Ataques de ira: por qué surgen y cómo podemos gestionarlos
Los seres humanos somos animales muy emocionales, con nuestros momentos de emociones positivas y negativas, necesarias para adaptarnos al mundo que nos rodea.
La tristeza, la alegría, la ira, el asco y otras emociones y sentimientos son necesarios para poder adaptarnos a las exigencias de nuestro entorno social y hacer frente a la vida cotidiana.
El enfado es una emoción tan necesaria como cualquier otra, pero, en ocasiones, cuando se produce de forma incontrolada y con demasiada frecuencia es cuando se debe plantear la necesidad de buscar ayuda y pensar en las consecuencias en nuestro entorno más cercano.
Aquí vamos a abordar qué son los ataques de ira, cuales son sus causantes comunes y explicaremos algunas técnicas útiles para controlarlos.
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¿Qué son los ataques de ira?
Se trata de episodios de enfado en los que la persona reacciona de forma repentina y violenta ante algo que le ha molestado, como una injusticia, una ofensa personal o una situación que le incomoda. La diferencia que se da con un enfado normal y adaptativo es el hecho de que la persona puede llegar a perder el control de sí misma, lanzando objetos, gritando y golpeando tanto mobiliario como a personas.
Dada la gravedad y la violencia que manifiesta la persona poseída por el ataque, este comportamiento es claramente una conducta socialmente no deseable. Además, el propio entorno puede retroalimentarlo, dado que las personas que se encuentren cerca puede contribuir a que haya más tensión e, incluso, se pueden contagiar del ataque de ira.
Detrás de incidentes domésticos, peleas domésticas y otras situaciones tensas es habitual encontrar que se prendió la mecha con un ataque de ira de una de las personas implicadas, la cual incitó a que el resto se comportara de forma igualmente violenta.
Además de la vida familiar y las relaciones con los amigos, las personas que sufren ataques de ira frecuentes pueden ver arruinada su vida laboral cuando sufren uno de estos episodios en el lugar de trabajo. También pueden ocurrir problemas con las autoridades, al pelearse con un policía o al intentar agredir a alguien de la calle.
Una característica común de las personas que sufren ataques de ira es que, después de vivir uno de estos episodios, se arrepienten profundamente de lo que han hecho, pero el daño ya ha sido ocasionado.
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Causas
Son muy variadas las causas que pueden producir un ataque de ira. Algunas situaciones que pueden producir estos episodios son cuando se ha colmado la paciencia de alguien ante una negligencia grave o una ofensa personal que no se puede dejar pasar.
También puede darse cuando la convivencia con seres queridos como padres, hermanos y la pareja no se está dando de forma adecuada, no cumpliéndose las tareas domésticas, habiendo sobreprotección y abusivo control sobre la vida de los miembros de la familia, entre otros aspectos que pueden generar tensión e iniciar un incidente en el hogar.
Es de especial mención algunos trastornos en los que se pueden dar ataques de ira: el trastorno bipolar, la depresión, enfermedad de Alzheimer, alcoholismo… además de enfermedades que aparentemente pudiera parecer que no tienen relación con inestabilidad emocional, como lo son la diabetes mellitus, cirrosis, hepatitis, epilepsia, abuso de benzodiacepinas, hormonas, esteroides, anabólicos y medicamentos para reducir el colesterol.
Cabe incidir en el abuso de sustancias, dado que es común en todas ellas que se dé episodios de enfado excesivo, dado que afectan directamente en la química cerebral.
Técnicas para controlar nuestro enfado
A continuación detallamos algunas de las técnicas útiles para mantener los ataques de ira a raya y evitar sus efectos perjudiciales sobre nuestras vidas, relaciones personales y salud.
1. Aprende a expresarte emocionalmente
Una clave para evitar que la ira se apodere de nosotros es intentar dar nombre a lo que nos está sucediendo. Puede ser que hayamos vivido una situación que nos resulta desagradable, pero no hemos dicho cómo nos ha hecho sentirnos.
Es muy importante hablar con la persona que esté implicada en aquello malo que nos ha pasado, ya sea ella la causante del mal o bien una persona que ha podido vivir con nosotros la situación problemática.
Expresarnos nos ayuda a entender con mayor profundidad el problema, dado que nos obliga a reflexionar sobre él. Además, incita a la persona que nos escucha a mostrar un poco de empatía hacia nosotros y ser más comprensiva con nuestros sentimientos.
De esta forma, el potencial ataque de ira se transforma en autorreflexión, en comprensión de lo que nos sucede, en empatía y, eventualmente, en un mejor autoconocimiento que nos otorgará alegría y satisfacción.
2. Cambia de idioma emocional
En muchas ocasiones, al inicio de lo que posteriormente será un ataque de ira, la persona enfadada dice cosas como “siempre me dices cosas malas”, “me tratas como si fuera basura”, “nunca me escuchas”....
En lugar de decirlo con estas palabras, y utilizando un tono hostil, tratemos de traducirlo a un idioma más positivo.
Bajando el tono, y tratando de evitar incrementar la tensión, podemos expresar las mismas ideas de la siguiente manera: “creo que la forma en que me tratas me hace sentirme de una forma que no deseo”, “me he enfadado porque siento que nunca me escuchas, o al menos no de la forma en que me gustaría”...
Estas frases dicen, en esencia, lo mismo que las primeras, solo que el tono en ellas cambia de una forma que las vuelve más suaves, además de detallar cómo nos sentimos sin recurrir a palabras malsonantes ni generar tensión.
3. Sé empático
Esta máxima, que puede parecer obvia, es, en la práctica, muy poco utilizada. Ser empático implica ponerse en el lugar del otro y tratar de entender por qué nos ha dicho algo que nos ha molestado.
Puede ser que la persona esté pasando por un mal momento, y le ha resultado necesario decir algo un tanto desagradable para liberar un poco de su malestar emocional. Hemos de intentar hacer el esfuerzo de comprender por lo que está pasando.
Si puedes, pregúntale al otro como se siente, si necesita ayuda, y si prefiere que dejéis de lado el tema por el que estáis discutiendo para abordar su problemática. Así, además de destensar la situación, favorecerás a que broten sentimientos positivos.
4. No es una batalla
Ya sea tu pareja, tu amigo, tu jefe o cualquier otra persona, el hecho de que sientan y piensen de forma distinta a ti y perciban la situación de forma diferente no significa que te estén atacando.
Los seres humanos somos muy variados y casi nunca coincidimos en lo mismo. Hay tantas opiniones como personas en el mundo, y es por ese motivo que debemos hacer un esfuerzo para evitar que un malentendido acabe siendo una auténtica guerra campal.
El compartir vuestras reflexiones y pensamientos puede transformarse en algo realmente positivo, dado que nos ayuda a tener una visión más rica del mundo que nos rodea.
5. Potencia la escucha activa
¿Cuántas veces nos ha pasado que le hemos hablado a alguien y lo que le entraba por una oreja le salía por la otra? Cuando nos ocurre es algo muy frustrante, dado que nos sentimos menospreciados y que no se nos toma en serio.
Es muy importante que, en caso de que alguien nos esté contando sus problemas, la escuchemos de forma activa, es decir, tratando de comprender y recordar lo que nos dice, preguntarle sobre cómo se siente y, si es posible, explicarle algo de nuestras vidas que esté relacionado con lo que nos está compartiendo.
Si la escuchamos, ella también lo hará cuando nosotros compartamos nuestros sentimientos. Muchos conflictos son el resultado de que las personas no han sabido hablar ni se han escuchado mutuamente, dando lugar a malentendidos terribles.
6. Sé consciente de las consecuencias
Párate en seco antes de decir algo desagradable. Respira. Piensa en qué podría degenerar todo esto. Esto ya lo has vivido antes, ¿qué pasó? ¿cómo acabó? ¿te sientes satisfecho con la situación de ese momento?
Es muy importante ser consciente de cómo se va a desarrollar la escalada de tensión. Si se ha vivido con anterioridad y, por tanto, se tiene experiencia de ataques de ira anteriores, es muy importante reflexionar sobre cómo acabó todo esto.
Puede parecer algo obvio, pero recordar lo que pasó en el ataque de ira anterior puede ser una técnica útil para parar en seco el inminente ataque actual. Así evitamos ir a más.