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Mi Yo del futuro: algunas claves para aprender a disfrutar


Todos estamos por momentos tomados por esa sensación de desdicha en la que nada nos alcanza del todo. La pregunta de “¿lo tengo todo para ser feliz y de todos modos no lo puedo ser?” es una de las más frecuentes en la consulta de psicología.

No somos originales cuando planteamos este tema, aunque cuando la hacemos nos sentimos extraños, culpables, y hacemos que nuestras palabras suenen por lo bajo, con vergüenza de la propia ingratitud para con nuestra vida.

La idea subyacente es que estamos más preparados para el ataque que para el placer y el disfrute. La neurociencia nos apoya en esta idea. Podría ser cierto, ya que estar bien es un aprendizaje casi diario.

Aprendiendo a disfrutar sin culpa

La vida nos pone en jaque muchas veces, casi inexorablemente. A todos, a cada cual en su escala. No podemos evitar pensar que el vecino siempre está mejor y más feliz, mucho más que nosotros y por más tiempo.

En un sentido es cierto, porque cuando miramos a nuestro alrededor con nuestra visión sesgada de la vida, suena así: lo mejor es para otros. Encontrar una forma diferente de ver es la clave para resolver este dilema que duele y del cual creemos ser propietarios.

Este artículo pretende aportar una manera distinta de ver la realidad, nuestra realidad y a ser empáticos con quienES primero debemos serlo, nosotros mismos.

Disfrutar de la vida

¿Alguna vez te pusiste a pensar en algún momento de tu pasado cómo serías en el futuro? ¿Sabías que nuestra propia percepción sobre los cambios futuros tiene una connotación diferente a la de los cambios que se produjeron en el pasado?

Si te pusieras a reflexionar hoy comprenderías que en cualquier punto de tu pasado no imaginabas siquiera como estarías viviendo hoy. Cuantas cosas resultaron y cuantas no, de las que habías pensado para vos.

Entre el presente y el futuro

Vivimos de suposiciones, de expectativas y del futuro. Planeamos para nosotros, para nuestra familia, hasta para nuestros hijos a quienes les decimos la mayor parte de las veces que queremos que sean libres. ¿Cómo se puede ser libre, bañado de expectativas ajenas?

Nos gustan las sorpresas y siempre tratamos de adivinarlas antes de que lleguen a nosotros. Recorremos futurólogos y adivinos para luego perder la fe ante la primera disidencia con el oráculo. Esperamos a Papá Noel buscando desde qué lugar están llegando los regalos.

Contradicciones humanas, nos definen desde siempre y aunque las aclaremos, vamos a seguir entre la adivinación y el control de la incertidumbre y de lo que no entendemos.

Estamos desdoblados entre el presente y el futuro o dentro del mismo presente. Nos cuesta conectarnos con lo que estamos haciendo, con el momento actual que estamos viviendo. Nuestro cuerpo puede estar en una situación y nuestra mente en cualquier otra cosa.

Nuestra mente desdoblada no permite que nos conectemos con lo que estamos viviendo. Esto hace que nuestros sentidos no se conjuguen de manera tal que hagan de ese momento un recuerdo agradable, aunque pequeño, pero si, un lugar adonde evocar.

El bienestar más allá de los estereotipos

Se nos hace difícil disfrutar porque tenemos pre-conceptos de lo que esto significa, creemos que se trata de risas o carcajadas de momentos de éxito, sin embargo, disfrutar es mucho más que eso, o mucho menos.

Encadenados a estereotipos publicitarios, divertirse da para pensar en la compañía de gente linda, pensada dentro de los mismos patrones, en fiestas de fin de año con fuegos artificiales, en viajes soñados sin lluvia ni problemas en los aeropuertos. A veces se lo relaciona con un atardecer respirando naturaleza. Todo eso es cierto, pero decididamente no es la única expresión del disfrute. Todos estos iconos están planteados desde afuera y tal vez es allí donde comienza el error.

Pensar que el estar bien llega desde fuera es tan falaz e inútil como seguir insistiendo en el tema, no hay forma de que el afuera nos complete de manera tal que llene un vacío y una realidad que se arma en lo más adentro de nosotros mismos.

Estamos la mayor parte de las veces mirando más allá, en el futuro, en lo que vendrá, en el pasado que se fue, y nuestro presente queda relegado a ser un simple espectador de sucesos que se continúan en un futuro alterado por las propias consideraciones.

Nuestros buenos momentos están escritos como en la orilla del mar y son tan efímeros como la ola que se lo lleva. Queremos guardar y recordar en vez de vivir el hoy, con lo que hay. Ambicionamos más y más, y eso no está mal, salvo que sea por el motivo errado, el miedo a no tener más adelante, a no poder volver a generar otra vez otros momentos para recordar como buenos.

Cuando la culpa nos lastra

Si hiciéramos el ejercicio de centrarnos en esos momentos en los que fuimos felices o recordamos como tales, encontraríamos que lo que guiaba el éxito en ese tiempo era que allí, nuestro interior estaba contenido y amado, sobre todo por nosotros mismos.

Disfrutábamos de la inocencia del sentir. Porque cuando estamos viviendo una situación que nos place, nuestra mirada hacia el mundo externo se hace benévola y agradable. Descubrimos el valor de lo importante y los hechos se acomodan como las fichas de un tablero, listo para seguir jugando.

Aunque parezca una paradoja, cuando nos va bien, también tenemos un fantasma que puede corporizarse, que es la culpa. Ella aparece tanto en los buenos momentos como en los malos.

La culpa lleva un precio más caro que solamente sentirla y cargarla, que es que inexorablemente nos lleva al castigo, no hay uno sin otra. La culpa nos trae las voces del pasado y la ansiedad del futuro.

Esto no solo nos sucede en la vida de todos los días, o mejor dicho sí, si consideramos el trabajo como parte de nuestro cotidiano... ¿Acaso no es allí donde pasamos largas horas de nuestra vida?

Sentimos esta sensación de ansiedad por lo que vendrá, por cómo será el día hoy, si se resolverán todos los pendientes de ayer, si la mirada de mi jefe será de aprobación o solo marcará mis desatinos. Allí también la construcción de buenos recuerdos se verá impedida por la suma de pensamientos catastróficos y forjadores de malos presagios.

No es solo responsabilidad de nuestro superior o nuestro líder el generar un lugar agradable, también es nuestra. La felicidad no viene desde fuera, viene desde un estado agradable en donde creamos con lo que tenemos un buen momento, uno más pequeño, el café con mi compañero o la vista del sol entrando por la ventana. A veces no nos queda más que postergar por algún tiempo una nueva realidad, pero nunca debemos dejar de tener presente que el horizonte es estar bien, algo tan simple y tan difícil como eso.

Siempre hay una salida

Quizás no la que esperamos, pero la vida es eso, una suma de negociaciones con nosotros mismos. Elecciones que solo con el diario del lunes sabremos si fueron más o menos acertadas.

Pero de eso se trata, no de imaginar mi yo del futuro, porque esta construcción puede errar la puntería. Es valioso saber que cuando tomamos la decisión de que fuera, creímos que ella era lo mejor para ese momento. Esa forma de mirar, ese giro tan pequeño en la observación, es lo que nos va a cambiar por dentro, crear y modelar la autoestima y sobre todo la propia visión sobre nosotros mismos. Porque si estamos en el presente nuestro futuro nos incluye, no necesitamos adivinar ni suponer, sabemos que somos protagonistas de la historia, aunque sabemos también que a veces podemos olvidarnos de la letra.

Darle a cada parte de nuestra vida un porcentaje de atención más o menos equivalente es una opción a tener en cuenta; procurar que toda nuestra atención no se la lleve el trabajo, los hijos o nuestros bienes. El equilibrio dentro de lo posible.

Es nuestra responsabilidad decidir cuál es el ámbito de nuestra vida que más nos molesta en este momento y operar sobre ello. No rumiar sobre el problema, sino pensar, decidir y llevar a la acción, para intentar una solución.

No es necesario forzarnos a hacerlo solos, siempre habrá alguien a quien acudir para que nos ayude. La omnipotencia no nos conduce a nada bueno, no es lo mismo ser independiente que omnipotente, prestemos atención a ese sutil límite entre lo que nos hace bien y lo que nos hace mal.

Es bueno hacer un pequeño ejercicio: recordar aquellos aciertos que tuvimos en nuestra vida contra los desafortunados, y si estás leyendo esto seguro que los buenos son más. Porque tu curiosidad por entender, saber y resolver se está manifestando mientras recorres esta lectura.

No esperes el fin de semana para hacer lo que quieres o para ser feliz, ordena tu tiempo; si la semana es terrible, en esos espacios habla con tus amigos, con gente querida, disfruta más de la familia o lo que te plazca, el fin de semana úsalo para aquellas cosas que requieren más tiempo, arreglar algo de la casa o un día con la naturaleza o para el deporte más exigido, ya que tienes más horas para descansar.

Planifica tu felicidad como un propósito, como si fuera un viaje anhelado en el que no quieres perderte de conocer esos lugares maravillosos que nunca viste.

No te compares, sé agradecido con lo que tienes y con quien eres y nunca te olvides de devolver algo de lo que recibiste, un gesto agradable, un saludo de cumpleaños, una invitación a cenar o lo que sea que puedas darle a otro que te saque de centrarte solamente en ti y en tu dolor. Es increíble el poder de sanar que tiene el dar con gratuidad.

La felicidad depende más de tu estado mental que del estado en el que te encuentras. Sé tú, tu Yo de hoy, disfrútalo, él sabe mucho más de ti que nadie.