Castigos para niños: qué son, tipos, ejemplos y pautas para aplicarlos
¿Qué son los castigos para niños?
Los castigos para niños son necesarios a menudo para corregir comportamientos y evitar que vuelvan a ocurrir. Lo importante es saber cómo castigar y aplicar la disciplina, y también cómo recompensar cuando se comportan de forma adecuada.
El castigo puede resultar un tema controvertido, más aún cuando es a niños a quienes lo aplicamos, y resulta normal que no sea algo agradable ni para ellos ni para los adultos que castigan.
Muchos psicopedagogos abogan por enseñar las consecuencias de los actos, que significa que los niños se dan cuenta por sí mismos de lo que han hecho, y lo rectifican. Les toma más esfuerzo hacerlo y aprenden mejor y más rápido.
El objetivo es educar a nuestros pequeños, pero ¿hace falta aplicar un castigo para ellos? ¿Cuándo es necesario llevarlo a cabo? Puede ser cierto que haya que tener un poco de mano izquierda cuando hablamos de educación, pero hay que seguir unas pautas.
Tipos de castigo
En psicología y ciencias afines, el castigo es un tipo de condicionamiento instrumental de naturaleza aversiva que se aplica cuando el objetivo es hacer que una determinada conducta de un individuo (en este caso, un niño) se elimine o reduzca.
Existen dos tipos de castigo según la contingencia que empleemos: por un lado, el castigo positivo, y por otro, el negativo.
Castigo positivo
Se habla de castigo positivo cuando aplicamos un estímulo desagradable o aversivo cada vez que el pequeño realiza una conducta que queremos que se elimine.
Castigo negativo
En cuanto al castigo negativo, retiramos un estímulo que para el niño resulta agradable cada vez que este lleve a cabo un comportamiento que queremos eliminar. Dentro de este, encontramos dos variantes: el tiempo fuera y el coste de respuesta.
– Tiempo fuera: consiste en retirar un estímulo apetitivo (normalmente, una acción, como jugar con la consola) durante un tiempo determinado, en el cual privamos al niño de la oportunidad de disfrutar de aquello que le resulta agradable. Más tarde veremos algunos ejemplos en profundidad sobre esta técnica.
– Coste de respuesta: consiste en la pérdida por parte del niño de un reforzador que previamente este adquirió.
Ejemplos de castigos para niños
Periodo de “descanso”
Si el niño ha sido irrespetuoso con nosotros, se ha enfadado o nos está gritando, el hecho de que nosotros también le gritemos solo empeorará las cosas.
Lo apropiado en este caso sería enviarlo a su habitación para crear un periodo de “descanso” para que las cosas se enfríen, y pasar después a explicarle qué es lo que ha hecho mal.
Enseñarle las consecuencias de sus actos
Imaginemos que nuestro hijo o hija tiene que entregar un trabajo para el colegio el día siguiente. Tenía dos semanas para hacerlo, pero aun así ha esperado al último día y ya no da tiempo para hacerlo. Sabes que te va a pedir ayuda, sin embargo, y aunque nos dé un poco de pena, no tenemos que ceder.
Es decir, no lo rescates cuando hayan actuado por sus propios intereses y buscando el reforzador inmediato, y no por el beneficio de su futuro. No te pongas siempre de su parte, en un futuro él mismo tendrá que sacar las castañas del fuego.
Él mismo tiene que aprender a sentir que sus actos tienen consecuencias (muchas veces vergonzosas, como que la profesora le va a dar una regañina) y a saber gestionar su tiempo o llevar una pequeña agenda.
Coste de respuesta
Si el niño ha hecho algo mal y sabemos que tiene un objeto favorito (por ejemplo, un peluche, cuando el niño es pequeño), pasemos a retirarlo durante un tiempo determinado.
Vamos a enseñarle de nuevo que sus actos tienen consecuencias que en muchas ocasiones no serán agradables para ellos. Esta técnica se denomina coste de respuesta, y consiste en retirarle a la persona un reforzador material.
Castigo sin salir
Pasemos ahora al clásico “castigado sin salir”. Nos puede resultar un poco difícil castigarlo sin ir al cine o sin salir con sus amigos porque haya hecho algo mal.
Sin embargo, no podemos ceder y tenemos que hacerlo durante un tiempo razonable (tampoco vamos a privarlo de vida social durante un mes). Recordemos que el castigo siempre hay que hacerlo con cabeza.
Asignarle tareas que no le gustan
El siguiente consejo no es directamente un castigo, pero puede ayudarnos a disciplinar al pequeño. No suelen ser agradables para los niños tareas cotidianas, como lavarse los dientes.
Por ello, cuando le digamos al niño que “ya va siendo hora de lavarse los dientes” y este rechiste, podemos coger su juguete favorito y decirle algo así como “¡el osito se los va a lavar contigo también!”.
De esta forma, y aunque no sea un castigo como tal, podemos enseñarle una forma más amena de hacer las actividades que no le gustan contando con un reforzador, como puede ser un peluche.
Quitarle actividades reforzantes
Apliquemos el tiempo al castigo ahora. Si nuestro pequeño ha hecho algo mal, pasemos a quitarle una actividad reforzante para él (recordemos que normalmente eliminar actividades agradables es más efectivo que retirar cosas materiales cuando de castigo se trata).
Si sabemos que nuestro hijo o hija se desvive por su consola o los videojuegos, pasemos a castigarlo sin jugar durante el tiempo que consideremos necesario y, en lugar de desarrollar dicha actividad, mandémoslo a su cuarto.
No olvidemos que el tiempo que tengamos a nuestro hijo sin acceder a tal actividad ha de ser proporcional a la edad del pequeño y a la gravedad de sus actos. Podemos tomar alguna referencia: por ejemplo, 15 minutos de castigo por cada año que tenga el niño.
Reparar el daño
Usemos la restauración. Supongamos que nuestro niño ha pintado la pared del salón con ceras y, supongamos también que el “delito” ha sido más grave aún porque la pared estaba recién pintada.
En este caso, el castigo para el niño será reparar los daños. Es decir, tendrá que limpiar lo que ha hecho y no saldrá hasta que no haya terminado.
De esta forma aprenderá que la responsabilidad no puede recaer siempre en los demás y que tú, como madre o padre, no siempre te vas a hacer cargo de lo que él haga de forma negativa.
Enseñar a tu hijo a disculparse
Además de castigarlo, tenemos que establecer la norma de que, tras ser castigado, tiene que pedir disculpas de forma sincera por lo que ha hecho.
El hecho de pedir perdón no suele ser un proceso agradable para un niño. Por tanto, además de pasar por la experiencia aversiva a modo de castigo, le estaremos enseñando que en la vida adulta habrá numerosas ocasiones en las que meterá la pata y tendrá que pedir disculpas.
Más vale prevenir que curar
Debemos tener en mente el famoso refrán. Adelántate al comportamiento de tu hijo, tú eres quien mejor lo conoce. Anticípalo y evita que se dé una situación desagradable en la medida de lo posible.
Como padres, tenemos que aprender a castigar, pero en muchas ocasiones lo más efectivo puede ser retirarla la atención o ser lacónicos con los niños. Muchos comportamientos desaparecen si de ellos no emana nada. Por ejemplo, si un niño se pone caprichoso, podemos probar a retirar la atención con el fin de extinguir su conducta.
También reforzar los comportamientos positivos en lugar de los negativos puede ser beneficioso para construir el hábito de un comportamiento idóneo en el grupo.
Pautas para aplicar el castigo
El castigo que vayamos a aplicar, sin embargo, no se puede aplicar “en vacío” y tiene que seguir unas pautas para garantizar su eficacia, tanto inmediatamente como a largo plazo.
Aunque polémico, el castigo bien empleado puede ser beneficioso para el niño, sobre todo si queremos enseñarle que sus actos tienen repercusiones que no siempre son agradables, y si queremos inculcarles cierto dominio de la frustración y tolerancia a esta.
– Nunca ha de ser humillante, desproporcionado o agresivo, y siempre debe tener fines educativos que sirvan a largo plazo como aprendizaje de vida del pequeño.
– Los castigos no pueden ser excesivos y han de ir en proporción directa con la conducta (nunca sin exceder unos límites). Es decir, tendrán una intensidad moderada (ni muy fuerte ni muy ligera).
– Los castigos han de ser proporcionales a la edad del niño y a la gravedad del hecho que vamos a castigar.
– Han de ser contingentes con la conducta que queremos eliminar y contiguos en el tiempo. O sea, tenemos que castigar al niño justo después de que lleve a cabo el comportamiento y de forma lógica.
– Es más efectivo si basamos los castigos en actividades que sean de su interés (jugar a la consola, por ejemplo) en lugar de en cosas materiales (juguetes).
– Tienen que ser comprensibles por los niños con el objetivo de que reflexionen sobre su comportamiento y no lo vuelvan a repetir. El fin ha de ser en todo momento reflexionar y promover un aprendizaje.
– Los castigos deben cumplirse siempre. Es decir, si decimos que vamos a castigar al niño, no podemos ser transigentes con ello.
– Un castigo no puede dar paso a una recompensa. Por ejemplo, si mandamos al niño a su cuarto porque ha hecho algo mal, pero allí tiene un ordenador o juguetes, de nada habrá servido aislarlo.