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La ley de Brandolini: qué es y cómo influye en la difusión de ideas


A un hombre ataviado con vestiduras propias de un yogui y sentado en el suelo le preguntan cuál es su secreto para ser tan feliz, a lo que él contesta: “No discutir con idiotas”.

Sorprendido, quien le había hecho la pregunta no puede resistirse a soltar un rotundo “Pues yo no estoy de acuerdo”. El otro hombre, de aura gandhiana, le contesta: “Tiene razón”.

Esta curiosa anécdota nos sirve para introducir una máxima que deberíamos introducir en nuestra vida diaria: la ley de Brandolini. Si quieres descubrir más acerca de este interesante postulado te invitamos a que sigas leyendo y te sorprendas.

¿Qué es la ley de Brandolini?

La ley de Brandolini es llamada también principio de la asimetría de la tontería, principio de la asimetría de la chorrada o, incluso, principio de la asimetría de la gilipollez, con perdón (en inglés se ha popularizado como “bullshit asymmetry principle”).

Se trata de una máxima que rula por Internet que enfatiza lo difícil que es tratar de desmontar una creencia falsa o información de dudosa calidad, pregonando que la cantidad de energía necesaria para refutar tonterías es mucho mayor que la necesaria para producirlas.

Esta curiosa ley fue formulada y popularizada en enero de 2013 por Alberto Brandolini, un programador italiano quien puso en su cuenta de Twitter el siguiente comentario:

“The bullshit asimmetry (sic): the amount of energy needed to refute bullshit is an order of magnitude bigger than to produce it”.

“La asimetría de la chorrada: el total de energía necesaria para refutar tonterías es de una magnitud mayor que para producirla”.

Este comentario, con errata ortográfica incluída, alcanzó proporciones virales en cuestión de horas. Según el propio Brandolini, se sintió inspirado en soltar semejante máxima tras leer el libro de Daniel Kahneman “pensar rápido, pensar despacio” (2011) justo antes de presenciar un debate político entre el periodista Marco Travaglio y el ex Primer Ministro italiano Silvio Berlusconi, atacándose el uno al otro.

Este principio está estrechamente ligado al debate sobre las noticias falsas (fake news) y el sesgo cognitivo. En su libro “La Démocratie des crédules” (La democracia de los crédulos), el sociólogo francés Gérard Bronner afirmaba que para desmentir una falsedad era necesario presentar argumentos muy sólidos, mientras que las tonterías a menudo se valen de los prejuicios cognitivos, haciendo que parezcan más plausibles que las explicaciones científicas que suelen ser mucho más complicadas.

Laurent Vercueil, neurólogo e investigador en el Instituto de Neurociencias de Grenoble (Francia), considera que la ley de Brandolini tiene los siguientes aspectos.

1. Asimetría de impacto

Difundir las tonterías hace que tengan más impacto que cualquier intento posterior de desactivarlas.

2. Asimetría de la retención de la memoria

La huella que deja en la memoria el discurso es mucho más profunda que cualquier información que luego la contradiga, por muy veraz que sea.

3. Asimetría de la unción

Quien difunde el discurso está ungido con un aura ventajosa, mientras que quien trata de llevar la razón es visto como un aguafiestas que no comprende nada o que se ha dejado convencer por el discurso oficial.

Convencer en una discusión

Principio de la asimetría de la estupidez y salud mental

En un mundo donde las nuevas tecnologías tienen un impacto tan grande, es muy recomendable resistirse a discutir con personas que bajo el anonimato sueltan tonterías de todo tipo, cada cual mayor que la anterior. Discutir con alguien que nunca va a reconocer que llevamos la razón no nos sirve de absolutamente nada más allá de sentir mucho agobio, frustración y ansiedad.

Esto también lo podemos aplicar para personas que sí conocemos, familiares y amigos que, a veces, son un poco duros de entendimiento. Casi nadie cambia de opinión cuando se discute, tanto si se lleva la razón como si no. Son pocas las ocasiones en las que las personas, tras haber tenido un intenso y acalorado debate, nos iluminamos y aceptamos de buen grado poner en duda nuestras creencias ante las nuevas evidencias.

A la mayoría de los mortales nos ciega el sesgo de confirmación, buscando y destacando aquello que “confirma” nuestras creencias ya bien asentadas y desechamos aquello que vemos que las contradice. Por eso, tratar de convencer a alguien puede llegar a ser muy costoso en términos de tiempo y esfuerzo, algo que puede agotarnos física y mentalmente y perjudicar a nuestra salud mental.

La conclusión de todo esto es que, velando por nuestra salud mental, debemos coger nuestra razón, guardárnosla y no perder el tiempo en una discusión que no lleva a nada. Dar argumentos a alguien que no quiere escucharlos es como darle miel a un burro.

La ley de Godwin

Decir chorradas, tonterías e imbecilidades es muy fácil. Seamos sinceros, en eso todos tenemos experiencia, incluso los que vamos por la vida de intelectuales y entendidos. Es inevitable que de vez en cuando hablemos por los codos y por encima de nuestras posibilidades, diciendo cosas que simplemente no son ciertas, ya sea porque las hemos exagerado o porque realmente nos las creemos.

Controlarse y evitar entrar a trapo es complicado. Vemos a alguien soltar una soberana memez y queremos demostrar que está equivocado, y lo que es más importante, que tenemos razón. Si tenemos la mala suerte de caer en uno de estos debates porque no hemos podido resistir la tentación de discutir, hay una señal inequívoca de cuándo es el mejor momento de terminarlo: al mencionarse a Adolf Hitler.

A este fenómeno se le llama la ley de Godwin, a pesar de que es más bien un enunciado. Básicamente esta ley sostiene que tarde o temprano en toda discusión se mencionará a la persona más mala, malísima de los tiempos recientes. Si bien esta ley suele estar relacionada con las discusiones de Internet, es perfectamente aplicable a la vida real. Cuanto más larga es una discusión, más probabilidades hay de que alguien mencione a este señor de ridículo bigote y, ya se sabe, las discusiones absurdas tienden a estirarse como un chicle.

Pero la mejor manera de evitar que surjan discusiones absurdas en nuestro entorno más cercano es, simplemente, no reforzarlas. Si un familiar (p. ej., típico cuñado) o un amigo (p. ej., nuestro colega el incel) es propenso a soltar burradas, lo mejor que podemos hacer es aplicar el sabio y serendípico postulado del señor Alberto Brandolini, discutir con él y evitar darle lo que ha estado buscando: casito. Cuanto más ignorado se sienta al soltar tremendas burradas, menos probabilidad va a haber de que las siga soltando en un futuro.