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100 frases de San Francisco de Asís sobre la humildad, naturaleza y vida


San Francisco de Asís (1182-1226) fue un santo italiano, fundador de la Orden Franciscana, considerado como uno de los personajes espirituales más influyentes del cristianismo. Fue canonizado por el Papa Gregorio IX el 16 de julio de 1228.

En el cristianismo es el patrón de los animales y de la naturaleza, y es conocido por la vida que llevó, humilde y austera. Junto a Catalina de Siena fue denominado santo patrón de Italia. Además, es el primer caso conocido de santo estigmatizado.

Las mejores frases de San Francisco de Asís

Hemos realizado una recopilación de frases de San Francisco de Asís sobre la humildad, el trabajo, la naturaleza, los animales, el medio ambiente, la vida, la paz, la caridad, entre muchos otros temas. Están tomadas de sus escritos y con ellas podrás reflexionar sobre sus ideas y aprender más con sus enseñanzas.

Toda la oscuridad en el mundo no puede apagar la luz de una sola vela.

Algo tan pequeño como una sola luz en un mar de oscuridad se puede ver y puede ser influyente.

Donde hay pobreza con alegría, allí no hay codicia ni avaricia.

Tenemos que saber valorar y agradecer lo que tenemos en nuestra vida, y no desear más de lo que necesitamos.

Se puede conocer a un siervo de Dios cuando el Señor obra por medio de él algún bien, y su carne no se exalta.

Un verdadero siervo de Dios no ostenta de sus buenas obras, al contrario, se cree igual o menor que los demás.

Todos los hermanos prediquen con las obras.

La mejor forma de predicar es con los actos que se realizan, no con las palabras que se puedan decir.

Donde hay paciencia y humildad, allí no hay ira ni perturbación.

Siempre tenemos que mantenernos serenos y respetuosos con todas las demás personas, y no reaccionar ante las injurias.

El que no renuncie a todo lo que posee, no puede ser discípulo mío.

Para seguir el camino del señor, debemos abandonar toda posesión material y de beneficio personal.

Amarás al Señor tu Dios con todo el corazón y con toda la mente, y a tu prójimo como a ti mismo.

Debemos, por sobre todas las cosas, amar a Dios y a nuestros hermanos.

Humillaos también vosotros para que seáis ensalzados por él.

Siempre debemos mantenernos humildes, porque solo Dios es capaz de enaltecernos.

Todos los vicios y pecados salen y proceden del corazón de los hombres.

Las personas tenemos la tendencia de satisfacer nuestras propias necesidades y no pensar en el prójimo.

Bienaventurados los pacíficos, porque serán llamados hijos de Dios.

Siempre debemos mantenernos en paz y sin reaccionar cuando nos ofenden.

Necesito pocas cosas y las pocas que necesito, las necesito poco.

San Francisco de Asís era una persona humilde y no necesitaba mucho para vivir en paz y feliz.

El que no quiere trabajar, no coma.

Todos debemos colaborar con trabajo para así ganarnos nuestro sustento.

Haz siempre algo bueno, para que el diablo te encuentre ocupado.

Siempre debemos trabajar para así mantenernos por nuestros propios medios y no depender de nadie.

No hagas al otro lo que no quieres que se te haga.

Nunca tenemos que actuar de una forma que no nos gustaría que actuaran con nosotros.

Si no perdonáis a los hombres sus pecados, el Señor no os perdonará vuestros pecados.

Siempre debemos perdonar a todos los que nos ofenden.

Este es el día que hizo el Señor, exultemos y alegrémonos en él.

Debemos agradecer cada día de nuestra vida, porque lo vivimos gracias a la misericordia de Dios.

Todo cuanto queréis que os hagan los hombres, hacédselo también vosotros a ellos.

Debemos tratar a las demás personas como nos gustaría ser tratados.

Los animales son mis amigos y yo no me como a mis amigos.

San Francisco de Asís era conocido por su amor hacia los animales y la naturaleza.

El que persevere hasta el fin, este será salvo.

Debemos mantenernos firmes en nuestras convicciones y no dejarnos oprimir por quienes no están de acuerdo con nosotros.

Es en el dar que recibimos.

Lo que damos se nos devuelve igual o multiplicado.

No murmuren, no denigren a otros.

Jamás debemos hablar mal o criticar a las demás personas.

No amemos de palabra y de boca, sino de obra y de verdad.

Nuestros actos son los que dicen cuánto amamos a las demás personas.

Bienaventurados los pobres de espíritu, porque de ellos es el reino de los cielos.

Una persona pobre de espíritu es aquella que no reacciona ante las injurias que pueda llegar a sufrir.

El hombre animal no percibe las cosas que son de Dios.

Los ignorantes no entienden la palabra del señor.

Bienaventurado el siervo que, cuando habla, no manifiesta todas sus cosas con miras a la recompensa.

Nunca debemos actuar esperando obtener algo a cambio, siempre debemos hacerlo pensando en el bienestar de los demás.

El ultraje no se imputa a los que lo sufren, sino a los que lo infieren.

Quienes serán juzgados por las ofensas que cometan son los que las realizan, no los que las reciben.

Bienaventurado el siervo que permanece siempre bajo la vara de la corrección.

Siempre debemos analizar nuestros actos y corregirlos cuando los estamos haciendo mal.

La letra mata, pero el espíritu vivifica.

La palabra del señor no solo debe ser conocida, sino también vivida. De nada sirve conocer la palabra solo para transmitirla, hay que vivir bajo su ejemplo.

Muestren por las obras el amor que se tienen mutuamente.

El amor hay que expresarlo en los hechos que hacemos cotidianamente, no solo en palabras.

El que no come, no juzgue al que come.

Jamás debemos opinar sobre lo que hacen las demás personas.

Todos los hermanos guárdense de calumniar y de contender de palabra.

No hay que entrar en conflictos ni hablar mal de las demás personas.

Confiadamente manifieste el uno al otro su necesidad, para que le encuentre lo necesario y se lo suministre.

Siempre debemos pedir ayuda cuando la necesitamos.

Amemos al prójimo como a nosotros mismos; y si alguno no quiere amarlo como a sí mismo, al menos no le cause mal, sino que le haga bien.

Nunca debemos hacerle daño a ninguna persona, siempre tenemos que tratar a todos con respeto.

La ira y la conturbación impiden en sí mismos y en los otros la caridad.

Nunca debemos tomar decisiones cuando estamos en un estado de enojo, ya que no tendremos nuestras ideas claras como para hacerlo.

Sean modestos, mostrando toda mansedumbre para con todos los hombres.

Debemos ser humildes y sencillos, y tratar a todos por igual.

Los hermanos nada se apropien, ni casa, ni lugar, ni cosa alguna.

Los hermanos de la Orden Franciscana no deben tener ninguna posesión material en el mundo.

La limosna es herencia y justicia que se debe a los pobres y que nos adquirió nuestro Señor Jesucristo.

El único dinero que pueden recibir los fieles de la Orden Franciscana, es el que piden para dárselos a los que menos tienen.

Amad a vuestros enemigos; haced el bien a los que os odian, y orad por los que os persiguen y calumnian.

Nunca hay que tener rencor ni devolver con las mismas acciones a quienes nos tratan mal. Tenemos que amar a todos por igual y perdonar sus ofensas.

No consideren los pecados mínimos de los otros; al contrario, recapaciten más bien en los suyos propios con amargura de su alma.

Debemos analizar y preocuparnos por nuestros propios errores, en lugar de juzgar los de los demás.

Malditos los que se apartan de tus mandatos.

Malas son aquellas personas que no aceptan la palabra de Dios y no obedecen sus enseñanzas.

El que quiera salvar su vida, la perderá.

Siempre debemos pensar en el bien común y en ayudar al prójimo, no en el beneficio personal.

No desprecien ni juzguen a los hombres que ven vestidos de telas suaves y de colores, usar manjares y bebidas delicadas, sino más bien que cada uno se juzgue y desprecie a sí mismo.

No debemos meternos en la vida de los demás, siempre debemos mirar y juzgar nuestros actos.

Guárdense los hermanos, dondequiera que estén, en eremitorios o en otros lugares, de apropiarse ningún lugar ni de defenderlo contra nadie.

La Orden Franciscana no permite que sus seguidores tengan posesiones materiales.

Donde hay misericordia y discreción, allí no hay superfluidad ni endurecimiento.

Siempre debemos mostrar compasión con nuestro prójimo y no juzgar por lo que vemos, sino analizar profundamente cada situación.

Amonesto de veras y exhorto en el Señor Jesucristo que se guarden los hermanos de toda soberbia, vanagloria, envidia y avaricia.

Jamás debemos creer que somos más que las demás personas, ni desear lo que alguien más posee.

Puesto que soy siervo de todos, estoy obligado a serviros a todos y a administraros las odoríferas palabras de mi Señor.

Al profesar la palabra del señor no se debe tener preferencia, hay que replicarla para que la reciban los creyentes y los no creyentes.

Temed al señor y dadle honor.

Siempre debemos tener presente el tipo de vida que debemos llevar para no pecar, y debemos rezar con frecuencia.

Todo el que quiera llegar a ser mayor entre ellos, sea su ministro y siervo. Y el que es mayor entre ellos, hágase como el menor

Sin importar el cargo que ocupemos, siempre debemos mantener la humildad.

Suplico a todos mis hermanos no gloriarse ni gozarse en sí mismos, ni ensalzarse interiormente por las palabras y obras buenas.

Todos nuestros actos deben ser realizados desde la humildad y sin esperar nada a cambio.

Y guárdense todos los hermanos de turbarse o airarse por el pecado o mal del otro, porque el diablo quiere echar a perder a muchos por el delito de uno solo.

No debemos enojarnos con los pecados de las demás personas, sino intentar comprenderlos y ayudarlos a mejorar.

Bienaventurados los limpios de corazón, porque ellos verán a Dios.

Las personas que no tienen apego por las cosas terrenales, adoran la palabra del señor y ven todo como obra de Dios, son los que tienen un corazón limpio.

Y ningún hermano haga mal o hable mal al otro; sino, más bien, por la caridad del espíritu, sírvanse y obedézcanse voluntariamente los unos a los otros.

Nunca debemos buscar perjudicar al prójimo, sino que debemos construir junto a ellos nuestro camino.

Si alguno de los hermanos, dondequiera que esté, cayera enfermo, los otros hermanos no lo abandonen.

Siempre debemos ayudar a las personas que se encuentran mal.

Nada de vosotros retengáis para vosotros, a fin de que os reciba todo enteros el que se os ofrece todo entero.

No debemos aferrarnos a las cosas materiales, ya que estas no nos sirven para entrar al reino de los cielos.

Bienaventurado aquel siervo que no se exalta más del bien que el señor dice y obra por medio de él, que del que dice y obra por medio de otro.

La única palabra y camino que debemos seguir es la palabra de Dios.

Y los que han recibido la potestad de juzgar a los otros, ejerzan el juicio con misericordia, como ellos mismos quieren obtener del Señor misericordia.

Las personas que están en una posición de poder siempre tienen que tener comprensión y compasión con las demás personas, y no aprovecharse de su cargo.

Ved vuestra dignidad hermanos sacerdotes y sed santos, porque él es santo.

Los sacerdotes deben ser las personas más dignas que hay en la tierra, porque son los encargados de repartir la palabra de Dios.

Y el mismo altísimo y sumo, solo Dios verdadero, tenga y a él se le tributen y él reciba todos los honores y reverencias, todas las alabanzas y bendiciones, todas las gracias y gloria, de quien es todo bien, solo el cual es bueno.

No tenemos que buscar el reconocimiento propio de nuestros actos, sino que el agradecimiento por los mismos debe ser hecho a Dios.

Peca el hombre que quiere recibir de su prójimo más de lo que él no quiere dar de sí al señor Dios.

Nunca debemos ser codiciosos ni desear más de lo que nos es necesario para vivir.

Todos los hermanos sean católicos, vivan y hablen católicamente.

La Orden de los Franciscanos viven sus vidas bajo las mismas reglas que los católicos.

Ved, ciegos, engañados por vuestros enemigos, por la carne, el mundo y el diablo, que al cuerpo le es dulce hacer el pecado y le es amargo hacerlo servir a Dios.

Nunca debemos intentar satisfacer nuestros deseos mundanos, nuestra tarea es la de servir y predicar la palabra de Dios.

Maldito el hombre que hace la obra de Dios fraudulentamente.

Nadie debe buscar beneficio propio o sacar algún provecho con las palabras del señor.

El espíritu de la carne quiere y se esfuerza mucho en tener palabras, pero poco en las obras.

No debemos realizar obras en pos de un beneficio propio, sino para ayudar al prójimo.

Bienaventurado el hombre que soporta a su prójimo según su fragilidad en aquello en que querría ser soportado por él, si estuviera en un caso semejante.

Siempre debemos tener compasión por las personas que tenemos a nuestro alrededor.

Y todos los hermanos que sepan que ha pecado, no lo avergüencen ni lo difamen, sino tengan gran misericordia de él, porque no necesitan médico los sanos sino los que están mal.

No debemos recordarle todo el tiempo su error a una persona que se equivocó, debemos ayudarla para que no los vuelva a cometer.

El hombre desprecia, profana y pisotea al Cordero de Dios cuando no distingue ni discierne el santo pan de Cristo de los otros alimentos y obras.

No debemos tomar la comunión como un simple acto, sino venerarla como algo sagrado.

Y, dondequiera que estén y se encuentren los hermanos, muéstrense familiares mutuamente entre sí.

En la Orden Franciscana todos sus integrantes deben tratarse como si fuesen familiares, por más que no se conozcan.

Bienaventurado el siervo que no se tiene por mejor cuando es engrandecido y exaltado por los hombres, que cuando es tenido por vil, simple y despreciado.

Siempre debemos mantener la humildad y no creernos ni más, ni menos que nadie.

Y recuerden los ministros y siervos que dice el Señor: No he venido a ser servido sino a servir.

Debemos dedicar nuestras vidas a ayudar a los demás.

Y si mil veces pecara después delante de tus ojos, ámalo más que a mí para esto, para que lo atraigas al Señor; y ten siempre misericordia de tales hermanos.

Siempre debemos ser comprensibles con las demás personas e intentar comprender y perdonar todos sus errores.

Cuantas veces se aparten de los mandatos del Señor y vagueen fuera de la obediencia, son malditos fuera de la obediencia mientras permanezcan en tal pecado a sabiendas.

El verdadero pecador es aquel que comete pecado sabiendo lo que está haciendo.

Bienaventurado el siervo que soporta tan pacientemente la advertencia, acusación y reprensión que procede de otro, como si procediera de sí mismo.

Siempre debemos reconocer y aceptar cuando nos marcan nuestros errores.

Debemos ayunar y abstenernos de los vicios y pecados, y de lo superfluo en comidas y bebida, y ser católicos.

Siempre tenemos que llevar una vida sana y alejada de las malas costumbres.

Y no quieras de ellos, sino cuanto el señor te dé.

Nunca hay que esperar nada de las personas, pero siempre debemos agradecer lo que recibamos de ellas.

Bienaventurado el siervo a quien se encuentra tan humilde entre sus súbditos, como si estuviera entre sus señores.

Nunca debemos creernos más que nadie, sin importar la posición en la que nos encontremos.

Como pago del trabajo, reciban para sí y sus hermanos las cosas necesarias al cuerpo, excepto dinero o pecunia.

Los sacerdotes no deben cobrar por su trabajo más que lo necesario para subsistir.

Lo damos a luz por medio de obras santas, que deben iluminar a los otros como ejemplo.

Al realizar actos de bondad desinteresados, estamos repartiendo la palabra de Dios.

Maldito el hombre que confía en el hombre.

Ninguna persona es digna de la confianza plena, ya que todos somos humanos y cometemos errores.

Los hermanos que saben trabajar, trabajen y ejerzan el mismo oficio que conocen, si no es contrario a la salud del alma y puede realizarse con decoro.

La Orden Franciscana permite que sus seguidores realicen los oficios que conocen, siempre y cuando no cometan pecado.

Bienaventurado el siervo que ama tanto a su hermano cuando está enfermo, que no puede recompensarle, como cuando está sano, que puede recompensarle.

Debemos amar al prójimo sin importar su condición, ya que nuestros actos deben ser desinteresados.

Cuando perseveren en los mandatos del Señor están en la verdadera obediencia y benditos sean del Señor.

Siempre debemos vivir lejos del pecado para así vivir en la gracia del Señor.

Lo que haces puede ser el único sermón que algunas personas escuchen hoy.

Lo que hacemos influye más en los demás que lo que decimos.

Pues habrá un juicio sin misericordia para aquellos que no hayan hecho misericordia.

Si no somos comprensivos con nuestro prójimo, no recibiremos comprensión cuando seamos juzgados por Dios.

Su sabiduría ha sido devorada. Ven, conocen, saben y hacen el mal; y ellos mismos, a sabiendas, pierden sus almas.

Todos sabemos cómo debemos comportarnos en la vida, sin embargo, cometemos faltas.

Si alguno quiere venir en pos de mí, niéguese a sí mismo y tome su cruz y sígame.

Para seguir el camino del señor debemos desprendernos de nuestro ego.

Bienaventurado el siervo que no es ligero para excusarse, sino que humildemente soporta la vergüenza y la reprensión de un pecado.

Nunca hay que eludir la culpa; si cometimos un error debemos reconocerlo y hacernos cargo de este.

Bienaventurados los que mueren en penitencia, porque estarán en el reino de los cielos.

Confesar nuestros pecados nos abre las puertas del cielo.

Somos madres, cuando lo llevamos en nuestro corazón y en nuestro cuerpo, por el amor divino y por una conciencia pura y sincera.

Siempre debemos tener presente la palabra de Dios en nuestro interior.

Aquel a quien se ha encomendado la obediencia y que es tenido como el mayor, sea como el menor y siervo de los otros hermanos.

Nunca hay que sacar ventaja cuando se tiene una posición privilegiada; más bien, debemos ser humildes y estar al servicio de los demás.

Tengamos odio a nuestro cuerpo con sus vicios y pecados.

Nunca debemos caer en la tentación de los placeres terrenales.

Bienaventurado el siervo que ama y respeta tanto a su hermano cuando está lejos de él, como cuando está con él.

Jamás debemos criticar o decir algo sobre una persona, que no seríamos capaces de decírselo de frente.

Ninguna otra cosa del mundo entero debemos tener, sino que, como dice el Apóstol: teniendo alimentos y con qué cubrirnos, estamos contentos con eso.

Solo el sustento para vivir es lo que se necesita para vivir felices.

Debemos observar los preceptos y consejos de nuestro Señor Jesucristo.

Siempre tenemos que tener presente la palabra de Dios en nuestra cotidianidad.

No se irrite contra el hermano por el delito del mismo hermano, sino que, con toda paciencia y humildad, amonéstelo benignamente y sopórtelo.

Debemos practicar el perdón con las personas que cometen equivocaciones, haciéndolos conocer sus errores, pero sin castigarlos en demasía.

Guardémonos mucho de la malicia y sutileza de Satanás, que quiere que el hombre no tenga su mente y su corazón dirigidos a Dios.

Siempre debemos estar atentos de no caer ante las tentaciones que nos son presentadas en nuestro camino.

Donde hay caridad y sabiduría, allí no hay temor ni ignorancia.

El estudio y obrar siempre con bondad nos convierte en mejores personas.

Somos para él hermanos cuando hacemos la voluntad del Padre que está en los cielos.

Al cumplir con la palabra de Dios nos convertimos en hermanos de Jesucristo.

No debemos ser sabios y prudentes según la carne, sino que, por el contrario, debemos ser sencillos, humildes y puros.

Nunca tenemos que intentar satisfacer nuestros deseos terrenales, sino cumplir con la palabra del señor.

Aconsejo de veras, amonesto y exhorto a mis hermanos en el Señor Jesucristo que, cuando van por el mundo, no litiguen ni contiendan con palabras, ni juzguen a los otros; sino sean apacibles, pacíficos y moderados, mansos y humildes, hablando a todos honestamente, como conviene.

Siempre debemos tratar con amabilidad al prójimo y no debemos juzgar sus actos.

Porque todos aquellos que lo echan al olvido y se apartan de sus mandamientos, son malditos y serán echados por él al olvido.

Nunca hay que apartarse de la palabra de Dios, ni dejar de venerarlo con frecuencia, sin importar nuestras obligaciones, siempre tenemos que tener un momento para él.

Debemos negarnos a nosotros mismos y poner nuestro cuerpo bajo el yugo de la servidumbre y de la santa obediencia, como cada uno lo haya prometido al Señor.

No tenemos que buscar la satisfacción propia sino, con nuestros actos, satisfacer la voluntad de Dios.

Debemos ser siervos y estar sujetos a toda humana criatura por Dios.

Nunca tenemos que creernos superiores a los demás.

No litiguen entre sí ni con otros, sino procuren responder humildemente.

Nunca debemos entrar en discusiones con las demás personas, siempre debemos tratar a todos con amabilidad.

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