Los límites claros propician mejores experiencias de vida
Muchas personas suelen asociar el concepto de límites simplemente con el hecho de poder decir que no. A través del tiempo, para otros ha adquirido un significado asociado a la descortesía o al egoísmo.
Lo cierto es que en cualquier tipo de relación humana y experiencia de vida fructífera, una buena negociación entre las partes suele ser un elemento fundamental. Contrariamente a lo que se podría pensar, el establecimiento de los límites permite de hecho dar forma a una relación en vez de limitarla.
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El valor de saber poner límites
De acuerdo a la teoría estructural familiar de Salvador Minuchin, existen una serie de aspectos que determinan la forma en que se articulan los distintos tipos de relaciones humanas. Entre los anteriores se encuentran la distribución de las jerarquías, las alianzas o coaliciones, los triángulos, y por supuesto, los límites. De acuerdo al autor, existen al menos 3 tipos de estructuras si nos basamos solo en el análisis de los mismos.
El primer tipo son las denominadas “relaciones desligadas”. Estas se definen por tener límites excesivamente rígidos y poco permeables entre sus integrantes, por lo que hay pocos elementos interactivos que los definan y una defensa excesiva de la independencia de cada miembro. En las mismas resulta difícil encontrar elementos que definan la relación como un proyecto común.
A la segunda forma se la define como “relaciones aglutinadas”. Se caracterizan por tener límites particularmente permeables, por lo que a sus miembros les cuesta manifestar aspectos que los individualicen mucho en comparación a los demás o elementos de diferenciación: estos suelen ser asociados (como se mencionaba más arriba) al egoísmo o la culpa. De acuerdo a mi experiencia en consulta, debido a ciertos elementos culturales, muchas familias y parejas en Latinoamérica se reúnen bajo este tipo de límites.
Por último, Minuchin reconoce un tercer tipo de funcionamiento, que se conoce como relaciones “de límites claros”. Estas se diferencian por tener acuerdos mínimos de funcionamiento de la relación negociados de manera adecuada, la posibilidad de complementar proyectos o visiones tanto comunes como personales armónicamente, además de una nutricia aceptación y resolución de conflictos.
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El equilibrio es clave
Una metáfora puede ayudar a entender lo explicado hasta ahora. Si imaginamos la constitución de la experiencia humana y las relaciones interpersonales como la construcción de distintos hogares, podemos establecer que es necesario que los mismos tengan paredes, ventanas o un techo.
Un hogar no es un espacio seguro ni provechoso si es que, al no tener delimitaciones claras, puede entrar cualquier persona en todo momento. Tampoco resulta demasiado útil una casa de la que es imposible o muy difícil salir y entrar, o permitir pasar a los invitados.
Como puede observarse, la negociación y establecimiento de límites es un aspecto muy complejo, pero también su correcta resolución puede llevar a tener experiencias de vida más flexibles y libres en nuestras interacciones sociales. Los límites claros permiten construir relaciones en las que el disfrute conjunto en la interacción y el desarrollo de los sentidos de vida individuales pueden convivir de excelente manera. Podría parecer que esto ocurre solo a nivel del espacio interpersonal, pero también impacta de manera radical en el nivel más individual de nuestra forma de vivir.
Para una persona que desarrolla la habilidad de negociar límites claros con los demás es probable que también resulte más sencillo y provechoso reconocer sus propias formas de ver las cosas, emociones, acciones y, en definitiva, sus propias necesidades afectivas y de desarrollo. Lo anterior, en términos simples, ocurre dado que al tener la claridad de donde terminan las perspectivas y formas de ver de una persona y donde empiezan las de la otra, es más probable poder reconocer lo que es propio.
Todo esto favorece sin dudas modalidades de comunicación más claras y fructíferas. Si somos capaces de reconocer qué pensamos, qué sentimos, cómo actuamos y que necesitamos, etc de manera diferenciada respecto a la perspectiva de los otros (a través del establecimiento de los ya mencionados límites claros), es más probable que sepamos qué pedir, qué aceptar y qué no, qué preguntar y qué estamos dispuestos a responder, sin que lo anterior tensione necesariamente las lealtades con la o las personas que tenemos al frente.
En definitiva, el establecimiento de límites es un acto de respeto profundo y es deseable psicológicamente hablando, ya que nos permite respetarnos y encontrarnos como personas diferentes.