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El fin de la Historia según Fukuyama: qué es y qué implicaciones tiene


Al acercarse el final de la Guerra Fría en la que el capitalismo, representado por Estados Unidos, y el comunismo, representado por la Unión Soviética, llegaba a su fin con el, aparentemente, éxito del modelo occidental Francis Fukuyama planteó que la historia, tal y como la conocíamos, estaba llegando a su fin.

El fin de la Historia de Fukuyama es una idea que hace referencia a cómo, tras la victoria de un modelo ideológico en lo económico y en lo político, era cuestión de tiempo que todo el mundo lo acabara adoptando. Las ideologías, según él, habían sido el principal motor de conflicto y quedando reducidas a solo una ya no tenía por qué seguir habiendo.

Con sus aciertos y equivocaciones la idea del fin de la historia de este politólogo norteamericano ha estado en boca de muchos, especialmente en la década de los noventa cuando se creyó que se estaba haciendo realidad aunque hoy en día se pone muy en duda. A continuación abordaremos este concepto filosófico.

¿Qué es el fin de la Historia según Fukuyama?

El fin de la historia es un concepto filosófico abordado en varios trabajos del politólogo norteamericano de origen japonés Francis Fukuyama (1952), concretamente “¿El fin de la historia?” (1989) y “El Fin de la Historia y el Último Hombre” (1992), una idea que sostiene que, ante la progresiva desaparición del hasta aquel momento único rival del bloque capitalista-liberal, el bloque socialista-leninista o comunista, el sistema democrático propiamente occidental se mostraba como el vencedor en el ámbito ideológico.

Ya desde la década de los 80 y evidenciado a principios de los noventa, la humanidad había alcanzado un punto en el que al no existir rival para el capitalismo-liberalismo se podía considerar que este había triunfado como sistema político y económico funcional. Así pues, el mundo entraba en un nuevo período que Fukuyama lo considera el final: la post-historia.

La Guerra Fría (1945-1991) había finalizado y con ella la pugna entre el capitalismo y el comunismo. Al ganar el capitalismo terminaba la guerra ideológica y probable guerra armada ya no era necesario seguir pensando en nuevas formas de gobierno y gestión de la economía puesto que era el modelo democrático liberal capitalista el que parecía ser el más funcional y que así lo había demostrado siendo adoptado por los que hasta hacía poco eran naciones comunistas. Fukuyama consideraba que era simple cuestión de tiempo que el sistema democrático liberal se universalizara.

¿De dónde surge la idea del fin de la historia?

Ya en la década de los ochenta Francis Fukuyama ejerció, sin tener para nada la certeza de ello, como un casual oráculo al predecir la caída del otro contendiente de la Guerra Fría: el socialismo leninismo. Este modelo comunista había sido el modelo alternativo en lo económico y en lo político al liberalismo y capitalismo, modelos propios de las democracias occidentales.

Lo que sorprende de los trabajos de Fukuyama es el propio concepto del “fin de la historia”. Este se trata de un concepto filosófico del que el propio Karl Marx se había hecho eco antes, otorgándole una importante difusión a lo largo de las ideas filosóficas del siglo XX, pero que en realidad no era suya sino de Georg Wilhelm Friedrich Hegel. Hegel lo había acuñado cuando se dio la batalla de Jena, contienda en la que la Francia napoleónica había vencido a la monarquía de Prusia.

Hegel veía a la historia como una sucesión ininterrumpida de etapas, las cuales se iban suplantando unas con las anteriores, cambiando en mayor o menor medida a la sociedad de una época a otra. A lo largo de la historia las sociedades se han levantado y han caído, siendo sustituidas por nuevos modelos económicos y políticos. En los albores de la humanidad vivíamos en tribus, luego pasamos a ser sociedades esclavistas, posteriormente feudales y teocráticas hasta llegar al capitalismo sin democracia y, posteriormente, la creación de regímenes democráticos de base capitalista y liberal.

Fukuyama considera en sus trabajos de los 80 y 90 que la democracia liberal en lo político y el capitalismo en lo económico es el último eslabón de la historia evolutiva de las ideas. Esta forma de gobierno y gestión de la economía es la más sofisticada, siendo ética, económica y políticamente la más eficiente y después de ella no van a venir ninguna más. Como no se van a desarrollar nuevos sistemas económicos ni políticos y no hay ninguno más que pueda competir contra este, se ha llegado a un punto en el que no se va a avanzar históricamente puesto que no se puede.

Como la democracia liberal y capitalista ya no tiene su principal rival comunista, es cuestión de tiempo que el modelo occidental en lo económico y político sea adoptado por los demás países del mundo. Esto no quiere decir que todos los países abracen la democracia liberal y el sistema capitalista automáticamente, sino que habrá países que todavía se encuentren en una etapa histórica, es decir que todavía no sean ni democracias ni tengan capitalismo, mientras que otros países ya habrán entrado en la post-historia, siendo democracias liberales y capitalistas plenas.

Todo esto no significa que el mundo se pare de lleno, en el sentido de que no va a ocurrir absolutamente nada. Sí que ocurrirán cosas, algunas de ellas no agradables, pero la mayor parte de los nuevos acontecimientos se centrarán en la ciencia. Al no haber necesidad de cambio en lo económico ni en lo político todos los esfuerzos en avanzas se centrarán en ciencia, especialmente en la biología y medicina, buscándose la cura de enfermedades que siguen siendo mortales o mejorar nuestra calidad de vida en términos biomédicos.

Repercusión de su obra

La publicación de “¿El fin de la historia?” de 1989 supuso una auténtica revolución intelectual, más si se tiene en cuenta que no se había dado todavía la gran y repentina caída de la Unión Soviética, aunque no eran pocas las pruebas que indicaban que era cuestión de tiempo. La URSS, el gran rival del modelo occidental y sobre todo de los Estados Unidos, referente del capitalismo y el liberalismo, se desintegró definitivamente un 25 de diciembre de 1991, casi tres años después de que se publicara este primer ensayo.

Durante la década de los ochenta el máximo exponente del socialismo-leninismo empezaba a mostrar cierto aperturismo, cierta “buena cara” con el estilo de vida occidental. El enemigo ya no era tan enemigo. No obstante, este aperturismo materializado con la Perestroika de Mijaíl Gorbachov fue interpretado por muchos analistas políticos occidentales, entre ellos Francis Fukuyama, como una evidente muestra de la decadencia terminal del modelo comunista. El modelo socialista-leninista estaba agotado y los dirigentes de la URSS lo sabían, teniendo que adoptar los principios del rival para sobrevivir.

El hecho de que la URSS empezara a apostar por una tímida y débil economía de mercado y liberalismo era una muestra de que el bloque comunista llegaba a su fin y, al estar agotado, el otro bloque, el capitalista, no tenía rival real que siguiera en pie. Aunque en 1989 el Bloque comunista no había caído del todo, la caída del Muro de Berlín no era más que un aviso de lo que estaba a punto de suceder en todo el Segundo Mundo. Desaparecía la alternativa al capitalismo-liberalismo y, por lo tanto, se acababa la Guerra Fría con la victoria del modelo capitalista.

Pero por sorprendente que pueda parecer y pese a que sus ensayos vinieron a predecir entre líneas el hundimiento de la URSS, Fukuyama no dijo explícitamente que la URSS y sus estados satélites dejaran de estar unidos o que el pacto de Varsovia se fuera a disolver. Lo que simplemente trató de exponer era que si la URSS empezaba a adoptar principios capitalistas y liberales en la práctica dejaba de ser socialista-leninista y, por lo tanto, las ideas capitalistas-liberales ganaban, independientemente de si Estados Unidos, Europa o Japón fueran sus máximos exponentes.

¿Hubo otros rivales?

Francis Fukuyama no se limita a hablar de capitalismo-liberalismo y socialismo-leninismo. Para él son dos los grandes rivales a los que se ha tenido que enfrentar las democracias liberales capitalistas a lo largo del siglo XX: el socialismo-leninismo y el fascismo, sistemas que se aplicarían como formas de gobierno y acabarían extinguiéndose casi en su totalidad durante el siglo XX, dejando paso a sistemas democráticos liberales y capitalistas en la mayoría de los casos.

El socialismo-leninismo o comunismo se había implantado como modelo político y económico rival al liberalismo desde finales de la Primera Guerra Mundial, con la Revolución Rusa y la fundación de la URSS, hasta la década de los 90, tal y como Fukuyama expone en “El fin de la historia y el último hombre”, escrito tras la disolución del Pacto de Varsovia. Realmente, el comunismo había sido la única ideología que había durado y creado un sistema económico fuerte, pero no tanto como el capitalismo, siendo ejemplificado en su catastrófica caída.

El otro modelo que había hecho peligrar la existencia del liberalismo fue el fascismo, sistema de gobierno que acabaría defenestrado a partir del 1945 llegado el final de la Segunda Guerra Mundial, siendo vencida Alemania Nazi, cayendo la Italia de Mussolini y totalmente derrotado y ocupado el Japón Fascista Imperial. Aunque sobrevivieron algunos reductos del fascismo en Europa, en la mayoría de casos no eran más que regímenes capitalistas no democráticos, no propuestas de un modelo económico radicalmente distinto. Pese a que fascismo y socialismo-leninismo hayan caído, el sistema liberal capitalista no está libre de amenazas, aunque según Fukuyama estas no serían amenazas tan graves como lo fueron esos dos sistemas. Aún así el autor considera que las dos grandes amenazas durante el siglo XXI para el modelo capitalista-liberal serán el fundamentalismo religioso, especialmente el islamismo, y los nacionalismos.

Se centra en el islamismo puesto que como idea estaba resurgiendo importantemente desde la década de los setenta. Fukuyama considera que el islamismo en principio no es atractivo para las sociedades no islámicas y, en especial, para las cristianas puesto que se ve como el polo opuesto a lo que es el estilo de vida occidental. Mientras que en los países cristianos hay una clara delimitación entre lo civil, penal y religioso, esto no es así en los regímenes islámicos, sean repúblicas o sean monarquías, y la idea de libertad occidental no existe en los países musulmanes.

El otro gran rival peligroso para las democracias liberales capitalistas según Fukuyama es el nacionalismo. Los nacionalismos han causado gran daño desde que apareciera el Romanticismo alemán y francés en XIX que sirvió para darle forma. A lo largo del siglo XX la idea de nación, que no es más que una simple abstracción, algo que solo existe en la cabeza de quienes creen en ello, ha sido la causa de sangrientas guerras y genocidios, siendo el caso europeo más reciente y salvaje el de Yugoslavia.

El último hombre

El hombre posthistórico, llamado también como “el último hombre” en su libro de 1991, es un ser que basará toda su actividad económica en saciar sus demandas puramente materialistas y cada vez más refinadas. El interés será meramente económico y ya no habrá ninguna abstracción en forma de ideología que nos mueva a la acción, a defender nuestros ideales, luchar por ellos o, incluso, morir y matar para que se consigan. Los conflictos serán simplemente cuestiones individuales o, como mucho, producto de algún malentendido.

Las relaciones internacionales estarán exclusivamente basadas en el comercio. Cada estado competirá por colocar sus productos en el mercado internacional, tratando de vendérselos a los demás países vecinos mientras que demandarán servicios cada vez más complejos y refinados. No deberían haber guerras, ni conflictos étnicos o reclamos territoriales puesto que con el paso del tiempo la idea de “esta es mi nación y esta es mi tierra” estaría obsoleta. Lo importante será el dinero y el bienestar de la ciudadanía.

Así pues el mundo posthistórico es, según Fukuyama, un lugar pacífico y próspero en el que el desarrollo científico y tecnológico será lo que marcaría el nuevo cauce de la historia. Los hallazgos en medicina y demás ciencias biomédicas será lo que abra los telediarios, no una matanza en un país del Tercer Mundo. Curiosamente, Francis Fukuyama indica que el mundo posthistórico será un lugar muy aburrido y él mismo se pregunta, con cierto tono irónico, si tal vez de ese aburrimiento los seres humanos encontremos la motivación para volver a activar la historia, buscando algo que nos enfrente los unos con los otros de nuevo.

Críticas

Los trabajos de Fukuyama exponen cómo será lo que él considera que es el fin de la historia, básicamente, explicando cómo la caída del socialismo-leninismo implicaba el ascenso imparable de la democracia liberal capitalista. Los países occidentales, esto es Europa y EE.UU., entraban en una nueva época de paz mundial al no estar ante la constante tensión de tener que prepararse para enfrentarse en lo político, económico y militar a otro rival el cual hasta la fecha había sido el comunismo.

Se suponía que, poco a poco, el resto del mundo exportaría el sistema propiamente occidental, en especial el americano, haciendo que fuera cuestión de tiempo que el mundo se convirtiera en un planeta unipolar en lo económico y político. El resto de países se irían volviendo democracias liberales en lo político y estados capitalistas en lo económico. De haber algún acontecimiento histórico estos serían de poco calibre, como mucho alguna crisis económica breve o algún atentado terrorista menor.

Pues bien, estamos lejos de llegar al fin de la historia. De hecho, el pensamiento de Fukuyama se ha considerado un ejemplo de la ingenuidad occidental de los noventa que creyó que la caída del muro de Berlín y el colapso de la URSS era sinónimo de una paz. Curiosamente, el mentor de Fukuyama, Samuel P. Huntington ya había mostrado cierto escepticismo con la idea de paz mundial, diciendo en su famoso libro “El choque de civilizaciones” que el fin de la Guerra Fría daba paso a un conflicto más antiguo: el contacto y posibles guerras entre bloques culturales homogéneos, quien él llamaba “civilizaciones”.

Empezado el nuevo milenio ocurrió justo lo que Huntington había indicado que sucedería. Dos civilizaciones históricamente enfrentadas, Occidente y mundo islámico, chocaban la mañana del 11 de septiembre de 2001. Varios fundamentalistas islámicos atacan las Torres Gemelas y el Pentágono, símbolos de la libertad y capitalismo norteamericanos. El evento se cobra la vida de más de 3.000 personas. No era un atentado; era una declaración de guerra. El acontecimiento empezaría toda una serie de conflictos en varios países de Oriente Medio como respuesta.

Hoy en día el islamismo radical sigue siendo una importante amenaza, mal pronosticada por Fukuyama. La idea de la yihad y recuperar territorios que en algún momento fueron islámicos está muy viva y es hasta atractiva para personas criadas en entornos cristianos. No son pocos los soldados del Estado Islámico que tienen cabellos rubios y ojos azules: son occidentales que han sido captados por los fundamentalistas musulmanes, lo cual hace que esta amenaza sea todavía mayor.

Y si bien el Islam en sí no es el problema para el mundo occidental, sino un pequeño porcentaje de sus creyentes que tienen ideas radicales y extremistas, no son pocos los países que iban progresando hacia democracias liberales y capitalistas pero que, tras la Primavera Árabe, han vuelto a cierto fundamentalismo religioso. Además, países como Marruecos y Turquía, que son capitalistas, están lejos de ser democracias liberales verdaderas, más teniendo en cuenta el reactivado interés religioso en Anatolia.

Y luego están los sucesores del bloque comunista: Rusia y China. Pese a que la Guerra Fría acabó con la desintegración de la URSS, su “hija” la Federación Rusa no ha dejado de ser un potente rival contra el mundo occidental. Su régimen no es democrático y para nada parece que lo vaya a ser a corto plazo con Vladimir Putin como presidente. Aún así se ha mostrado un país muy influyente en países que han intentado entrar en la Unión Europea, como es el caso de Ucrania, algo que motivó una guerra civil en 2014.

La República Popular China es en teoría comunista, teniendo un gobierno de partido único. Sin embargo este país supo hacer muy bien lo que la URSS intentó en los años ochenta: abrirse al mercado internacional. Aquí tenemos un caso curioso y que es verdaderamente un gran peligro para el mundo liberal occidental, puesto que tenemos un país capitalista pero que no es un democrático y podría servir de inspiración para países que ahora son democracias para hacer una involución. Si lo importante es el dinero y el capitalismo funciona bien sin tener un gobierno democrático, entonces no hay motivo para conservarla.

Referencias bibliográficas:

  • Fukuyama, F. (1989) The End of History?, The National Interest, 16.
  • Fukuyama, F. (1992)The End of History and the Last Man, Free Press, Nueva York.