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La histeria: así era el "trastorno de las mujeres"


Bajo el término histeria se encuentra un trastorno difícil de definir, cuyos síntomas aparecen sin necesidad de que la persona sufra ningún tipo de afección orgánica que los justifique. En estos casos, se conjetura que la enfermedad encuentra su causa en un conflicto psicológico por resolver, el cual convierte el malestar de la persona en síntomas físicos, de ahí que también se conozca como trastorno de conversión.

Sin embargo, este diagnóstico no funcionó siempre de la misma manera. Desde la época antigua, se consideró la histeria como una enfermedad propia de las mujeres, la cual podía manifestarse mediante cualquier tipo de síntoma y que estaba causada por una gran represión sexual.

¿Qué es la histeria?

El diagnóstico de histeria es lo actualmente se conoce como trastorno de conversión, el cual se ubica dentro de la clasificación de las neurosis y puede ser padecido tanto por mujeres como por hombres.

Pero esto no fue siempre así. A lo largo de la historia de la psiquiatría, el diagnóstico de la histeria estaba reservado a las mujeres, las cuales eran tratadas mediante una intervención conocida como “masaje pélvico”. Este tratamiento consistía en la estimulación manual de la zona íntima de la mujer, por parte del profesional clínico, hasta que esta llegaba al orgasmo.

La ciencia de la época teorizaba que la mujeres enfermaban de histeria debido a un deseo sexual reprimido, y que al llegar a este estado orgásmico, al cual ellos denominaron “paroxismo histérico”, los síntomas de la histeria remitian poco a poco.

Estos síntomas relacionados con la histeria abarcaban desde síntomas físicos como cefaleas, espasmos musculares o retención de fluidos, hasta síntomas psicológicos como insomnio, irritabilidad o, lo que ellos denominaban como “propensión a causar problemas”.

Otro dato relevante dentro de la historia de la histeria es que, gracias a esta especie de trastorno, el archiconocido psiquiatra Sigmund Freud comprendió que existía algo más allá que la propia conciencia. A raíz del estudio de la histeria, Freud determinó la existencia del inconsciente, teorizando que la causa de dicho trastorno era la represión de un hecho traumático, el cual se manifestaba a través de crisis que aparecían sin ningún tipo de explicación.

Primeros diagnósticos de la histeria

A pesar de que el diagnóstico y estudio de la histeria vivió su momento de mayor apogeo en la época victoriana, existen registros de diagnósticos de histeria desde tiempos mucho más antiguos.

La histeria se pueden encontrar descrita en archivos del antiguo egipto, y tanto Platón como Hipócrates ya la describieron en su momento. Durante la antigua Grecia, las hipótesis sobre la histeria se basaban en un mito según el cual el útero femenino es capaz de recorrer cualquier parte del cuerpo, causando toda clase de enfermedades.

Este mito es el que da origen a término histeria, puesto que la raíz de esta tiene su origen en la palabra griega hystera, utilizada antiguamente para denominar al útero.

Si nos adelantamos un poco más en el tiempo, el famoso médico Galeno describió la histeria como una afección ocasionada por la carencia sexual en mujeres con tendencias pasionales; y ya se recomendaban los masajes vaginales como procedimiento para la cura.

El auge de la histeria en la época victoriana

Dada la cantidad de síntomas que la comunidad médica de la época victoriana atribuía a la histeria, esta se convirtió en el diagnóstico por defecto para prácticamente cualquier afección, por leve que fuera, que sentía una mujer.

Durante esta época, una de cada cuatro mujeres fue diagnosticada de histeria, y la lista de síntomas superaba las 75 páginas en algunos manuales. La creencia mayoritaria era que el ritmo de vida de la época actuaba como factor precipitante para que las mujeres padecieran dicha enfermedad.

Otro elemento que facilitó el gran número de diagnósticos de histeria era su fácil tratamiento. Los masajes vaginales constituían un tratamiento seguro, dado que era imposible que la paciente empeorase o muriese a causa de la intervención, cosa muy común en el sistema de salud de la época victoriana.

El principal inconveniente de este tratamiento era que debía efectuarse de forma periódica y constante. Además, las técnicas utilizadas para estimular a la mujer resultaban fatigosas para el médico, ya que este podía llevarle mucho tiempo conseguir que la mujer alcanzase el “paroxismo histérico”, con el consiguiente cansancio físico que esto suponía tanto para él como para la paciente.

Como remedio a este inconveniente, se produjo la invención de un aparato creado para facilitar facilitar esta tarea. Este aparato consistía en una especie de vibrador mecánico, el cual se colocaba sobre la zona íntima de la mujer; dando origen así, y sin que nadie de la comunidad científica lo sospechara, a los actuales juguetes sexuales.

Aunque en sus inicios tales aparatos solamente podían encontrarse en las consultas de médicos y psiquiatras, con el paso del tiempo y gracias a la propagación de la electricidad, los vibradores llegaron a prácticamente todos los domicilios, con el propósito de que las mujeres pudieran realizar el tratamiento ellas mismas desde la comodidad e intimidad de su hogar.

Es curioso que, a pesar de que la causa de la histeria se determinaba como una falta de actividad o satisfacción sexual, la comunidad médica rechazó rotundamente la idea del vibrador como un objeto con una finalidad sexual. Finalidad que, con el paso del tiempo, es la que se le ha otorgado.

El fin de este tipo de diagnóstico

No obstante, la fama y las ventajas que suponían el diagnóstico de la histeria no fueron suficientes para que esta se mantuviera en el tiempo. El avance de los estudios en psicología propiciaron una mayor comprensión de la mente humana, por lo que se pasó a considerar a la histeria como un trastorno de conversión, el cual posee unos síntomas mucho más específicos y puede darse tanto en hombres como en mujeres.

Por lo tanto, durante los primeros años del siglo XX el diagnóstico de la histeria descendió de forma considerable. También en parte, debido a que la propia comunidad médica aceptó que era imposible mantener un diagnóstico dentro del cual cabía cualquier tipo de síntoma posible.

Finalmente, aunque el término continúa utilizándose en la actualidad como otra forma de hacer referencia al trastorno por conversión, su diagnóstico según las pautas de la época victoriana está completamente erradicado.