Adolescencia y pandemia: qué hacer para no ser padres y madres desbordados
Si, en líneas generales, la crianza es una actividad compleja, sabemos que la etapa adolescente supone una serie de complicaciones que, en época de pandemia, todavía pueden verse agravadas por las limitaciones de ocio y por las restricciones que algunas familias intentan imponer.
Lo primero que podemos señalar es que la percepción del riesgo es algo subjetivo, es decir, cada persona puede percibir e interpretar los peligros con una escala subjetiva y personal que puede ser muy diferente en unos casos y en otros. Parece que la etapa adolescente se caracteriza por tener una baja conciencia de riesgo ante supuestos peligros.
También es muy importante decir que en el momento actual hay muchos jóvenes que tienen comportamientos absolutamente responsables y son conscientes de no poner en peligro a personas mayores o a quienes pueden ser más vulnerables a una infección por COVID-19, pero no es así en todos los casos.
Esta percepción del riesgo puede generar conflictos familiares a la hora de imponer normas, horarios y limitaciones de contacto en los grupos sociales de relación. Por lo cual, es importante generar un diálogo apoyado en argumentos, incluso en datos, para acompañar las normas o criterios que se pretenden imponer.
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Crianza de los adolescentes en el contexto de la pandemia: ¿cómo fijar límites?
Es importante que tengamos en cuenta que la adolescencia es una etapa en la que suele darse la tendencia a la reivindicación, a la rebeldía como forma de conseguir la autonomía y la diferenciación de los padres. Los chicos y chicas de estas edades necesitan experimentar su propia toma de decisiones y la rebeldía en mayor o medida de las normas que se quieren imponer. Aunque este rasgo sea esperable, es conveniente que se dé dentro de unos límites aceptables.
Para proponer algunos aspectos que sirvan de guía a las familias, vamos a detallar los factores que son importantes tener en cuenta, a la hora de establecer criterios y pautas eficaces en el seno de la familia.
1. Coherencia y congruencia entre lo que se dice y lo que se hace
Algunas veces se pretende que se siga una indicación del tipo “lo que tienes que hacer es...”, pero los adultos se comportan de forma diferente y con criterios arbitrarios que no son los mismos que se exigen. Esto debilita los argumentos es una invitación clara a no cumplir con las exigencias puesto que les quita importancia. Si los padres y madres hacen otra cosa, se crea un agravio comparativo ya que sus pautas se basan en el poder que creen tener hacia los hijos e hijas.
2. Hacer un frente común
En muchas familias, se sabe perfectamente quien de los progenitores es más estricto y quien más permisivo, o bien hay una estrategia de despiste bien organizada que permite que, mientras papá y mamá discuten para ponerse de acuerdo, los chavales se salen con la suya, por aquello de que “a río revuelto, ganancia de pescadores”.
Es muy importante que existe un frente común, que haya el diálogo necesario entre los progenitores, sin que trasciendan los detalles y solo se comunique el resultado respecto a los permisos acordados.
3. Explicar las normas desde la responsabilidad
Es importante que las normas se acaten y se cumplan, y esto suele ser más sencillo cuando se comprenden.
Explicar los motivos, argumentar la decisión suele ser un elemento que ayuda a acatar y comprender los criterios, además de que los aleja de una decisión arbitraria o caprichosa.
4. Proporcionalidad en las consecuencias
Cuando llega el momento de poner algún castigo, sanción o limitar los derechos, debido a un incumplimiento de alguno de los criterios, es importante no dejarse llevar por el impulso del enfado inmediato.
No es bueno saltar con una descarga de castigos, sanciones y limitaciones, en pleno enfado y ebullición de ira, para que, pasadas unas horas o días, se dé marcha atrás y no se cumpla ni la mitad de lo dicho.
Esta variación de criterio también quita autoridad a los padres y madres, los hace parecer inconsistentes frentes a sus adolescentes y les debilita. Es mejor tomarse un tiempo, pensarlo, consensuarlo entre padre y madre y comunicarlo de forma conjunta y sosegada. Además, es mejor plantear la idea como consecuencias y no tanto como castigo.
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5. Presencia de ambos progenitores en los diálogos de situaciones importantes o significativas
Este aspecto es parecido al que hemos explicado antes, pero no exactamente igual. Hace falta que algunas decisiones se comuniquen de forma conjunta, siempre que sea posible, porque esto las dota de la importancia y contundencia necesaria para que se perciba así e impide el efecto de intentar buscar las brechas de los puntos de vista particulares de cada progenitor.
6. Comprender sin atacar y sin mostrarse vulnerable
Este punto hay que ampliarlo más. No podemos imponer ningún criterio o norma a nuestros adolescentes sin mostrar capacidad de empatía y comprensión y, al mismo tiempo, sin atacarles o menospreciarles.
El respeto es un ingrediente no solo básico, sino primario en cualquier relación humana. No se puede esperar respeto si no se muestra respeto, de ahí que sea imprescindible no atacar, ni insultar, ni menospreciar. Es mejor comprender y empatizar, pero sin dudar de la norma que se quiere establecer y sin mostrar dudas o vulnerabilidad.
Concluyendo
Es evidente que estos elementos no constituyen una receta infalible, pero sí estamos incorporando ingredientes imprescindibles para conseguir mejorar la eficacia de la comunicación y la educación y evitar sentirse desbordados ante la presión que supone esta gran tarea. ¡Ánimo con ello!