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Bullying y mobbing: dos caras de una misma moneda


Pongamos por caso que vamos a un bar y alguien allí no nos trata como nos merecemos.

Tenemos dos salidas. Por un lado, podemos enfrentarnos a esa persona, o bien podemos ignorarla y abandonar el local. A fin de cuentas, ¿acaso merecería la pena enfrentarnos a alguien por cualquier nimiedad cuando es más fácil no volver por ese bar jamás?

Ahora bien, ¿qué ocurre en el trabajo o en el centro educativo? No es tan sencillo cambiar de colegio o de trabajo, al menos a corto plazo. Si alguien nos trata de manera incorrecta, no tenemos más remedio que encontrarnos con esa persona de nuevo al día siguiente. Casi seguro pasaremos por lo mismo una y otra vez hasta que tomemos cartas en el asunto.

Este es uno de los efectos más perniciosos del acoso escolar y laboral. La víctima se siente acorralada, como si no tuviera escapatoria, ya que todo sucede en un lugar donde tiene que concurrir con el victimario.

Similitudes entre el acoso escolar y el acoso laboral

El acosador de niños en la escuela y el de adultos en el trabajo presentan rasgos comunes. Ambos ejercen violencia de igual manera y por motivos muy similares. Son conductas deliberadas y continuadas de maltrato, y consisten en hostigar a la víctima para arrinconarla.

Por lo general, los actos que se llevan a cabo revisten una gran crueldad. Se ejerce siempre desde el fuerte al débil en el bullying, y del jefe al subordinado en el mobbing. Es decir, conlleva un marcado carácter de poder.

La persona objeto de dichos ataques termina por sentirse arrinconada cuando otros se suman en su contra. Se aísla hasta llegar a excluirse del resto. A tal punto afecta a la víctima esta situación de desconsuelo que deriva, en casos extremos, no solo a la muerte social, sino también física.

Los individuos que sufren estas realidades llegan a pensar en ocasiones que no tienen otra escapatoria a la situación que padecen. Por este motivo optan por esta solución tan drástica, pero para ellos liberadora. En cualquier caso, lo normal es que el menor termine cambiando de centro educativo, y el adulto de empleo.

Bullying

¿En qué se diferencian el bullying y el mobbing?

Si, por lo general, el bullying implica determinada violencia física, el acoso en el ámbito laboral se presenta de una manera muy sibilina. Suele ser un acoso más de índole psicológica. En otras palabras, mientras que el acoso infantil deja rastro, el que sufren los adultos en el trabajo es mucho más difícil de identificar.

Por otra parte, existe una mayor concienciación en el caso que atañe a los niños. Gran parte de los institutos y colegios han ido desarrollando protocolos de apoyo a las víctimas, de manera que los propios niños puedan dar la voz de alarma cuando detecten tales comportamientos contra otros estudiantes.

Por el contrario, un empleado puede sentirse más solo ante el mobbing, ya que no sabe ni tiene a nadie a mano para protegerse. Por ello, el sentimiento de acorralamiento suele ser más fuerte.

En cuanto a los niños o adolescentes, el bullying les puede dejar secuelas para el resto de sus vidas. Conforme crecen podrían desarrollar conductas antisociales de autoexclusión o incluso llegar a derivar en actitudes violentas. Es por eso que se hace preeminente tratar mediante ayuda profesional a una víctima de acoso escolar, incluso después de que hayan desaparecido las amenazas.

Un adulto, en cambio, se recupera con más facilidad del trauma sufrido, sobre todo si este no se ha extendido mucho en el tiempo. Si has sido víctima, y sientes que las secuelas aún perduran, contacta con un profesional.

¿Por qué están aumentando los casos?

En primer lugar, el acoso tanto escolar como laboral ha sido deliberadamente soterrado por empresas e instituciones educativas que han falseado los datos sobre acosos reales. Como resultado, han ocurrido sucesos fatales que han servido para abrir los ojos ante esta realidad tan desgarradora.

Ahora comienzan a llevarse a cabo estudios más exactos por profesionales independientes que muestran las cifras reales de acoso en los dos ámbitos que nos ocupan.

Por otra parte, la negación de los hechos solo ha provocado que aumenten los sucesos, ya que el perpetrador se ha venido sintiendo impune ante sus actos.

Uno de los datos más escalofriantes es que durante época de crisis económica tanto el mobbing como el bullying tienden a aumentar. Aparte de esto, la mayor concienciación ha dado como resultado que el acosador lleve a cabo sus fechorías de manera más sutil y con menor intensidad. Por ejemplo, negando el saludo, dando de lado o aislando a la víctima, entre otras cosas. Estas actitudes son cada vez más difíciles de detectar, pero no por ello sus efectos son menos devastadores.

Otro efecto negativo de la mayor concienciación es lo que se llama acoso de abajo a arriba. Por ejemplo, el alumno que afirma sentirse acosado por un maestro y lleva a cabo una campaña de desprestigio sin existir prueba alguna. O también, cuando un grupo de colaboradores conspira contra un mando de la empresa acusándole de cualquier acto que destruya su reputación.

La banalización es un hecho en extremo preocupante, porque siempre termina beneficiando al acosador real. Es por eso que se aconseja que exista un experto capaz de evaluar los casos con hechos fehacientes y concretos, no solo mediante la queja pública.

¿Cómo se resuelve el asunto?

Por un lado, la rápida detección y la existencia de un protocolo son dos de las herramientas más eficaces para cortar de raíz con este problema. De la misma manera, la consecuencia negativa para el victimario ante un acto así puede evitar que aparezcan más víctimas. La falta de impunidad es el mejor freno para todos aquellos aspirantes a acosadores que pretendan campar a sus anchas.

En cuanto a los casos que no se han detectado a tiempo, nuestra recomendación es que la víctima busque ayuda profesional. Por más que se sienta culpable, debe dar el paso hasta la terapia para recomponerse después de un suceso tan hostil.