''La Naranja Mecánica'' y sus enseñanzas psicológicas
La Naranja Mecánica es una de las películas más recordadas de Stanley Kubrik. Su mezcla de escenas chocantes y crítica social la convirtieron en una obra polémica que, sin embargo, se ha transformado en un icono del cine (además de aportar los ingredientes para algunos de los disfraces más populares en carnaval).
Ahora bien, la Naranja Mecánica no destaca tan solo por lo espectacular de su fotografía o por criticar ciertos aspectos de la política. Encierra, también, una reflexión que tiene mucho valor para la psicología y que recurre a una corriente psicológica llamada conductismo. A continuación veremos en qué consiste esta idea de fondo.
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Breve repaso al argumento de la película
A (muy) grandes rasgos, el argumento de La Naranja Mecánica es el siguiente.
El protagonista, Alex, es el líder de una pandilla compuesta por jóvenes que se divierten habitualmente participando en actos de violencia extrema. Les gusta dar palizas, violar y entrar en propiedades ajenas para destruir lo que encuentren.
Pero esto no es lo único que le gusta a hacer a Alex; también siente una pasión casi enfermiza por la música de Beethoven, hasta el punto de que llega a golpear a uno de sus compañeros cuando este se burla de alguien que escucha esas piezas musicales. Esta es una de las debilidades del protagonista, aunque en ese momento apenas es evidente, ya que Alex se encuentra en un lugar que le permite dominar a los demás.
Sin embargo, todo cambia cuando, después de asesinar a una mujer, los compañeros de Alex lo traicionan para que la policía lo pueda detener. En ese momento el protagonista sigue mostrándose desafiante y, a su manera, sigue ejerciendo el control, fingiendo ser más bondadoso de lo que realmente es para recibir un trato privilegiado.
En parte por eso acepta que se le acorte la condena a cambio de ser sometido a un tratamiento psicológico experimental: el método Ludovico, diseñado para que no se vuelva a reincidir en actos de violencia. A Alex no le interesa cambiar, sino hacer lo que sea necesario para quedar libre cuanto antes.
Sin embargo, el tratamiento Ludovico no solo resulta ser insólitamente doloroso y degradante, sino que además cumple con su cometido. En las siguientes líneas explico cómo funciona y los efectos que tiene en el protagonista.
La técnica de Ludovico
En las sesiones en las que estaba obligado a participar, Alex era sujetado a una silla que le obligaba a mirar constantemente a una pantalla, a la vez que se me sujetaban los párpados con unas varillas para que no los cerrase. Mientras se le iban aplicando gotas en los ojos, Alex se convertía en espectador de vídeos con todo tipo de contenidos violentos: mutilaciones, violaciones, escenas de guerra…
Sin embargo, esto no era lo único que el protagonista iba registrando. A la vez, mediante una aguja, se le iba suministrando una sustancia que hacía que si sintiese cada vez peor, que experimentase náuseas y que quisiera salir de allí a toda costa. Todo esto, a lo largo de sesiones que duraban varias horas seguidas.
El tratamiento Ludovico es una técnica ficticia creada para la película, y sin embargo se fundamenta en una clase de tratamientos que existieron de verdad: las terapias basadas en el condicionamiento clásico, utilizadas por ejemplo para intervenir sobre fobias.
El condicionamiento clásico, descrito por el fisiólogo ruso Iván Pavlov se basa en el fenómeno de que al aprender a asociar un estímulo que causa bienestar o rechazo por sí solo desde el principio con otro estímulo que de por sí no genera una reacción significativa, se puede llegar al punto en el que el segundo estímulo se convierta en algo tan aversivo o agradable como el primero.
En este caso, el gobierno intentaba que Alex aprendiese a relacionar aquello que le gusta con una experiencia intensamente desagradable, de manera que una vez puesto en libertad no pudiera participar en esa clase de actos sin sentirse tan mal que no pudiera hacerlo. Sus expectativas fueron cumplidas cuando, en una fase de prueba, Alex se mostró incapaz de agredir a pesar de que se lo intentase provocar.
De verdugo a víctima
La vida de Alex se transformó en un infierno tras su puesta en libertad. Sus ganas de participar en acciones violentas no habían desaparecido, lo único que había cambiado era que no era capaz de satisfacer ese deseo, porque cada vez que lo intentaba sufría un intenso malestar.
Había pasado de ser un tirano a convertirse en una víctima increíblemente vulnerable. Esto queda claro cuando se encuentra a sus antiguos compañeros, convertidos en policías, que golpean a Alex sin que esta pueda hacer siquiera el amago de defenderse. Algo parecido pasa cuando uno de los indigentes agredidos por Alex en el pasado lo reconoce y empieza a atacarlo sin que el protagonista pueda hacer más que huir.
El efecto Beethoven
Pero hay otra pieza relevante en la transformación del protagonista. En las sesiones de tratamiento de Ludovico, algunos de los cortes de vídeo tenían como banda sonora la Novena Sinfonía de Beethoven. Cuando Alex se refugia en una de las primeras casas que encuentra después de ser víctima de una paliza, no se da cuenta de que la casa pertenece a uno de los hombres que atacó en el pasado.
En el momento en el que el hombre se da cuenta de quién es su invitado, y después de averiguar que ha desarrollado aversión tanto a la violencia como a Beethoven, lo encierra en una habitación y le obliga a escuchar una de las partes de la Novena Sinfonía hasta que saltase por la ventana cosa que termina haciendo.
Sin embargo, Alex sobrevive, y después de ser ingresado en el hospital se transforma en un instrumento de propaganda para el partido gobernante, que ha perdido mucho apoyo después de apoyar públicamente la técnica de Ludovico como herramienta de reinserción y del desenlace con el intento de suicidio.
La psicología de La Naranja Mecánica
El propósito de La Naranja Mecánica no es en sí criticar la corriente de la psicología conductista (entre otras cosas porque el conductismo no se fundamenta en el condicionamiento simple y da más importancia a las técnicas propuestas por psicólogos como B. F. Skinner), sino ofrecer una reflexión acerca de los tiempos que se vivían a finales del siglo XX. El método de Ludovico es la herramienta que la película elige utilizar para explicar cómo un poder que se encuentra más allá del individuo puede transformar a este último en una marioneta.
Esta crítica es realizada utilizando dos temas muy relacionados entre sí: la legitimidad de la violencia y el grado en el que el ser humano goza de libertad en las democracias liberales.
La violencia legítima
El aspecto de la violencia sobre el que se llama la atención es el hecho de que Alex no es el único elemento antisocial de la película: el gobierno también actúa imponiendo su programa, aunque con una diferencia: cuenta con la legitimidad para hacerlo.
Es por eso que es posible planear e incluso publicitar un tratamiento tan brutal como la técnica de Ludovico y es también por eso que los antiguos compañeros de Alex pueden atacarlo sin motivo sin que se note que hay algo que debilita al Estado. Estos son elementos que, a pesar de basarse en el uso de la fuerza, no parece que vayan en contra de la lógica del Estado, sino que en todo caso explican cómo funciona habitualmente.
La falta de libertad
La reflexión sobre la libertad es quizás la más interesante desde el punto de vista de la psicología. En esta película, el gobierno consigue "hackear" los procesos mentales de Alex con un objetivo muy simple: desactivarlo como sujeto imprevisible y hacer que encaje mansamente en el entramado político que se ha tejido para mantener el poder.
No se busca el bienestar del paciente, sino hacer que deje de ser un elemento capaz de generar titulares dañinos en los periódicos. El choque entre pacificación y violencia no desaparece, simplemente sale del ámbito público y pasa a trasladarse al cuerpo del protagonista, que experimenta en primera persona el sufrimiento que produce esa tensión.
Una reflexión final
Después de pasar por la técnica de Ludovico, Alex no es más libre, ya que eso conllevaría tener más opciones para elegir de qué manera ser feliz; al contrario, se muestra claramente cómo pasa a ser una persona marcada por las limitaciones que ese tratamiento le ha impuesto. El problema público que supone tener a un joven con ansias de sangre rondando por las calles deja de existir, pero aparece otro que es de ámbito individual y privado y que ni siquiera puede ser equiparado a la pena de cárcel.
Esta es la opción que, según la película, pueden aportar las democracias liberales a los elementos que ponen en riesgo a las personas. No hacer lo posible por ampliar los horizontes de libertad de las personas, sino intervenir sobre ellas apartando de la vista aquello que afea el paisaje. En definitiva, tratando a las personas desde la misma perspectiva mecanicista e instrumental que el título de la película sugiere.
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