Tópicos Comunicación Nuevas Tecnologías Sociedad Cultura

Cultura de la cancelación: qué es y cómo afecta a la libertad de expresión


En los últimos tiempos ha proliferado un fenómeno digital que puede tener repercusiones muy graves en la vida de las personas. Se trata de la cultura de la cancelación.

En los siguientes párrafos trataremos de averiguar qué implica exactamente este mecanismo, en qué está fundamentado, cuál es el proceso que sigue y sobre todo, cuáles son las consecuencias para el que lo sufre, revisando algunos ejemplos.

¿Qué es la cultura de la cancelación?

Una famosa actriz es fulminantemente despedida de la serie de moda, a raíz de unas declaraciones de apoyo a un polémico político y por sus controvertidas opiniones sobre la situación de la pandemia del coronavirus. Una reputada escritora toma una posición en torno a un debate sobre la sexualidad y hordas de antiguos seguidores se enfurecen y llaman a quemar sus libros.

Una directiva de una importante compañía de telecomunicaciones hace un chiste de mal gusto en Twitter que rápidamente se viraliza y, como consecuencia, es despedida de inmediato. Son solo unos pocos ejemplos (todos ellos reales) de lo que representan las consecuencias de la cultura de la cancelación.

La cultura de la cancelación es un concepto relativamente reciente. Esta expresión hace referencia al acto de “cancelar” a una persona, invalidar sus opiniones y prácticamente su existencia de todas las áreas sociales y, todo ello, a raíz de la publicación de un comentario o del apoyo a una postura concreta en un tema determinado, generalmente a través de las redes sociales.

Dicho de otra manera. La cultura de la cancelación supone que la exposición pública de unas determinadas ideas o la realización de un comentario fuera de lugar, puede desencadenar una serie de reacciones en algunas personas que, de una manera activa y deliberada, visibilizarán dicha publicación, en muchas ocasiones adjuntando información de la vida privada de estas personas.

En última instancia, dicho proceso puede acarrear, como mínimo, el escarnio público de la persona, que puede ver como su publicación se ha viralizado y ha alcanzado cotas de visualización inimaginables. Y, como máximo, con consecuencias para su vida personal como puede ser la pérdida del empleo, pues el colectivo perseguidor habrá presionado a la empresa para tomar medidas y no contar con una persona así en su plantilla.

¿Cómo es posible que una persona pierda su trabajo a raíz de una publicación personal en Internet? Desgraciadamente, por motivos económicos. Una empresa privada va a mirar, casi en exclusiva, por su propio interés. Si considera que su reputación está en peligro, y ante las amenazas de boicot por un grupo de potenciales consumidores, no va a dudar en despedir a una persona para que no se la relacione con su acción.

La cultura de la cancelación es despiadada en ese aspecto, pues es difícil de justificar el luchar activamente para que una persona pierda su medio de vida y lo que es peor, el de su familia, a raíz de unas declaraciones que pueden ser más o menos polémicas.

Personas famosas y personas anónimas

Cuando hablamos del proceso de la cultura de la cancelación es importante distinguir entre dos supuestos. Y es que la persona que expone en primera instancia el comentario que prenderá la mecha, puede ser una persona más o menos famosa o bien un ciudadano totalmente anónimo.

En el primero de los casos, si la persona es reconocida en algún ámbito en particular, ya sea por ser un artista o un profesional de alguna disciplina, o bien por contar con un número razonablemente importante de seguidores en la red social en cuestión, el sujeto dispondrá, de base, de un foro muy amplio que recibirá y analizará sus palabras.

Este hecho puede facilitar que dicha persona sea más proclive a sufrir un intento de cancelación, simplemente por el número de personas que tendrán acceso a las declaraciones que la han propiciado. Por otro lado, es posible que, dada su posición, también cuente con más recursos para no verse afectado por las consecuencias, aunque no siempre es así y no son pocas las veces que, por ejemplo un actor, se ha visto fuera de un proyecto profesional por este tipo de razones.

En el segundo caso, la persona anónima que tiene un número limitado de amigos o suscriptores en sus redes sociales, tendrán menos probabilidades de ser devorado por este mecanismo, pero eso no quiere decir que sea imposible, ni mucho menos. Basta con que una sola persona visualice dicho contenido y comparta la publicación para denunciar el mensaje, llamando a los demás a hacer lo mismo, iniciando un efecto bola de nieve.

Si se dan las condiciones adecuadas, un tuit, por poner un ejemplo, puede viralizarse en solo unas horas, recibiendo cientos o incluso miles de visualizaciones y comentarios que muestran indignación sobre el mismo. Es ahí cuando empieza el proceso de cultura de la cancelación, en el que algunas personas decidirán ir más allá (mucho más allá, en algunos casos) y comenzarán a analizar todos los perfiles públicos (e incluso privados) de esta persona para recopilar información.

Si su búsqueda da frutos, rápidamente averiguarán cuál es su lugar de trabajo y lo harán público, e incluso contactarán con la misma, instando a los responsables a despedir a dicho trabajador si no quieren que todos ellos dejen de consumir sus productos o servicios, pues si no toman medidas considerarán que la opinión del empleado está representando a la de la empresa, lo cual es una evidente falacia.

Si, por el contrario, la persona es famosa o medianamente conocida, obviamente no será necesario analizar sus perfiles para averiguar su identidad y su lugar de trabajo porque será una información pública. Pero, eso no quiere decir que no puedan ser víctimas de la cultura de la cancelación, sino que simplemente no será necesario ese paso y los “canceladores” pueden exigir directamente a la empresa de turno su despido y su censura inmediata.

Alternativas a la cultura de la cancelación

La cultura de la cancelación es un arma que se esgrime en muchas ocasiones con la excusa de acallar a los que, por su discurso, amenazan diversas libertades (siempre según estas personas). Pero es que además, paradójicamente, esta actuación supone en sí misma una amenaza para la libertad de expresión en primer lugar y para cuestiones igual de graves, como es el derecho a la privacidad.

Es evidente que hay declaraciones, comentarios e incluso bromas que pueden resultar desafortunadas, de mal gusto, ofensivas o incluso dañinas. Pero en una sociedad civilizada esto no debería ser excusa para fomentar actuaciones que deriven en la pérdida de un empleo u otro tipo de represalias a nivel personal, que pueden causar daños irreparables en ese individuo.

Si una declaración concreta supone un delito, la ley debe actuar, no hay mucho debate al respecto. Pero si unas palabras ofenden a una persona o colectivo, estando dentro de la legalidad, deben ser respondidas a través de la argumentación, de los datos objetivos y del diálogo constructivo. Incluso habrá personas que optarán por la réplica grosera, que evidentemente no tienen mucho recorrido, pero al menos no generarán los efectos nocivos de la cultura de la cancelación.

Uno de los dichos más populares y antiguos de Internet, reza: “no alimentar a los trolls”. Esta sencilla pauta es mucho más ética (y probablemente más eficaz, pues resta toda visibilidad) que el escarnio y las turbas digitales destinadas a destruir la vida privada del supuesto transgresor que, con sus declaraciones, han soliviantado a la multitud hasta el punto de querer arrastrarle por el fango en todos los niveles de su vida personal.

Por último, otra razón más para no recurrir nunca a la cultura de la cancelación, aunque solo sea por un motivo egoísta, es que, como muchos otros fenómenos de la psicología social, suele ser incontrolable y, la persona que hoy cancela y promueve la cancelación, corre el riesgo de ser devorado por ese mismo mecanismo, experimentando en primera persona lo que es verse cancelado a todos los efectos de su vida.

El anonimato en las redes

Una cuestión directamente relacionada con la cultura de la cancelación es el anonimato en Internet y en las redes sociales en particular. En redes sociales como Twitter, un usuario puede optar por utilizar su nombre real e incluso su fotografía, o bien valerse de un avatar y un seudónimo que oculte su verdadera identidad. En muchas ocasiones se reprocha esta dinámica, pues se acusa a los usuarios de aprovechar su anonimato para verter según qué declaraciones.

Pero, si reflexionamos acerca de esta cuestión, podríamos preguntarnos qué actitud es más reprobable, si la de utilizar un nombre falso para hablar libremente, a veces exponiendo ideas o comentarios polémicos, o la de criticar este comportamiento ya que dificulta o imposibilita el llevar a cabo la cultura de la cancelación.

Por supuesto, los mensajes que los usuarios publican en las redes sociales siempre tienen un significado y por lo tanto un efecto en las demás personas, que puede ser más o menos positivo o negativo. Pero, salvo que dicha publicación constituya un motivo de delito, jamás debería ser utilizado para tratar de conseguir que dicha persona pierda su medio de vida.

Además, hay que tener claro que ninguna opinión, comentario o afiliación política hace que una persona sea mejor o peor en su trabajo, ya sea como actor, escritor, contable, vendedor o cualquier otro. Son y deben ser siempre facetas independientes en la vida de cada persona.

Referencias bibliográficas:

  • Bouvier, G. (2020). Racist call-outs and cancel culture on Twitter: The limitations of the platform''s ability to define issues of social justice. Discourse, Context & Media. Elsevier.
  • Ng, E. (2020). No grand pronouncements here...: Reflections on cancel culture and digital media participation. Television & New Media.
  • Nguyen, B. (2020). Cancel Culture on Twitter: The Effects of Information Source and Messaging on Post Shareability and Perceptions of Corporate Greenwashing. Wharton Research Scholars.