Aprender a vivir en el presente
El año 2020 nos sumergió en la incertidumbre con la aparición de una pandemia inimaginable antaño, y el 2021 ha venido cargado de emociones encontradas.
La pandemia no deja espacio a la sensación de libertad, seguridad y previsibilidad, tal como la teníamos antes en nuestras vidas.
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El impacto emocional de la pandemia
Cada día acuden a terapia, (o a sesiones de coaching), personas como tú y como yo confundidas, desbordadas o afectadas por esta interminable situación.
Nos invaden sin compasión las más inesperadas contradicciones emocionales, causadas por la desinformación (excesiva algunas veces y contradictoria e inexacta en otras ocasiones), y por la dificultad que tenemos con estas circunstancias de recuperar la forma de vida que teníamos y ahora añoramos.
Sentimos tristeza y desanimo muchas veces, y con más intensidad de lo que estamos acostumbrados. La ansiedad se apodera de nuestra paz y nos envuelve en desagradables sensaciones de miedo y caos.
El estrés se cuela en nuestras vidas sin pedir permiso y nuestra cortisona reacciona muchas veces hasta el límite de enfermar.
La ira y la rabia cogen las riendas de nuestro día a día en más ocasiones de lo que desearíamos.
El cansancio físico y emocional, generado por la inevitable salida de nuestra zona de confort, hace mella en cada uno de nosotros de una u otra forma.
La frustración de ver nuestros proyectos de vida “en pausa” lleva a muchas personas a la desesperación.
Son muchos los jóvenes estudiantes, o en búsqueda de trabajo, que no ven el horizonte de sus carreras profesionales. Hay un gran número parejas que han detenido su proyecto de convivencia o matrimonio por la caótica realidad del COVID-19. Miles de profesionales y empresarios, de múltiples sectores, han visto con incalculable dolor emocional derrumbarse sus expectativas y sus negocios.
Numerosos niños y adolescentes se encuentran sumidos en el miedo silencioso de tener que ir al colegio con la posibilidad de enfermar o de llevar a casa la enfermedad y en algunos casos la muerte de algún ser querido (así lo piensan en silencio).
Muchos de nuestros jóvenes apuestan por un sueño en el extranjero (trabajo, erasmus, estudios.) "atrapados en el tiempo" viendo como sus proyectos se han interrumpido sin fecha ni calendario.
Toda la sociedad está dañada, unos ante a evidencia de las perdidas y otros con un sufrimiento silencioso pero muy tóxico. Es un sufrimiento capaz de hundir la flota emocional de cualquiera, independientemente de sus fortalezas o capacidades para gestionar las emociones en el pasado. Es un sufrimiento que no discrimina personas, clases sociales, intelectos, autoestimas, creencias, circunstancias. Arrasa sin mirar atrás y deja la sensación de desasosiego por los rincones de la vida, de esta vida que estamos viviendo aquí y ahora.
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La necesidad de adaptarse al presente
La implacable virulencia con la que esta enfermedad esta arrasado con nuestros sueños no deja otra salida que reinventar nuestro modelo de vivir la vida. Este año, es el año de aprender a vivir en el presente y de aprender nuevas formas de vivir en plenitud.
Los terapeutas y coaches estamos ayudando a que cada uno descubra, reconozca y afiance aquellos recursos personales y psicológicos que ya tiene, pero no ve. Ayudamos también a quienes no saben de dónde sacar fuerzas, ni como incrementar la confianza en sí mismo. Les ayudamos a desaprender los antiguos patrones de comportamiento y les ayudamos a gestionar sus emociones en pro de su felicidad.
Todos tenemos la fuerza interior necesaria para afrontar este y otros muchos momentos de la vida. Es cuestión de mirar hacia dentro de nosotros mismos y escuchar con atención qué nos ocurre para poder tomar las decisiones necesarias para mejorar nuestro día a día.
La clave está en aceptar la realidad que tenemos y enfocarnos en los pequeños detalles que nos hacen la vida más fácil y agradable. Si podemos cambiar el modo “queja” al modo “agradecimiento” tendremos la energía suficiente para estabilizarnos y disfrutar de la vida tal como es ahora.
Nuestra lección como sociedad, y como seres humanos, es aprender a convertir nuestro aquí y ahora en momentos únicos, excepcionales y crear una realidad acorde a nuestras necesidades para alcanzar el bienestar.
Para compensar la merma psicoafectiva del alejamiento social en nuestra vida podemos introducir pequeños gestos que serán nuestros grandes aliados. Para ello, en una buena opción recuperar estímulos sensoriales, de esta forma lograremos que nuestro cerebro se reinicie.
En definitiva...
Las mascarillas nos han robado las imágenes de los rostros de la gente y con ello los mensajes afectivos de una sonrisa o los gestos faciales de aceptación, alegría y demás códigos del lenguaje no verbal. También nos impiden desarrollar el sentido del olfato e impiden que capte los olores que nos generan tanto bienestar por sus connotaciones afectivas. Os propongo que utilicéis fragancias y ambientadores que evoquen la naturaleza, el mar, los pinos, las flores, etc.
La distancia social prolongada en el tiempo, nos esta aislando y cada vez nos vamos cerrando en el pequeño circulo que nos es permitido.
La propuesta en este caso es estar atentos a no perder el contacto con nuestros amigos, grupos o redes sociales, pero no para retroalimentar las emociones tóxicas que están a flor de piel (rabia, tristeza, miedo, indignación…), sino para afianzar los vínculos afectivos que un simple virus nos puede arrebatar.
Estamos en la era de la consciencia del presente. Aceptemos la realidad, agradezcamos lo que tenemos, sumemos en las vidas de los demás y creemos un día a día saboreando los pequeños momentos.
Al final de todo, esta realidad pandémica nos invita a vivir, puesto que nos muestra la vulnerabilidad humana y que nuestro destino final es morir. Vivamos sin miedo a la vida, es lo único que tenemos.