¿La droga mata realmente?
“La droga mata” es una oración que se ha usado en numerosas campañas de concientización y de prevención de adicciones. Sin embargo, esta frase tan escuchada y repetida infinidad de veces oculta aspectos del consumo de sustancias y oscurece la percepción de esta problemática. Lo que enferma, deteriora y puede matar es la forma en que una persona se relacione con las drogas.
Y cuando hablamos de drogas no nos referimos solamente a las llamadas drogas duras, como son la cocaína o pasta base, y ni siquiera hablamos solamente de las ilegales, porque drogas son tanto la marihuana, ilegal, como las bebidas alcohólicas, el tabaco o los psicofármacos, legales.
Si nos paramos desde la clasificación de sustancias entre legales e ilegales, desde un modelo jurídico, queda el consumidor en lugar de delincuente, ya que el comprar y consumir algo ilegal implica cometer un delito. Desde esta perspectiva dejamos de lado el poder pensar en la persona consumidora como alguien que tiene un problema de salud, una desesperada dependencia hacia una sustancia.
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¿Mata la droga realmente?
La droga en sí no hace nada; ni enferma, ni mata. Es una cosa, inerte, sin vida ni entidad, ni poder. Es un componente necesario en una adicción por consumo de sustancias, pero se necesita de una persona que la elija, la use, la abuse o dependa de ella.
De todas maneras, vale aclarar que hay muchas drogas con una alta capacidad adictiva, como lo es la pasta base o la cocaína; pero más allá de este “poder”, necesario pero no suficiente, se precisará que se den determinadas condiciones de la persona para que al fin y al cabo entre en una relación adictiva y de dependencia con ella.
El tan reiterado lema “hay que acabar con el flagelo de la droga”, la demoniza, le da la capacidad de ser agente activo, que, cual virus, invade a una persona, entendida como pasiva.
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Dos ejemplos: el caso del alcohol y los psicofármacos.
Si la droga es la que genera dependencia, con tan solo probar una bebida alcohólica, todos nos convertiríamos en alcohólicos. Sin embargo eso no sucede, porque no es la droga en si la que determinará ello, sino la relación entre la persona (con factores sociales, biológicos, psicológicos, culturales, que se entrelazan) y la bebida.
Ahora hablemos de los psicofármacos. En muchísimas ocasiones se hace necesario un tratamiento psicofarmacológico, pero con la debida supervisión profesional para que realmente funcione. La gran variedad de psicofármacos para diferentes funciones abre la posibilidad de “resolver” distintas inquietudes y problemas con el simple hecho de estar medicado. Tomar medicación sin tratamiento, es como bajar la fiebre con un antifebril y seguir como si nada, tapando aquello que el cuerpo está anunciando que algo no está funcionando del todo bien.
No poder dormir, sentirse intranquilo, tener inquietud al estar solo, o rodeado de mucha gente, estar de mal humor o actuar impulsivamente, tiene una posible solución en una pastillita. Sin embargo, será mucho más productivo y sano no tapar simplemente los síntomas, sino indagar el por qué no podemos dormir, qué nos pasa o nos pasó para no tolerar estar solo, por qué sentimos estos nervios al salir de casa… Todas estas respuestas no se encontrarán en un consumo compulsivo de pastillas sin un tratamiento que interrogue y sane.
Conclusión
Si consideramos a la droga como la protagonista y culpable de las adicciones en primer lugar desestimamos a otras adicciones que son sin sustancias, como la adicción al sexo, a las compras, a las comidas, o al juego, entre muchas otras.
En segundo lugar, pensar en la droga como un flagelo, social, nacional y mundial, nos lleva a ver a la persona adicta como una víctima pasiva y de esta manera le quitamos la responsabilidad de sus actos y, por ende, la posibilidad que tiene en sus manos de construir cambios y recuperarse.