fue en una prisión para menores, y ahí estuve a cargo de los internos acusados por delitos sexuales. Encadené éste con otro trabajo en una prisión para hombres y mujeres adultos. Aproveché esta experiencia para realizar mi tesis de licenciatura, que fue el resultado de un estudio de investigación con hombres y mujeres que se prostituían en la enorme Ciudad de México.

Cada semana recibo pacientes con historias que pueden resultar inverosímiles para el ciudadano de a pie. No me canso de decir que la realidad (en mi experiencia) supera la ficción. He oído el testimonio de cientos de pacientes con parafilias. Parece que hay tantos tipos de parafilias, o más, como hay personas.

Una parte importante de mi trabajo la he desarrollado para ayudar a pacientes que sufren adicción al sexo. Gracias a ellos, he comprobado que la fantasía es capaz de generar un estado alterado de conciencia. Esto produce un cierto confort en la mente de la persona y ésta desea acomodarse y huir así de su realidad. En el caso del consumo de sustancias, es el efecto de esas sustancias lo que produce el estado alterado de conciencia. También es posible generar un estado alterado de conciencia a través de la fantasía sexual.

La necesidad de la educación sexual y la formación

El trabajo en consulta incluye el remedio del sufrimiento por cuestiones sexuales, así como la optimización del placer. La necesidad de educar sexualmente es una constante. Casi todas las personas han recibido una educación sexual y ésta ha sido mala. Inconscientemente, los adultos, progenitores, educadores, etcétera, emiten mensajes continua y repetidamente, de que el sexo es algo malo, pecaminoso, sucio, indecente, vulgar…

Los genitales a menudo simbolizan toda la actividad sexual posible entre humanos y en la mayoría de familias queda prohibido tocarlos. Muchas veces también se prohíbe mostrarlos y verlos. En las sociedades occidentales en general, se ocultan y hasta se censuran.

Todo ello, combinado con otros aspectos, provoca confusión, presiones y problemas en las personas que se ven abocadas a pedir ayuda sexológica profesional. Los motivos más comunes de consulta son las disfunciones masculinas (disfunción eréctil, eyaculación precoz, eyaculación retardada, anaeyaculación…) y las disfunciones femeninas (anorgasmia, vaginismo, dispareunia…).

La terapia debida a la falta de deseo sexual es un reclamo constante por parte de individuos y parejas. Por problemas derivados de parafilias o por adicción al sexo también puede haber necesidad de ayuda sexológica. Qué decir de las víctimas de abuso sexual.

Ser sexólogo es fascinante y no hay semana en la que no encuentre algo que me sorprenda: un nuevo reto. Es sumamente reconfortante el poder ayudar a los pacientes que acuden con cualquier problema sexológico, o de relación de pareja. Es satisfactorio comprobar que cuando un paciente quiere, es posible ayudarle a resolver su problema y a que sea más feliz.

Una persona que se dedica profesionalmente a la consulta sexológica habitualmente es psicólogo o médico. Además, ha realizado la especialización en sexología y terapia sexológica a través de un curso de máster o similar. Es una profesión que requiere de una continua actualización, ya que cada vez hay más información y formas de solucionar los problemas sexuales. Asistir a congresos es de importancia para relacionarse con otros sexólogos y conocer los últimos avances.

La faceta activista de la profesión

Como profesional de la sexología también es importante realizar trabajo de difusión, ya sea participando en campañas educativas o impartiendo clases. Otro aspecto importante es el activismo en defensa de los derechos sexuales.

Personalmente, he tenido la oportunidad de trabajar en un comité de vigilancia para el respeto de los derechos sexuales en el mundo a través de la WAS. Esto puede incluir el participar en campañas en las que se mandan miles de mensajes y correos electrónicos a determinados gobiernos o instituciones. Se trata de hacerles saber que los estamos observando y los presionamos para que respeten los derechos sexuales de alguna persona en concreto.

Recordemos que, por ejemplo, en un número de países los derechos de las mujeres o los del colectivo LGTBI no se están respetando. A través de este tipo de acción hemos llegado a conseguir que se detuviera la dilapidación de algunas mujeres concretas o la liberación de hombres gays encarcelados por su orientación sexual.

Dos historias que marcan

Si tuviera que contar las historias que más me han impactado, destacaría una o dos, pero hay muchísimas más. La primera ocurrió en mi primer trabajo, en la prisión para menores. Ahí conocí a un menor de 16 años, que había estrangulado a su padre. Cuando me contó su historia, sólo pude empatizar con él.

Según relató, un día estaba jugando en la calle con unos amigos, muy cerca de su casa. Entonces su padre, que pasaba por ahí y se encontraba en un profundo estado de ebriedad, lo vio divirtiéndose y, a golpes, lo llevó de vuelta a casa. Al llegar ahí, el padre empezó a maltratar a su esposa e hijas, al extremo de intentar violar a una de las menores.

Entonces el chico de 16 años, recordando las muchas veces que los había maltratado y las ocasiones en que había violado a sus hermanas, sintió mucha rabia y se abalanzó hacia su padre, estrangulándolo. Aseguraba que no se arrepentía y que lo volvería a hacer si ello significaba que su madre y sus hermanas dejaran de sufrir. ¡Si tan sólo el sufrimiento parase ahí! Sus ojos brillaban y se agrandaban de rabia cuando él me contaba su historia. Lo recuerdo como si fuera ayer.

El otro caso que destacaría también tiene elementos de violencia, pero cuenta con una serie de ingredientes que conviene recordar. Se trataba de un chico de 20 años que acude a la consulta sumido en la ansiedad y habiendo sufrido algunos ataques de pánico. Estaba por irse fuera de España para un programa Erasmus, y le preocupaba tener estos problemas ahí también. Su historia es conmovedora.

Me contó que tenía mucho miedo de sentir atracción sexual hacia su perro… Tras un trabajo terapéutico profundo, descubrí que el chico en realidad era gay y que, cuando era pequeño, su padre lo torturaba de una peculiar manera.

Cuando el hijo no obedecía, el padre golpeaba al perro, que era la adoración del menor: empatizaba con el can y sufría al ver cómo su padre maltrataba a su querida mascota. Estuvo a punto de sufrir un brote psicótico, que por fortuna se pudo detener. Entre las causas de su estado se encontraba una educación sumamente estricta, controladora y punitiva.

Obviamente, la experiencia profesional ayuda sobremanera a formarse. Me siento afortunado de llevar décadas estudiando y dedicándome a la sexología.