La importancia del tratamiento farmacológico ante el alcoholismo
El alcohol es la droga más consumida en todo el mundo, y si bien el uso habitual de esta sustancia está muy normalizado en prácticamente todas las sociedades y culturas, no deja de ser cierto que la adicción a la que puede dar lugar tiene efectos muy severos en la salud física y mental.
Quizás por lo habituales que resultan las personas con problemas de alcoholismo, existen toda una serie de estereotipos e ideas preconcebidas acerca de la figura de lo que ha sido considerado históricamente el “borracho”; creencias y tópicos que llevan a criminalizar a quienes sufren este tipo de adicción porque se da por supuesto que lo que les ocurre es un problema de “debilidad mental”, de falta de voluntad para mejorar e integrarse correctamente en la sociedad.
Sin embargo, lo cierto es que el alcoholismo existe mucho más allá de las preferencias, las decisiones personales y la manera de establecer prioridades de cada persona. Dicho de otro modo, no tiene nada que ver con una filosofía de vida concreta. Es un trastorno de tipo adictivo que incluye alteraciones comportamentales y modificaciones e el funcionamiento del sistema nervioso, lo cual implica que se trata de una patología con una parte psicológica y otra biológica. Y esto último implica que, al tratar el alcoholismo, normalmente es necesario apoyarse en el uso de fármacos. Veamos por qué.
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¿Por qué las adicciones requieren de apoyo psiquiátrico?
Las adicciones tienen un lado psicológico y social, y otro lado biológico y médico. Intervenir en ambas facetas del problema es fundamental para aportar soluciones a largo plazo a las personas con trastornos adictivos, y por ello, el apoyo psiquiátrico resulta fundamental.
¿Cuál es la cara “psiquiátrica” de la adicción al alcohol? Esta tiene que ver con el modo en el que esta sustancia interactúa con nuestras células nerviosas. Si bien otras bebidas y alimentos intervienen en nuestros procesos psicológicos de manera más indirecta a través del sabor, en el caso del alcohol no son los estímulos captados por las papilas gustativas lo que nos lleva a “engancharnos” a esta clase de productos (de hecho, la mayoría de primeras experiencias con el alcohol son desagradables en este sentido).
Lo que genera la adicción es el modo en el que el alcohol interactúa con las neuronas de nuestro encéfalo, porque a diferencia de otras moléculas, esta tiene la capacidad de atravesar la barrera que separa el sistema circulatorio del sistema nervioso, y ello le permite ser captada por nuestras neuronas.
Así pues, cuando el alcohol llega a las células nerviosas, las activa de un modo similar en el que lo hacen nuestros neurotransmisores, moléculas presentes en nuestro sistema nervioso y que son usadas por las neuronas para comunicarse entre sí. Pero la reacción nerviosa que genera el alcohol es anómala, y de hecho, hace que nuestro sistema de recompensa, la parte del encéfalo encargado de detectar las situaciones placenteras que debemos repetir una y otra vez, se active mucho. De este modo, el alcohol “hackea” nuestro cerebro haciendo que tome como una experiencia buena para nosotros una que en realidad no nos conviene: el consumo de bebidas alcohólicas.
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La utilidad del tratamiento farmacológico ante el alcoholismo
Como hemos visto, el alcoholismo es una adicción en la que el individuo desarrolla una dependencia física y psicológica hacia el alcohol disponible en bebidas. Normalmente, el consumo de estos productos empieza en contextos recreativos y gradualmente va invadiendo todos los aspectos del día a día de la persona, incluyendo el trabajo y las actividades realizadas en casa.
Tal y como ocurre en el resto de adicciones a drogas, el alcohol no solo interfiere en el funcionamiento de las neuronas de la persona, sino que va transformando su manera de interconectarse entre sí y de establecer patrones de activación neuronal; de ese modo, el sistema nervioso del individuo se va “acostumbrando” a trabajar teniendo una gran cantidad de alcohol disponible en la sangre, parte del cual atraviesa la barrera hematoencefálica y se acopla a los receptores de las células nerviosas.
De este modo, el simple hecho de dejar de consumir alcohol hace que surja un fuerte malestar, entre otras cosas porque el cerebro de la persona “cojea” momentáneamente al sufrir un desequilibrio en sus niveles de sustancias químicas disponibles; esto es lo que produce el síndrome de abstinencia.
Además, como a medida que pasa el tiempo el cerebro se va adaptando cada vez más a la presencia del alcohol en el organismo, la persona cada vez necesita consumir más para obtener la sensación de estar saciado/a, y por otro lado, también debe consumir más para mantener el síndrome de abstinencia a raya. El resultado de esto es un círculo vicioso: cuanto más tiempo pasa sin que el alcoholismo sea tratado, más arraigada está la psicopatología tanto en los hábitos del individuo como en el funcionamiento de su propio sistema nervioso.
El uso de psicofármacos para ayudar a las personas con alcoholismo surge a partir de la idea de que para superar esta adicción no es suficiente con, simplemente, interrumpir el consumo de alcohol. Es necesario acompañar a la persona en este proceso, que es siempre gradual y dura entre varios meses y varios años, y ser consciente de que “descabalgar” del alcoholismo implica mantener un equilibrio relativamente delicado en el funcionamiento de su sistema nervioso, dado que en muchos casos, si el cerebro se queda sin alcohol de repente, esto puede desencadenar problemas de salud derivados e ese desequilibrio químico.
Además, no hay que olvidar que el reto de dejar atrás el consumo de una droga involucra la gestión de emociones muy intensas. Normalmente, las primeras fases del tratamiento para dejar las drogas van de la mano de momentos de mucha ansiedad y estrés, y los psicofármacos pueden ser de gran ayuda para evitar que los síntomas de estos desajustes emocionales lleven a la persona a recaer o a meterse en problemas.
Además, como muchos psicofármacos tienen en sí el potencial de generar adicciones, estos procesos deben estar supervisados siempre por profesionales de la medicina, que recetan medicamentos concretos y van ajustando las dosis y la frecuencia de toma.
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