Convivencia social: normas, formas, importancia, ejemplos
La convivencia social es un fenómeno que se da cuando varias personas de características diferentes son capaces de coexistir de manera armoniosa en un mismo espacio durante un periodo determinado de tiempo. Generalmente implica la aparición de actitudes como el respeto y la aceptación mutua, aunque no siempre tiene por qué ser así.
Existen muchas opiniones distintas sobre qué es exactamente la convivencia social y qué no constituiría este fenómeno. Además, la definición ha ido cambiando con el tiempo según se han ido creando espacios cada vez más multiculturales y en los que es más necesario el respeto y la tolerancia hacia el que es diferente.
Aun así, la mayoría de teóricos opinan que la convivencia social únicamente puede darse en aquellas situaciones en las que se cumplen ciertas normas, en las que no aparece la violencia verbal ni física y donde incluso las personas que son muy diferentes entre sí pueden coexistir sin que esto suponga un problema para ninguna de ellas.
En la actualidad, el estudio de la convivencia social es especialmente importante debido a que las sociedades son cada vez más abiertas y están compuestas por miembros muy diferentes.
De esta manera, la mayoría de culturas buscan fomentar esta actitud en sus ciudadanos para evitar conflictos y garantizar la calidad de vida para todas las personas.
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La definición de convivencia social puede variar bastante en función de la teoría desde la que se estudie este fenómeno o de la cultura en la que se observe; pero en la práctica su implementación se basa en una serie de normas que suelen ser muy parecidas en todas las sociedades. A continuación veremos cuáles son las más importantes.
Posiblemente la norma más estudiada y una de las que más importancia tienen a la hora de generar una buena convivencia social es la tolerancia. Se trata de la actitud de respeto hacia los demás a pesar de las diferencias existentes en ellos, simplemente por el hecho de ser personas con sentimientos y con necesidades similares a las nuestras.
Generalmente las sociedades más avanzadas suelen poner un gran foco en la tolerancia al diferente, debido a que la multiculturalidad y la aceptación de estilos de vida alternativos provocan que personas con costumbres e ideas muy diferentes convivan en un mismo espacio físico.
En la actualidad se considera que la falta de tolerancia es uno de los problemas más graves que pueden aparecer en las sociedades más desarrolladas, ya que puede llegar a provocar episodios de violencia y de discriminación que incluso pongan en peligro las vidas de algunos ciudadanos.
Otra de las normas básicas de la convivencia social es necesidad de que los ciudadanos participen activamente en la mejora de sus comunidades y en el desarrollo de las mismas.
Esto puede implicar una gran cantidad de acciones, desde el simple hecho de ir a votar para escoger a los mejores líderes posibles hasta la participación en proyectos de desarrollo o la creación de puestos de trabajo mediante el emprendimiento.
Generalmente, cuanta mayor participación haya en una comunidad y más responsables se sientan los ciudadanos de su propio bienestar mayor será la convivencia social para todos los implicados.
En un entorno complejo, exigente y cambiante como el que se da en las sociedades modernas es habitual que aparezcan conflictos de menor o mayor envergadura.
Por ello, otra de las normas básicas de la convivencia social es que los ciudadanos acuerden evitar la violencia en la medida de lo posible y recurran a otras herramientas para solucionar sus diferencias.
Normalmente las sociedades modernas premian el uso del diálogo, la negociación y la mediación para superar los problemas que van surgiendo, de tal manera que el uso de la violencia se hace innecesario.
La corresponsabilidad es la aceptación por parte de los ciudadanos de que todos ellos tienen parte de responsabilidad tanto en los hechos positivos como en los negativos que ocurren dentro de su comunidad. Cuando aparece esta norma de la convivencia social es mucho más probable que ocurran cambios a nivel general que beneficien a todo el grupo.
Habitualmente la corresponsabilidad aparece junto a alguna forma de organización grupal, ya que un solo individuo puede tener grandes dificultades para generar un cambio significativo en su entorno.
Para poder hablar de verdadera convivencia social es necesario que existan al menos dos grupos diferentes que tienen que compartir el mismo espacio y que lo hacen de manera relativamente pacífica y tolerante. En función de la naturaleza de su relación podemos hablar de convivencia pasiva y activa.
El primer nivel de convivencia social implicaría la tolerancia de las diferencias entre los grupos o individuos, pero sin que exista una verdadera aceptación de las mismas. En las sociedades en las que existe este tipo de convivencia generalmente hay un grupo más poderoso que el otro, y ambos interactúan muy poco entre sí.
Generalmente en los escenarios de convivencia pasiva existe una forma de vida que es considerada “superior” al resto, y quienes no se adaptan a la misma sufren algún tipo de desventaja.
Sin embargo, esta situación es relativamente pacífica y permite a todos los participantes vivir de la manera que escojan sin demasiados problemas.
En la convivencia activa existe una verdadera igualdad entre todas las personas sin importar cuáles sean sus características o costumbres. En las sociedades que presentan este tipo de convivencia social, no existe una forma de vida considerada superior a las demás, existiendo un verdadero respeto y aceptación hacia todos los integrantes de la misma.
La convivencia social es un fenómeno fundamental en la mayoría de sociedades modernas, debido a su multiculturalidad y a la existencia de multitud de maneras diferentes de vivir.
En caso de no existir darse una convivencia pacífica entre todos los ciudadanos es muy probable que aparezcan episodios de discriminación y violencia hacia las personas pertenecientes a un grupo minoritario.
El mejor ejemplo de la convivencia social es la aparición que se ha dado en las últimas décadas de grandes ciudades en las que conviven personas de etnias, culturas, religiones, costumbres y orígenes completamente distintos.
Así, ciudades cosmopolitas como Londres, Barcelona, Nueva York o Berlín son el mejor ejemplo de que es posible convivir con personas muy diferentes a nosotros mismos sin que aparezcan graves conflictos entre grupos.
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