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El consumo y la delincuencia como productores de identidad


Consumir, delinquir, volver a consumir. El consumo problemático y el acto compulsivo de cometer delitos pueden ser pensados en el marco de un proceso de construcción de la subjetividad. Esta es una lectura diferente a la simple idea de que quienes se drogan y roban son personas que eligen la “vida fácil” o la mala vida.

El consumo problemático de sustancias implica una relación entre una persona y una droga, con un significado y funciones singulares. A su vez, para aquellos que también cometen delitos, este modo de comportarse tiene una función implicada.

Observamos identidades constituidas en función del tener, con relatos reiterados que hacen alusión a que "soy" (soy alguien, soy importante), "porque tengo" (armas o sustancia, ingerida o en el bolsillo y para compartir). Frases del tipo “Cuando consumía / cuando salía a robar, era distinto, me sentía mejor, más importante”. Más “completo”, podríamos agregar, entendiendo a la abstinencia de ambos actos compulsivos como equivalente a un vacío inquietante, una crisis en la identidad y una pérdida del sentido de pertenencia construido en los grupos de pares, en la esquina, en la calle.

Una identidad construida por el consumo de droga

El dejar de reunirse con los compañeros de consumo representa un proceso de duelo, un acto de des-afiliación, desvinculación con los lazos que ha podido armar y sostener en ese contexto. Son lazos unidos por el goce compartido que implica el consumir y delinquir con otros, lo cual hace las veces de generador de identificación que hace pertenecer. 

Si una persona se ha sentido excluida por su familia, escuela o contexto social más amplio, puede, por medio del consumo o del delito, sentir que es parte de la sociedad, por ejemplo bajo la etiqueta de ser parte de los “chicos peligrosos del barrio”. De esta manera es visto por la sociedad, mal visto pero visto al fin y al cabo.

En la cultura de la calle surge algo

En la esquina, en la calle, se producen procesos de socialización que no se han generado en otros ámbitos tales como la familia o la escuela, por las crisis que éstas instituciones padecen, ya que deberían integrar, contener, formar y terminan excluyendo. 

Frente a la ausencia de otras personas significativas, se idealizan nuevos referentes, como el líder de la banda, los compañeros de consumo o los chicos de la esquina. Se crea pertenencia, que empieza por consolidar algo de la subjetividad.

En la cárcel también surge algo

Al conceptualizar el acto de delinquir como modo de (y para) ser alguien, podemos pensar que el hecho de cumplir una condena y, al decir de muchos, “no deberle nada a la justicia” no representa en todas las situaciones un acto de liberación y libertad. En muchos casos, sienten que “en la cárcel estaba mejor”. Es más fácil trasgredir la ley que respetarla, dar lugar al acto compulsivo de delinquir que generar nuevas maneras de vincularse con la ley y los otros.

En tanto las reglas y normas sociales no sean interiorizadas, la resolución de conflictos no sea pensada mediante la palabra y el consumo compulsivo no sea visto como un problema de salud, estar en libertad en la sociedad no equivale necesariamente a sentirse libre. Al contrario, se está preso de sí mismo, de su falta de control y su dificultad para la puesta de límites, preso en libertad de su repetición imposible de controlar, por lo que pulsa e impulsa sin elaboración mediante. Sin incorporación de la ley, se la busca transgredir, de modo incontrolable.

Los adictos se sienten presos en libertad, condicionados a acatar una ley que no están dispuestos o preparados para respetar, presos de su propia libertad, con la magnitud de posibilidades y responsabilidades que la libertad significa.

Aunque parece paradójico, la transgresión de la ley está presente dentro del sistema carcelario habilitando los actos compulsivos, violencias, adicciones, entre otras situaciones de riesgo no interpretadas como tales por quienes las llevan a cabo. Por lo tanto, pueden hacerlos sentirse libres en el penal.

El sentido de la vida a través del consumo y la violencia

Consumo y violencia empiezan a ser vistos como necesarios y hasta más valorados que la propia salud y libertad. Los patrones de conducta y pensamientos construidos en el contexto carcelario son interiorizados de tal manera que el hecho de producir cambios al recuperar la libertad se constituye como un verdadero desafío.

Consumo y delincuencia terminan dando un sentido a la vida y para que esto deje de tener esa función se deberán construir nuevos sentidos. Será necesario un abordaje integral, con implicaciones a nivel personal, familiar, social, cultural, político, etc.

Promoción de salud, reducción de factores de riesgo y fortalecimiento de los factores de protección: enseñar y promover hábitos de vida saludable, modos nuevos de resolver los conflictos cotidianos, modificación de las maneras de relacionarse con los demás, auto-observación, control de impulsos y emociones, utilización de palabras en lugar de actos compulsivos. En definitiva, ya sin consumo compulsivo ni delitos, buscar y asumir nuevas maneras de ser y de vivir.