Formación para psicólogos en violencia sexual en la infancia
La noción de que hay personas en el mundo capaces de abusar sexualmente de un menor causa desazón, rabia e incomodidad en la población del mundo entero. Aun así, la ignorancia con respecto a los abusos sexuales queda patente incluso entre los profesionales de la salud mental. Se desconocen cosas tan básicas como los daños psicológicos que causan los abusos, el alcance de las secuelas o la composición y el comportamiento de las familias donde se da el abuso.
Porque, a pesar de la extendida creencia en el lobo solitario que secuestra a menores por la calle, la mayoría de los casos de abusos sexuales en la infancia se dan en el entorno familiar o dentro del hogar de las víctimas, siendo el victimario el padre en la mayoría de los casos. Luego podemos encontrar también que el victimario puede ser un hermano, el abuelo, un tío, y de forma residual la madre u otra figura femenina.
Un porcentaje de estos abusos los llevan a cabo otros menores. Ahora estamos viendo cómo las víctimas comienzan a hablar de los abusos que sufrieron en entornos deportivos, o religiosos, o entornos lúdicos, como los campamentos de verano, pero el grueso de los abusos ocurre en el hogar, y de eso no hemos comenzado a hablar aún.
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La Violencia Sexual Contra la Infancia
Y ya que estamos dejando conceptos claros, comencemos por el propio concepto de “abuso sexual”. Como muchas víctimas nos reclaman, usar el término “abuso” es quedarse cortos.
El nombre más apropiado para hablar de esto es Violencia Sexual Contra la Infancia, VISCI. Porque a pesar de la ingenua creencia sobre la naturaleza de los abusos sexuales a menores, en la mayoría de los casos hablamos de violación. Y todos entendemos que, para un menor, ser violado por un adulto (o por otro menor de mayor tamaño) es extraordinariamente violento, incluso cuando esos abusos se estén dando de forma seductora.
Solo hay que pensar en la diferencia de peso entre víctima y victimario, en las amenazas contra la vida o la integridad de hermanitos o de la madre, y en el engaño y la manipulación de la percepción de lo que está ocurriendo al menor. Todas estas son experiencias de violencia, y afirmar lo contrario es minimizar unos hechos muy graves.
Utilizar ciertos términos más suaves, como “abuso” o considerar que “si hubo seducción no se puede hablar de violencia” es seguir fomentando una imagen ingenua de los abusos. Y debemos entender hasta qué punto eso les hace daño a los menores en general, y no solo a los que ya han sido víctimas.
Las dinámicas familiares
Cuando los abusos se dan dentro del núcleo familiar, encontramos que estos grupos despliegan unos rasgos comportamentales específicos, comunes a todas estas familias, perfectamente mensurables y extrapolables a otras familias donde se den los abusos. El comportamiento de estos clanes es de tipo mafioso, por lo que podemos clasificar a estas familias como mafias. Estas no son familias normales. Su realidad se aleja mucho de lo que todos entendemos como normalidad, comenzando porque en las familias normales no hay pederastas que violen a los menores de la familia.
Como en todas las mafias, cada componente tiene su rol particular. El capo del clan, normalmente el padre o el abuelo, controla y marca las pautas. Y luego, todos los demás, contribuyen de alguna forma a que este pueda seguir actuando. Se trata de personajes cómplices y encubridores, que son normalmente las figuras femeninas, como la madre o las propias víctimas.
Algo que encontramos con frecuencia es que muchas mujeres que han sido víctimas de abusos sexuales en la infancia terminan implicándose en relaciones de pareja con pederastas y actuando como sus cómplices. Así, y aunque parezca contraintuitivo, haber sido una víctima de abusos es el camino más directo a la complicidad en los abusos. Frente a cada víctima capaz de denunciar lo que ocurre en su hogar, encontramos a unas diez víctimas capaces de agredir a esta para proteger al pederasta, comenzando por la madre.
Lógicamente, la complicidad maternal les destroza la vida a los hijos, y el hecho de que la propia madre esté traumatizada o haya sido víctima ella misma no justifica lo que hace. Algunas madres traumatizadas denuncian los abusos sufridos por sus hijos a pesar de lo que les haya ocurrido a ellas. Es esta reacción de la madre lo que más impacta de los casos de abuso intrafamiliar, porque se aleja bastante de lo que entendemos en la sociedad que debería hacer una madre cuando uno de sus hijos sufre daño.
Muchas víctimas femeninas, ante el rechazo de la madre, se amoldarán a lo que desea la familia, y en su edad adulta repetirán el comportamiento de su madre de forma automática. El comportamiento robótico que vemos en muchas de estas mujeres, que se limitan a repetir lo que ha visto a su alrededor, tiene que ver con los procesos de disociación que sufren las personas traumatizadas.
Lo más grave de este comportamiento es que estas mujeres expondrán a sus propios hijos al abuso, muy a menudo a manos del mismo hombre que abusó de ellas. No es extraño que estas mujeres visiten al pederasta en reuniones familiares, y que dejen a sus hijos con aquellos hombres, aunque ellas ya sepan que esa persona es un pederasta. Y así es cómo los abusos sexuales pasan de generación en generación por la línea materna.
La personalidad psicopática de los victimarios
Con respecto a los victimarios (los pederastas), según los testimonios de las víctimas comprobamos que, en la mayoría de los casos, son personas con personalidad psicópata.
Para el psicópata los demás no somos personas, sino solo instrumentos que ellos utilizan según su conveniencia. Así, cuando un pederasta se da cuenta de que es difícil conseguir presas infantiles al azar, lo que hace muchas veces es casarse y tener hijos para poder abusar de ellos impunemente. En otros casos, los pederastas seducen a mujeres que ya tienen hijos, por ejemplo, las divorciadas o separadas, y terminan utilizando a esas mujeres para abusar de sus hijos.
Formas de manipulación emocional
Los pederastas suelen ser muy promiscuos y abusan de todos los niños que pueden. Normalmente el abuso es del mismo tipo para todas sus víctimas, pero a veces encontramos que hacen excepciones con algunos niños y los tratan de una forma algo diferente. Esto no significa que estos niños no sufran abusos; si viven en el entorno del pederasta van a terminar sufriendo daños. Lo que significa es que es posible que a estos niños les hagan menos daño que a los demás.
Este tipo de trato diferente puede llegar a generar conflictos entre las víctimas, algo que solo beneficia al pederasta. El propio pederasta puede generar conflictos entre las diferentes víctimas para entretenerlos mientras él abusa de todos. Esto es especialmente fácil cuando se trata solo de niñas.
Otro comportamiento típico del pederasta es intentar convencer a todas sus víctimas de que cada una es su favorita: “Tú eres una niña especial para mí”. Esto forma parte del grooming y genera una peligrosísima dependencia emocional del pederasta de por vida.
Muchas veces las víctimas se sorprenden cuando descubren que ellas no fueron las únicas víctimas y que el padre abusó de todos sus hermanos y de sus primos y prácticamente de todos los niños del barrio. Suele causar impacto descubrir hasta qué punto el pederasta es promiscuo y despertar de la absurda creencia de que has sido un niño especial para un violador.
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La necesidad de formarse en este ámbito
En torno a los abusos sexuales existen tantas ideas preconcebidas y tanta desinformación que resulta terrorífico para los menores. No solamente los desatendemos cuando están sufriendo los abusos; los abandonamos también después, en la edad adulta, cuando intentan explicarnos lo que les ha ocurrido y se encuentran con las absurdas creencias implantadas en las cabezas de los supuestos expertos.
En ese sentido, no terminaríamos nunca de explicar el terrible daño que la retórica freudiana ha causado en las víctimas, de ahora y de siempre. Que los menores seducen a los adultos; que los menores desean tener sexo con adultos; que los abusos no causan daños al menor, son todas ellas ideas freudianas, implantadas (desgraciadamente) en la conciencia colectiva, como axiomas inalterables e intocables en los que muchos creen, a pesar de que el sentido común, el buen juicio y la propia experiencia de observación del comportamiento infantil nos digan todo lo contrario.
Los abusos sexuales generan trauma porque son una experiencia altamente traumática, y por lo tanto generan disociación, como venimos explicando.
La disociación puede llevar a diferentes consecuencias como la amnesia psicógena de la experiencia. Y aunque la víctima no disocie la experiencia su cerebro no funcionará de forma correcta. A causa de esto, existen una miríada de enfermedades y trastornos vinculados al trauma que normalmente padecen las víctimas de abusos (de trauma en general), y que suelen acarrear toda la vida, a falta de especialistas que sepan tratarlos.
Por todas estas razones, es imperativo que los psicólogos estén bien formados en trauma y en la violencia sexual de todo tipo, pero particularmente en abuso sexual infantil. Con ese objetivo, desde La Psicología Responde hemos creado un curso completísimo sobre abusos que ningún psicólogo se va a querer perder.