¿Cómo es el tratamiento de los traumas vividos en la infancia?
Los traumas forman parte de las alteraciones psicopatológicas por las que las personas acuden más a psicoterapia.
Si bien se trata de fenómenos complejos, su importancia en el ámbito de la salud mental ha dado pie a décadas de numerosas investigaciones científicas acerca de este tema, de modo que si bien hoy en día no se comprende al 100% cómo funcionan ni se es capaz de predecir cómo y cuándo surgirán sus síntomas, sí se han desarrollado metodologías de tratamiento muy útiles para ayudar a los pacientes que presentan este trastorno, incluso aquellos que arrastran el problema desde sus primeros años de vida.
En este artículo nos centraremos en cómo es el tratamiento de los traumas vividos en la infancia, mediante un resumen de los procedimientos con los que trabajamos los psicólogos especializados en terapia.
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¿Qué es el trauma psicológico?
El trauma psicológico es un conjunto de alteraciones psicopatológicas que afectan a la memoria emocional a partir de eventos asociados a emociones vinculadas a la angustia y la ansiedad. Surgen cuando, en interacción con el entorno, experimentamos algo que nos marca emocionalmente hasta el punto de dejar secuelas psicológicas en nosotros, las cuales se manifestarán a través de una serie de síntomas que dañan nuestra calidad de vida.
Estas secuelas acostumbran de ser de tipo ansioso-depresivo, afectando tanto a la autoestima como a los patrones de pensamiento a la hora de percibir la realidad en general, y además acostumbran a dar paso a crisis en las que pensamientos intrusivos o imágenes mentales en forma de “fogonazos” entran en la consciencia de la persona de manera recurrente y hacen que sus niveles de angustia o incluso de temor se disparen en cuestión de segundos o de pocos minutos.
Además, a diferencia de lo que ocurre con las fobias, estas experiencias pueden reproducirse en situaciones muy variadas. Como los eventos traumáticos dejaron marcada a la persona, esta es propensa a “reavivar” esa huella emocional de manera involuntaria a partir de contextos que tienen muy poco que ver entre sí.
El trauma psicológico puede adoptar muchas formas, siendo el estrés postraumático una de las más conocidas, y clásicamente es desencadenado por eventos catastróficos como accidentes de coche u otras situaciones violentas en las que la propia integridad física corre peligro. Sin embargo, los traumas no tienen por qué surgir siempre de esa manera. En este artículo nos centraremos en un tipo de trauma en concreto: el trauma complejo, muy vinculado a la infancia.
¿Qué es el trauma complejo?
El trauma complejo es un tipo de trastorno de tipo traumático cuyo evento desencadenante no tuvo por qué ser puntual, sino que en muchos casos está constituido por situaciones que se prolongan en el tiempo. Clásicamente, este tipo de trauma tiene inicio en la infancia, etapa de la vida en la que somos especialmente vulnerables a experiencias dañinas a las que no podemos poner fin por nuestros propios medios, dado que dependemos de la ayuda e implicación de los demás para cambiar de contexto cotidiano en el que vivir (mudarnos, cambiar de escuela, etc.).
Debido a la naturaleza de esta alteración psicopatológica, muchas veces el trauma complejo está basado en la interacción entre el niño o niña y uno o más miembros de su grupo familiar, dado que es la familia el elemento que de forma de manera constante. Situaciones que pueden dar pie a la aparición de esta alteración son la negligencia parental, los abusos sexuales por parte de la familia o amigos de esta, las humillaciones constantes en casa y, en general, las dinámicas de interacción cotidianas en las que se es la víctima debido a ataques físicos o psicológicos.
Además, otra de las características del trauma complejo es que sus secuelas pueden tardar en aparecer, o incluso pueden surgir por primera vez una vez pasada la adolescencia, generando una especie de “hiato” entre los eventos traumáticos y la etapa en la que los síntomas se manifiestan.
Se trata de un indicativo de la complejidad de los procesos de maduración cerebral, y también del modo en el que los recuerdos autobiográficos y el concepto del “Yo” se basan en la constante re-significación de lo que se recuerda. Muchas veces, solo somos capaces de comprender las implicaciones de lo que vivimos en nuestra infancia una vez nos hemos adentrado en la edad adulta, y es entonces cuando surge el malestar emocional.
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Tratamiento del trauma por sucesos vividos en la infancia
Estos son los procedimientos de intervención más usados para ayudar a quienes sufren por traumas vividos en la infancia.
Terapia EMDR (Desensibilización y Reprocesamiento por los Movimientos Oculares)
Este tipo de psicoterapia se inspira en la desensibilización sistemática, y tiene la ventaja de que puede ser aplicada con relativa facilidad en niños y niñas de corta edad, dado que prácticamente no se fundamenta en el pensamiento abstracto articulado a través del lenguaje.
Consiste en una serie de prácticas para facilitar que el cerebro re-procese los recuerdos traumáticos y quede desactivada o atenuada su “marca emocional” que desencadena el malestar extremo del trauma. Es decir, hace mucho más fácil desarrollar habituación ante los recuerdos emocionalmente dolorosos, haciendo que estos pierdan poder sobre la persona.
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Hipnosis
La hipnosis también puede ser aplicada en el contexto clínico para permitir que la persona mejore su relación con esos recuerdos traumáticos, ofreciéndole nuevas “vías de acceso” a estos que no pasan por la angustia, el estrés, etc. Se basa en inducir a la persona a un estado de sugestión en el que es más fácil volver maleables sus asociaciones entre pensamientos y entre sentimientos, de manera que se busca la manera más constructiva y menos dañina de pensar en los hechos sucedidos.
Terapia cognitivo-conductual
Bajo esta etiqueta hay una gran variedad de recursos terapéuticos que pueden resultar útiles a la hora de tratar los traumas de la infancia. La idea en la que se fundamentan todos ellos es que para producir cambios a mejor en las personas, es más fácil conseguirlo a través de una doble vía: modificación de hábitos y modificación de esquemas de pensamiento.
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