La hipótesis de la inteligencia social
La inteligencia y las capacidades cognitivas en general son elementos profundamente estudiados a lo largo de la historia de la psicología, siendo algo que ha fascinado al ser humano desde la antigüedad. Resolver problemas, saber adaptarse al medio y generar estrategias y actuar de manera eficiente permiten tanto al ser humano como a otras especies sobrevivir y hacer frente a las demandas ambientales.
Tradicionalmente se ha considerado la inteligencia algo heredado, en gran parte derivado de la genética y en parte de nuestro desarrollo a lo largo del embarazo y la infancia. Pero no es hasta hace relativamente pocos años que no se ha empezado a hablar de la inteligencia como algo aparecido gracias a la socialización. Esto es lo que propone la hipótesis de la inteligencia social o del cerebro social.
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Así es la hipótesis de la inteligencia social
La hipótesis de la inteligencia social, desarrollada y defendida por Humphrey, propone que la inteligencia y el desarrollo cognitivo es promovido por el hecho de tener que gestionar relaciones sociales cada vez más complejas. Esta hipótesis surgió de la observación que hizo el autor del comportamiento de primates en cautividad en su día a día, llegando a la conclusión de que sus dinámicas sociales explicaban y promovían parte de su desarrollo cognitivo. No estamos hablando del concepto de inteligencia social en sí sino del surgimiento de la inteligencia como algo social.
Esta hipótesis parte de la psicología evolucionista, e insinua que de hecho el desarrollo de las capacidades cognitivas de la especie humana es debida al menos en parte por la necesidad de interaccionar y comunicarse, al precisar de coordinación para cazar y defenderse de depredadores, o preparar herramientas con estos objetivos. También el establecimiento de jerarquías y relaciones de poder y sumisión, el comportamiento o rol esperado de cada miembro o el aprendizaje de técnicas y estrategias se fueron haciendo cada vez más complejas.
Esta teoría conduce a reflexionar sobre cómo el ser humano ha ido evolucionando y desarrollando con el paso de las generaciones una inteligencia mucho más basada en la comunicación y en la interacción social, desarrollando sociedades cada vez más complejas y mucho más demandantes (pasamos de las pequeñas tribus familiares a aldeas, ciudades, reinos, imperios o civilizaciones) que exigen una cada vez mayor flexibilidad y capacidad cognitiva para gestionarlas. Se requiere de cierto nivel de abstracción, que poco a poco se fue potenciando y desarrollando al tener mayor éxito reproductivo quienes las poseían o aprendían.
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El cerebro social
La hipótesis de la inteligencia social ha encontrado algunas evidencias a favor dentro de la biología. El ejemplo más evidente es el de Robin Dunbar, quien recogió, desarrolló y profundizó en la hipótesis de Humphrey.
A lo largo de su investigación, este autor reflejó la existencia de una correlación entre tamaño de grupo social de pertenencia y cociente de encefalización, poseyendo un mayor volumen (y posiblemente densidad y conectividad) cerebral aquellos animales con mayor cantidad y calidad de relaciones. Dicho aumento de volumen es visible en el neocórtex. Sin embargo, el número de relaciones que podemos gestionar a la vez es limitado: es por ello que, se propone en su teoría, que al aumentarse la demanda social poco a poco nuestra especie ha ido desarrollando mayor nivel de conexiones neuronales y capacidades de abstracción.
Ello nos ha permitido sobrevivir. Y es que el ser humano carece de grandes elementos que nos permitan sobrevivir por nosotros mismos: no somos especialmente rápidos, ni nuestros sentidos son excesivamente superiores a los de otros animales, ni poseemos cuernos, garras o una dentición que nos permitan una defensa o capacidad de caza. Tampoco tenemos una fuerza o tamaño comparable a las de posibles depredadores. Evolutivamente, pues, hemos dependido de nuestro número y capacidad de gestionarnos socialmente para sobrevivir, y posteriormente de nuestra capacidad cognitiva (desarrollada en gran medida por nuestra capacidad relacional).
Algunas evidencias en el mundo animal
Son diferentes las evidencias a favor de esta hipótesis, en gran medida provenientes de la observación del comportamiento animal y de la realización de estudios comparativos y experimentos conductuales con diferentes especies animales.
Recientemente ha salido a la luz el estudio y análisis comparado del comportamiento de algunos animales: concretamente con las urracas australianas. Se hizo que diferentes urracas hicieran frente a una serie de pruebas conductuales en que básicamente deben resolver determinados puzzles (observando la capacidad de resolución de problemas) para conseguir comida. Los experimentos se han llevado a cabo con urracas de diferentes edades y pertenecientes a diferentes bandadas, siendo cada uno de los cuatro puzzles preparados en las pruebas dedicado a evaluar una habilidad concreta (aprendizaje de asociación respuesta-recompensa y memoria espacial entre ellas) y manifestándose que el rendimiento del animal era mejor cuanto mayor era la bandada a la que pertenecían, así como entre las urracas que se habían criado en dichas bandadas desde su nacimiento.
Así, se propone que vivir en grandes grupos se vincula y promueve un mayor rendimiento cognitivo, lo que a su vez facilita la supervivencia. En conclusión, aquellas aves que viven en grandes bandadas tienden a tener un mayor rendimiento en diferentes pruebas propuestas por investigadores. Estas mismas conclusiones se han visto reflejados con estudios llevados a cabo con cuervos, delfines y diferentes especies de primates.
Además de las evidencias encontradas en animales, resulta útil pensar en nuestro propio desarrollo: la parte frontal del cerebro es una de las más grandes y de las que más tarda en desarrollarse, y se encuentra profundamente vinculada al control de la conducta y a la gestión del comportamiento social (especialmente la región prefrontal). También hemos de destacar que el descubrimiento de las neuronas espejo por parte de Rizzolatti como elemento que nos permite entender y ponernos en en el lugar de otros se vinculan a este hecho: al vivir en sociedad, nuestro comportamiento y la gestión de relaciones hace más adaptativa la evolución de estructuras vinculadas a captar lo que nuestros semejantes sienten o refieren. Y ello nos hace, como especie social que somos, más adaptativos.