¿Por qué fracasa la guerra contra las drogas?
Se viene comprobando desde hace más de 100 años que la guerra contra las drogas no ha reducido el consumo adictivo. En parte, esto ocurre porque no hace hincapié en qué hace que un adicto se “haga” adicto.
¿Qué es lo que ha hecho que la guerra contra las drogas haya fracasado? Veámoslo.
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¿Por qué la guerra contra las drogas no funciona?
Por más que se prohíban ciertas sustancias, el consumo prosigue, y lo hace en situaciones de mucho riesgo. La guerra contra las drogas, como su nombre indica, deja de lado a la figura del consumidor como persona con una adicción o problema de salud, enfatizando en la sustancia como agente activo.
En realidad el rol protagónico en la adicción lo encarna la persona, no la sustancia; una persona, con ciertos rasgos y predisposiciones tanto físicas como psicológicas, que se desarrolle en un contexto familiar y social que, por diferentes circunstancias, promueva, permita o no limite el consumo de sustancias.
Más allá del alto poder adictivo de algunas sustancias, no es la droga la que genera la adicción. Esto permite entender por qué también hay adicciones que no refieren a sustancias químicas, sino a actividades o personas, como por ejemplo, en el caso de la ludopatía, tan compleja y problemática como cualquier adicción; además puede haber conducta adictiva ligada a las compras, la comida, el trabajo, la tecnología, una relación, etc.
La guerra contra las drogas no disminuye la violencia
La guerra contra las drogas no pone fin a la violencia que rodea al narcotráfico. De hecho, continúa produciendo violencia, muertes y asesinatos. Estos se suelen dar en manos de las fuerzas de seguridad, dado que los pequeños traficantes son asesinados, en lugar de ser detenidos como corresponde como consecuencia de su acto delictivo. Además, hay alta tasa de mortalidad entre bandas criminales, que se asesinan entre sí, en búsqueda de poder y control del mercado de estupefacientes.
Un claro ejemplo de que esta guerra no ha traído los efectos esperados es la ley seca y la consecuente prohibición de la producción, distribución y comercialización de bebidas alcohólicas. Como efecto, lejos de promover la salud o disminuir las tasas de morbilidad y mortalidad ligadas al consumo de alcohol, se produjeron muertes provocadas, o por la ingesta de alcohol adulterado, o por asesinatos de bandas criminales que luchaban por manejar el mercado clandestino de alcohol.
Los efectos de la prohibición
Otro costado de la guerra contra las drogas remite a términos tales como penalización contra despenalización, prohibición contra legalización. Penalizar el consumo de sustancias implica que la persona consumidora sea conceptualizada como persona que comete un delito.
En Argentina, así lo establece la ley de estupefacientes n°23.737 aprobada en 1989 y vigente al día de hoy. Se pena de manera atenuada la tenencia para consumo personal desde con un mes hasta años de prisión, con la posibilidad de que el proceso sea dejado en suspenso por el Juez y que el consumidor sea sometido a una medida de seguridad curativa o educativa el tiempo que sea necesario para su desintoxicación y rehabilitación. Se piensa así, a la rehabilitación como accesorio de la pena.
Sin embargo, la Corte Suprema de Justicia declaró la inconstitucionalidad de la penalización de la tenencia para uso personal (fallo Arriola) pero la ley aún no ha sido modificada y en la actualidad continúan los procesos penales hacia quienes sean encontrados con tenencia de estupefacientes, aunque de reducida cantidad se trate.
La necesidad de comprender el contexto del consumo
Si consideramos que el adicto no es un delincuente, si no una persona con un problema de salud, sabremos que no es en la cárcel el lugar en el que se rehabilitará.
Si bien existen personas adictas que cometen delitos, en todo caso deberán ser penalizados por el delito cometido y no por el consumo en sí.
Es en función de esta concepción, que se apunta a la despenalización y descriminalización de los consumidores; pensando la penalización sólo para quienes comercializan la droga. De todas maneras es importante señalar que esto trae aparejado que el consumidor tenga que conseguir las drogas de traficantes, lo cual sigue implicando riesgo e ilegalidad.
Si el debate gira en torno a la prohibición o legalización de las sustancias y a la eliminación de los narcotraficantes sea como sea, se produce un deslizamiento del eje de análisis hacia las sustancias, dejando de lado la relación singular de una persona consumidora con las sustancias que consume. De esta manera podría obstaculizarse el surgimiento de interrogantes que hagan preguntarse sobre el consumo y lo sintomaticen, condición necesaria para el inicio de tratamiento.